José Alejandro Vara-Vozpópuli
Una se desliza entre admiraciones y otra se arrastra entre imputaciones
Melania Trump fascinó a todo el planeta con su sombrero a lo Romero de Torres en la segunda ascensión de su marido al trono de la Casa Blanca. También sedujo a decenas de miles de inversores que se apuntaron a su memecoin, $Melania, que alcanzó los 5.000 millones de dólares en la primera hora del lanzamiento. La cripto de su esposo, puesta en circulación apenas 24 horas antes, se vio afectada por esta competencia y según los analistas de un sector tan volátil, bajó un 35 por ciento en su cotización.
Ah, entonces, ¿la esposa de Trump puede hacer negocios pese a que su marido es presidente y otras cónyuges no? ¿Melania es una heroína de los activos digitales y otras son una chorizas que han de desfilar ante los jueces para rendir cuentas su actividad profesional? ¿Por qué Melania sí y Begoña no?
Tales memeces se han leído estas horas en las redes. Gente poco familiarizada con el mundo cripto y algo ofuscada en defender a la señora de Sánchez. $Melania es un producto de marketing político, un juguetillo digital y simbólico que no busca ingresos para su creador, sino un impacto mediático, lo que en este caso ha conseguido con creces. También puede resultar rentable para los fanáticos del juego, de las apuestas y de frecuentar el universo cripto.
Lo de Begoña es otra cosa. Ni su master trucho era simbólico, ni sus acuerdos con Barrabés eran estrictamente mediáticos, ni sus vínculos con Aldama podrían calificarse de jugueteos empresariales “sin ánimo de lucro”, como señaló la imputada ante al juez. La gran diferencia entre ambas, entre Begoña y Melania, al margen del estilo y la estampa, es que una tiene problemas en los tribunales y la otra no. Una está cuatro veces imputada y la otra no. Una se pensó impune y la otra actúa con una discreción teresiana.
Determina, asimismo, el descarte de todas las denuncias que provengan de una investigación periodística (‘recortes de prensa’ le dicen con desvergüenza) y se enviará al destierro profesional a los jueces que hayan tenido la ocurrencia de pronunciarse, siquiera tangencialmente, contra alguna de las medidas del Ejecutivo
Dentro de un mes se cumplirá un año de la revelación periodística de las oscuras andanzas empresariales de la esposa de Sánchez. El juez Peinado la investiga por los presuntos delitos de corrupción en los negocios, apropiación indebida, intrusismo profesional y tráfico de influencias. Este miércoles están llamados a declarar los representantes de Indra, Telefónica y Google para que expliquen su papel en la financiación del software de la Complutense del que presuntamente se apropió la susodicha. Las dos primeras acaban de ser objeto de una jugada caribeña, relevo en el alto mando incluido, por parte de Pedro Sánchez en su empeño por adueñarse de las grandes compañías del Ibex con el dinero de los contribuyentes.
El asalto a Telefónica se consumó, ante el pasmo general, en fecha tan inusual como es un sábado, cuatro días antes de esta cita con la Justicia. Bendita causalidad. Cosas de este enero, tan cargado de iniciativas repentinas y decisivas por parte del Gobierno. Como la sobrevenida ‘ley Begoña’, un artilugio judicial improvisado con una inusitada rapidez, mediante el cual se pretende dar carpetazo a todas las causas promovidas por la acción popular, es decir, la mayor parte de los procedimientos que se siguen contra los familiares y colaboradores del presidente. Este engendro conlleva el estrambote de su aplicación con carácter retroactivo, lo que le confiere un perfil totalmente chavista. Determina, asimismo, el descarte de todas las denuncias que provengan de una investigación periodística (‘recortes de prensa’ le dicen con desvergüenza) y se enviará al destierro profesional a los jueces que hayan tenido la ocurrencia de pronunciarse, siquiera tangencialmente, contra alguna de las medidas del Ejecutivo. La ley de amnistía, pongamos.
Este feroz asedio de Pedro Sánchez al Estado de derecho tiene como objetivo proteger a su esposa de la implacable acción de la Justicia en un momento en el que acvanza el procedimiento y la sombra del banquillo se agranda
A ello se suma el anuncio del cambio radical en el acceso al Poder Judicial mediante procedimientos tan chuscos como ampliar la vía del llamado ‘cuarto turno’ (sin oposiciones, es decir, vía dedazo) o un vuelco en el Comité de Ética del Consejo General del Poder Judicial que pasará de cinco a nueve miembros, los cuatro nuevos elegidos por los políticos. Es decir, por la mayoría Frankenstein. En suma, un férreo control del aparato de la Justicia por parte del Ejecutivo.
Este feroz asedio de Pedro Sánchez al Estado de derecho tiene como único y principal objetivo proteger a su esposa de la acción de la Justicia en un momento en el que avanza su causa y la sombra del banquillo se agranda. Es decir, blindar a la donna frente a la acción de los tribunales, convertirla en inviolable, como si fuera el jefe del Estado. Nada que ver tampoco con Melania, que, pese a ser primera dama (lo que no es Begoña) puede ser encausada, procesada y hasta condenada, si se diera el caso. Que no parece. No hay Barrabés alguno en su prontuario. Ni negocios turbios.
Desarrolló una brillante actividad empresarial hasta convertirse en uno de los nombres más importantes del sector inmobiliario de los Estados Unidos. Sánchez, malhadadamente, logró un máster apócrifo, ha publicado dos libros que jamás eescribió, y apenas se ha desenvuelto fuera de la política ni ha ingresado un euro al margen del sector público
Más parecidos razonables encuentran los ingeniosos analistas del progreso entre Sánchez y Trump. Ambos son populistas, egocéntricos, detestan a los medios, descalifican a los jueces y tienen pasión por los indultos. Hasta ahí vale. Luego entran las diferencias, que son abismales. Trump milita en en las antípodas ideológicas del galansote de Tetuán, es un libertario vehemente, defiende la iniciativa privada, el fin de los impuestos, del gasto público, de la dictadura woke, del contubernio 2030 de Davos y demás señas de identidad de esa progresía emanada de las universidades del Este encumbradas cuando Obama y consagradas bajo el estéril mandato de Joe Biden.
Trump se licenció en la Warhon School, una de las escuelas de negocios más exigentes y prestigiosas. Desarrolló una brillante actividad empresarial hasta convertirse en uno de los nombres más importantes del sector inmobiliario de los Estados Unidos. Sánchez, malhadadamente, logró un máster apócrifo, ha publicado dos libros que jamás escribió, y apenas se ha desenvuelto fuera de la política ni ha ingresado un euro al margen del sector público.
Internacional ultraderechista
El reelecto presidente estadounidense apenas localiza en el mapa a este Sánchez a quien sitúa en el grupo de los Brics, países en desarrollo. Le molesta que no cumpla sus compromisos de inversión en Defensa firmados con la OTAN y le ha amenazado ya con un 100 por ciento en los aranceles. Esto, nada más aposentarse en el despacho oval. Sánchez pretende aprovechar esta tensión para relanzar su crepuscular imagen, ideando un ingenuo enfrentamiento con el coloso yanki al que, en su insípida estrategia, sitúa en esa ‘internacional ultraderechista’ que dice combatir. No. Ni Sánchez es la versión pigmea de Trump, sino su insignificante envés, ni los bitcoins de Melania tienen que ver con la fraudulenta cátedra de Begoña. Nada hay en el sanchismo sin un algo rastrero o ridículo.