- En Davos Sánchez se mostró como es. Mintió sobre la aportación de España a la OTAN en gastos de Defensa. Mintió sobre la situación económica y no se refirió al paro sin manipulaciones ni a la deuda galopante. Mintió, ignorándola, la escalada impositiva
Recordé estos días un pensamiento de Camus: «La libertad consiste, en primer lugar, en no mentir. Allí donde prolifere la mentira, la tiranía se anuncia o se perpetúa». Es el caso de España. Nos deslizamos hacia la tiranía bajo el imperio total de un mentiroso patológico.
Lo más preocupante de la situación de nuestra democracia es que siempre pasa nada, no hay respuestas, la ciudadanía aparece silente, la calle no se mueve, la oposición no reacciona como muchos desearíamos, y vamos paso a paso hacia la Venezuela de Maduro. Recordamos aquellas enormes concentraciones que movilizaron el país y supusieron un aviso para el sanchismo que entonces no había recorrido ni la mitad del peligroso camino que supone tener la autocracia cada vez más cerca. ¿A qué espera la sociedad civil y la oposición política, unidas y firmes, para convocar de nuevo a los españoles en la calle? ¿A que sea demasiado tarde? Luego no habrá salida. La mayoría de los ciudadanos, y parece que la oposición, confían ¿en qué?
No ignoramos la situación que se vive en Venezuela o en Nicaragua, y no digamos en Cuba, camino de los setenta años de dictadura, por citar sólo tres realidades relevantes. Avanzamos hacia su emulación en Europa que parecía salvada de esos riesgos. Pero sectores nacionales que deberían mostrarse preocupados no lo ven así, no perciben el peligro. El sector empresarial, las grandes empresas, trampean como pueden y, al final, pesa más la comodidad que la alerta del riesgo. Cuando quieran reaccionar será tarde. Ya se vio en Venezuela y aquí empezamos a vivirlo; el último caso: Telefónica. Por su parte, la Iglesia, prudente, contemporiza, sin mirarse en el espejo de la creciente persecución en Nicaragua que aquí empezó con el acoso a la basílica pontificia del Valle de los Caídos y siguió con blasfemias en medios públicos. Y más.
No está el patio para experimentos. Pienso en aquella reacción de Eugenio D´Ors cuando un camarero le derramó champagne en la chaqueta: «Joven, los experimentos, con gaseosa». Pues eso. Lo que nos jugamos es demasiado valioso: la libertad, la democracia y el propio ser de España, para que un gobernante de pacotilla que no ha ganado nunca unas elecciones generales nos haga depender del chantaje de unas minorías escuálidas sólo para mantener su sillón y, de paso, con afán de perpetuarse, cambiando las reglas del juego y utilizando cartas marcadas.
En Davos Sánchez se mostró como es. Mintió sobre la aportación de España a la OTAN en gastos de Defensa. Mintió sobre la situación económica y no se refirió al paro sin manipulaciones ni a la deuda galopante. Mintió, ignorándola, la escalada impositiva. Mintió, en definitiva, sobre la realidad española. Es obvio que no engañó ni a los empresarios ni a los dirigentes políticos presentes; están al cabo de la calle sobre nuestras cifras reales. Los embajadores en Madrid reflejan en sus informes la realidad que viven. Cuando se habla con ellos muestran su sorpresa sobre el desparpajo presidencial que no acaban de entender. No saben, o prefieren no saber, que un perenne mentiroso, y más si es patológico, llega a creer fervientemente sus mentiras.
Embozado en una falsa realidad nacional que acepta como real por mera conveniencia y narcisismo de creerse el mejor, Sánchez no se enmienda porque está convencido de que no tiene nada que enmendar. Y ello nos conduce al caos y en términos políticos a la autocracia. Sus últimas decisiones son evidente ejemplo. Ni tiene freno ni líneas rojas y su campo de cultivo es haberse rodeado de mediocres que sin él no hubiesen alcanzado los lugares empingorotados que mantienen. ¿Los tendrían con otro presidente? Es obvio que no.
Vuelvo al inicio: la mentira. El presidente es experto. Acaso desde ella entendamos a dónde nos lleva Sánchez si el pueblo español, cuyo ariete debería ser una oposición con talento y sin fisuras, no lo impide. Escribió Dostoievski: «El hombre que se miente a sí mismo y escucha su propia mentira llega a un punto en que no puede distinguir la verdad dentro de él y por tanto pierde todo respeto por sí mismo y por los demás». Y Emerson: «Al que juró hasta que ya nadie confió en él y mintió tanto que ya nadie le cree, le conviene irse a donde nadie lo conozca». Acaso por eso Sánchez viaja tanto. Que se vaya a donde no lo conozcan. No le abuchearán, estará tranquilo y los españoles también.