Miquel Giménez-Vozpópuli

  • Pedro Sánchez intentando hilvanar las cuatro consignas que él cree que son su tabla de salvación frente a una sala en la que sólo le escuchaba su séquito

La imagen era patética. Sánchez intentando hilvanar las cuatro consignas que él cree que son su tabla de salvación frente a una sala en la que sólo le escuchaba su séquito más cuatro gatos despistados. Setecientos cuatro asientos vacíos, más o menos la mitad de la sala, se quedaron vacíos según informamos en este diario. Asientos que, con la paciencia que caracteriza a esos objetos, no tan solo han de soportar según que posaderas sino que, además, han de tragarse las paparruchadas que se digan. En este caso fue más de lo mismo, porque Sánchez tiene un repertorio poco variado: freno a la extrema derecha, resiliencia, perspectiva de género, la insoportable y acientífica cantinela del cambio climático e insistir en que es el más mejor del mundo mundial.

Ante tamaño monólogo es normal que la mayoría de seres humanos con un mínimo de sentido común se dedicaran a otras cosas, verbigracia, a hacer contactos, reunirse más o menos discretamente, iniciar bonitas amistades como en “Casablanca” e intentar sacar el máximo de jugo a estos aquelarres que son, antes que nada, ocasiones para fomentar eso que en mi tierra llamamos el negoci, bien sea particular, bien sea en interés del estado aunque haya quien confunda ambas cosas. Cuidado, no es que Sánchez haya ido a Davos solo para ver cuántos le decían lo guapo que es, bien que se reunió con las gentes del IBEX 35 a los que les soltó que la economía española era la “mejor en décadas”. Metido en faena, también alabó la reforma laboral de Mari Yoli, recuerden, esa de los fijos discontinuos en la que se adaptarán las condiciones meteorológicas a los puestos de trabajo -sic- y que es pasmo de Oriente y asombro de Damasco. Con todas esas cuentas en su rosario, y muchas más que ahorro al lector, uno no se explica como asistió tan poco público. Sánchez, al que le da igual hablar para mil personas que para diez porque siempre habla para él y sólo para él, llegó incluso a enmendarle la plana a Fukuyama advirtiendo que el futuro no se acabó hace treinta años. Pero también nos dejó una onerosa cita del aclamado George Orwell acerca de que quien pretenda controlar el futuro debe primero controlar el pasado, lo que resulta bastante siniestro y concordante con la malhadada ley de la desmemoria histórica y el año Franco del que, por cierto, poco se ha hecho porque estamos finalizando enero y se ha celebrado un solo acto. Espabile, presidente, que se le acumula la faena.

Ante tamaño monólogo es normal que la mayoría de seres humanos con un mínimo de sentido común se dedicaran a otras cosas, verbigracia, a hacer contactos, reunirse más o menos discretamente, iniciar bonitas amistades como en “Casablanca”

Fue, por tanto, un discurso huero y gastado que no podía esperar otro auditorio que el éter, indiferente ante la voz empalagosamente impostada de este fumista de la política. Es la consecuencia de tener un presidente y un gobierno que está en la defensa numantina de sus cargos y en onanismos ideológicos varios en lugar de estar en el mundo real. Ese mundo en el que el que el ex secretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen ha exigido a España acelerar la ayuda a Ucrania, porque deberíamos y podríamos hacer mucho más. Por vía de ejemplo, los blindados Leopard que les hemos enviado – ¡por fin! – no están que digamos en sus mejores condiciones operativas. Europa se agita entre la caída de los partidos complacientes con el mundo woke, la crisis migratoria, la posibilidad de crear una cúpula de hierro como la de Israel o se prepara económicamente ante los aranceles que Trump puede imponer a nuestros productos, pero Sánchez habla de resiliencia y perspectiva de género. Para eso no hace falta ir a Davos y hacer quedar en ridículo a España, presidente. Se queda usted en Moncloa, que es donde le gusta estar, y la Intxaurrondo ya le explicará lo que han dicho. Y es que lo peor del sanchismo no es que sean malos, ágrafos o retorcidos. Que lo son. Lo peor es que son unos gañanes. Y eso último en política internacional, en la seria, no se perdona.