- A estas alturas ya nada en Sánchez nos puede sorprender. Se ha saltado todas las reglas escritas y no escritas de la responsabilidad pública, ha pulverizado los consensos morales de la sociedad y liquidado cualquier atisbo de lealtad institucional
¿Por qué se empeña Sánchez en crear incertidumbre a los ciudadanos cuanto tiene tan fácil la solución al revolcón parlamentario que sufrió este miércoles? Se trataría de presentar nuevos decretos leyes con las medidas sociales para las que sí tiene apoyo y acelerar el trámite parlamentario que podría estar concluido en apenas 15 días. Así lo del miércoles pasado quedaría reducido a una mera escaramuza y el presidente se podría presentar ante la sociedad como un gobernante responsable y diligente, un hombre que genera confianza. Para eso se supone que están los gobernantes. Pero él, increíblemente, ha preferido tomar el camino alternativo, ha optado por crear más incertidumbre y malestar. En vez de presentarse como el garante de la subida de las pensiones por la vía de los hechos, ha preferido lanzarse a una batalla demagógica de resultados inciertos. Ha preferido abrir a otra estéril guerra por el relato antes que agachar la cabeza ante el Parlamento y solucionar el problema
A estas alturas ya nada en Sánchez nos puede sorprender. Se ha saltado todas las reglas escritas y no escritas de la responsabilidad pública, ha pulverizado los consensos morales de la sociedad y liquidado cualquier atisbo de lealtad institucional. Pero también ha demostrado una temible habilidad para crear marcos de polarización y sacar rendimiento de ellos. La decisión de mantener abierta la crisis de las ayudas sociales no responde solo a la pataleta de un narcisista caprichoso y soberbio. Es otro más de esos órdagos al borde del abismo que tan buenos resultados le suelen dar.
La sucesión de hechos que estamos viendo estos días en España apunta a unas elecciones inminentes: la militarización del PSOE con los ministros al frente de las federaciones más importantes; la toma de control de Telefónica, sus contenidos y su gigantesca inversión publicitaria; las ayudas millonarias a los medios para garantizar que los sincronizados no pierdan el ritmo de la Moncloa y esa operación Cataluña que pretende dar a Illa y al PSC el poder hegemónico que en su día tuvo CIU. Pieza a pieza, Sánchez va poniendo sus peones en formación electoral e incluso en modo de resistencia para el día en que tenga que salir del poder.
Tal vez consiga insuflar un nuevo aliento a sus agónicas relaciones con Puigdemont y ganar unas semanas más, pero él, sus socios y todos nosotros sabemos que la legislatura está muerta. Cuanto más tarde en enterrarla más se extenderá la podredumbre.
Sánchez está buscando la oportunidad para convocar elecciones en las circunstancias más favorables y definir el marco mental de la campaña que más convenga a sus intereses. Tensión y dramatismo; aquella fórmula que Zapatero le explicó a Iñaki Gabilondo cuando le pilló un micrófono indiscreto, aquí luce en todo su esplendor.
Esto de las pensiones y las ayudas al transporte puede ser el detonante de la convocatoria electoral o simplemente un ensayo para la ocasión definitiva, pero, de entrada, Sánchez le ha subido la apuesta a Puigdemont anunciando que no va a trocear el decreto. Está retando al de Waterloo a demostrar quién de los dos tiene menos miedo a un adelanto electoral. Como en las películas del Oeste, el que parpadee está muerto.