Ignacio Camacho-ABC
- Para aspirar a ser la némesis de Trump, Sánchez podría empezar por no parecérsele empleando recursos políticos siameses
Como no le basta con hacer oposición a la oposición en España, Sánchez mira ahora a Trump dispuesto a convertirse en su némesis. Curiosa pretensión tratándose de uno de los gobernantes que, pese a situarse en las antípodas ideológicas, más se le parecen. La técnica política es idéntica: populismo discursivo, uso desprejuiciado –léase desvergonzado– de la mentira y el bulo, cesarismo autocomplaciente, indultos a golpistas, concentración de poderes, colonización de las instituciones, guerra con los jueces. Estilos siameses. Eso sí, uno domina el Estado porque ha arrollado en las elecciones presidenciales y parlamentarias y el otro lo toma al asalto gracias a una precaria coalición de intereses con partidos dirigidos por delincuentes.
Sea como fuere, postularse como jefe de la resistencia contra el líder del mundo quizá no resulte una buena idea. No al menos desde una nación comparativamente pequeña que tiene mucho que perder enfrentándose a una gran potencia. El problema es que el presidente español sólo hace cálculos en clave interna y piensa que la impostura de David frente a Goliat –el nerudiano hondero entusiasta– puede traerle cuenta a la hora de movilizar los instintos emocionales de la izquierda. Pero esa clase de posicionamientos tácticos también puede desencadenar consecuencias pésimas en términos de economía de escala y de relaciones geoestratégicas. Vienen tiempos difíciles para la Unión Europea y la sensatez aconseja medir bien la correlación de fuerzas.
Es improbable que Trump vaya a implantar aranceles del cien por cien a los productos españoles, como ha sugerido en uno de esos clásicos desafíos agrandados. Pero sólo con que establezca un quince por ciento (el treinta le clavó a la aceituna negra en su primer mandato) causaría pérdidas milmillonarias a la industria y el campo. Con ésta u otras medidas similares que pueda adoptar, amenazas aparte, el Gobierno americano, serán las empresas y los ciudadanos los que se hagan cargo del coste del plan sanchista para activar al electorado. Por supuesto que cualquier país soberano tiene derecho a dirigir su rumbo diplomático, pero provocar a un mandatario con formidable capacidad objetiva de hacer daño no sale gratis como agitar el espantajo de Franco.
Con todo, si decide ponerse a ello Sánchez debería al menos tirar para adelante con gallardía y sin doble lenguaje. La maniobra de felicitar al dirigente recién proclamado e invitarle a estrechar lazos mientras lo insulta de puertas adentro es demasiado zafia para engañar a nadie. Ya intentó algo parecido con Meloni, «querida Georgia», sin ningún resultado apreciable. Para ir de Quijote progresista es menester recordar que el personaje de Cervantes podía ser un orate pero no un cobarde. Y sobre todo, que los descalabros del choque con la realidad los sufría en sus carnes sin endosar a los demás sus propias responsabilidades.