Pedro García Cuartango-ABC

  • El PSOE está ahora en la batalla del relato para convencer a los ciudadanos de que el PP es el responsable de que las pensiones no suban

Es una tentación recurrente de los Gobiernos echar la culpa a la oposición de sus fracasos. Es lo que está haciendo Sánchez cada vez que el Congreso tumba sus iniciativas legislativas. La culpa es del PP, que carece de sentido del Estado y practica una oposición destructiva. El PSOE está ahora en la batalla del relato para convencer a los ciudadanos de que el partido de Feijóo es el responsable de que las pensiones no suban.

No hemos escuchado la menor autocrítica en el Ejecutivo por recurrir de nuevo al decreto ley que la Constitución limita a casos de «extraordinaria y urgente necesidad». La cesión de un palacete en París al PNV, requisado en 1940 por la Gestapo, no parece ajustarse a ese supuesto. Y también resulta difícil de justificar la inclusión de decenas de medidas de distinto calado que tendrían que haber sido convalidadas sin posibilidad de enmiendas ni de negociación.

Lo más absurdo del discurso del Gobierno es responsabilizar al PP de la falta de estabilidad de la legislatura sin lanzar el más mínimo reproche a Junts, un socio que no sólo va encareciendo el precio de su apoyo, sino que además tachó de «trileros, gandules y prepotentes» a los socialistas.

Trascendiendo este episodio, lo que ha quedado de manifiesto es la fragilidad de un Gobierno que se ve obligado a pactar cada ley con un conglomerado de partidos sin cohesión y sin propósito común. El único pegamento que les une es el rechazo a que gobierne el PP.

Todo apunta a una legislatura agónica, en la que Sánchez tendrá que conseguir mayorías a costa de ceder al chantaje de partidos cuyo objetivo es sacar tajada de la debilidad del Ejecutivo. Desde la amnistía a la financiación privilegiada para Cataluña pasando por las transferencias de inmigración, ha tenido que claudicar para poder seguir gobernando.

Todos los presidentes del Gobierno desde la Transición han gobernado con un proyecto. González tenía claro lo que tenía que hacer, al igual que Aznar. Era posible entender sus iniciativas en función de un programa y una ideología que había sido refrendada por sus votantes.

Por primera vez desde la Transición, el presidente del Gobierno está al albur de las circunstancias y carece de un proyecto que vaya más allá del mantenimiento en el poder. El medio se ha convertido en un fin en la medida que las políticas están supeditadas a la supervivencia de un dirigente y no al interés general.

Sánchez puede aguantar muchos meses en La Moncloa, incluso acabar la legislatura, pero ha renunciado a llevar a cabo un programa de Gobierno coherente y a afrontar los desafíos a largo plazo que tiene sobre la mesa. Todo se reduce a resistir. El líder que ganó una moción de censura prometiendo una regeneración ética de la política ha acabado por convertirse en un rehén de su apego al poder.