Manuel Montero-El Correo

  • El cabreo nacional y las ansias de embestir contra el adversario vienen de lejos. Lo nuevo es que las injurias son el medio principal de hacerse con el poder o mantenerlo

En el discurso están desapareciendo los matices. Todo es blanco o negro, bueno o malo, colapso mundial o paraíso, Sánchez o el infierno, el progre inmaculado o la perversa Ayuso y su familia de facinerosos. Nuestro lenguaje escapa de la realidad. Vivimos entre gamas difusas e incertidumbres, pero las nuevas jaculatorias buscan ahuyentarlas. Las palabras están hechas para transmitir tonalidades, comunicar la riqueza del lenguaje y desvelar la complejidad de la realidad. Aquí nos sobra casi todo el diccionario.

«La influencia de España en el mundo es hoy incluso mayor que en tiempos de Felipe González… Pedro Sánchez es el puto amo», aseguró Óscar Puente, orador socialista. Se está imponiendo el pensamiento tosco, entendiendo por tal el razonamiento burdo y autocomplaciente, que adopta las formas de subproducto intelectual y que nos lleva a cifrar nuestras esperanzas en la llegada de la inteligencia artificial, por la impresión de que la mente humana no da más de sí, socialmente hablando.

En el habla pública desaparecen los claroscuros, las gradaciones, las dudas. Es de temer que lo mismo suceda en nuestras mentes, puesto que el pensamiento es lenguaje. O que la evolución de nuestra mentalidad nos lleve precisa e inexorablemente a la simplificación dicotómica. Al convencimiento de que vivimos en la orilla buena frente a la margen opuesta, la de la perversión, que está al otro lado del río.

¿Y si no es un juego retórico o mero electoralismo? ¿Y si el presidente del Gobierno, al dividir el mundo entre los progres y la derecha/ultraderecha, dice lo que piensa y es esa su composición mental del mundo? Estremece solo imaginar que tenga esa concepción bipolar de la realidad, y que ignore que hay posiciones intermedias, los sitios en los que nadie está en posesión de la verdad, los espacios de las dudas: lo que es la realidad humana.

Hoy no se profundiza en los conceptos, se los supone triviales, pompas de jabón. Manda el eslogan. ‘Estamos contigo’, ‘somos como tú’, ‘estamos cerca de la gente’; y, lo que no se dice expresamente, pero está implícito y lo resume todo: ‘no somos como esos cabrones’. El ciudadano sabrá entender, pues está avezado a la presencia del enemigo.

Suponiendo que el presidente, un tipo raro, tenga ya semejante tara intelectual que le impide ver los matices e imaginando que tal lacra no es contagiosa, cabe asombrarse de las decenas de diputados y senadores que parecen compartir sus alucinaciones, aplaudiendo como descosidos, a veces a carcajada limpia, celebrando como discurso de altura cuatro frases ramplonas y deslavazadas, no siempre gramaticalmente correctas. ¿Lo hacen solo para demostrarse el más pelota -y hacer méritos- o, a fuerza de seguir al profeta laico van reduciendo sus perspectivas intelectuales a las del ratón que da vueltas en una noria que está dentro de la jaula? ¿La eliminación de matices y la asunción del pensamiento tosco son imprescindibles para avanzar políticamente.

Hay algo más: las redes sociales, hoy las catedrales del pensamiento, se han convertido en una máquina de simplificación intelectual, de eliminación de posturas intermedias. Si alguien quiere que triunfe su meme o se conviertan en ‘trending topic’ sus aportaciones -la ambición suprema- le conviene echar leña al fuego de algún conflicto, eliminar dudas, lanzar zascas, ofender o difundir infundios.

La agresividad se premia. La aportación zafia aumenta la visualización del engendro, conmueve más y logra la viralización. El medio de expresión conseguirá más anuncios y hará más negocio: en consecuencia, los algoritmos que seleccionan los mensajes premian la ira, el descontento y el enfrentamiento. No se alcanza la viralización hablando de paz y amor, sino insultando a quienes se culpa de impedir la paz y promoviendo el odio, que es lo que vende.

Suele asegurarse que, por lo común, la extrema izquierda y la extrema derecha se retroalimentan, pues ambos extremos están avezados en los bulos y en arremeter sin piedad contra cualquier discrepante, consiguiendo los mayores éxitos en las redes sociales y gestándose mutuamente sus apoyos ciudadanos. Es una de las explicaciones que se dan para la creciente bipolarización que sacude el mundo desde la llegada de Trump. El esquema resulta insuficiente para nuestro caso. No solo los extremos. Aquí todo el mundo aporrea al otro, llamándolo fascista, ultraderechoso, homófobo, vendido al Gobierno… Vivimos en estado de bipolarización multipolar, si vale el oxímoron. Todos contra todos.

El cabreo nacional y las ansias de embestir contra el adversario arrancan de lejos, forman parte de la tradición patria. La principal novedad es que el cabreo y las injurias han dejado de ser colaterales al sistema y se han convertido en medio principal para hacerse con el poder o mantenerse en él. Sin matices.