El techo electoral de la derecha en España son los 186 escaños de Mariano Rajoy en 2011. Los de la izquierda, los 202 del PSOE de Felipe González en 1982.
La mayoría más absoluta de la historia del PSOE se produjo en una España que ya no existe. Una España de la que reniega incluso el socialismo de 2025.
La de Mariano Rajoy fue mérito, más que del PP, de la crisis financiera de 2008, de la rebelión consiguiente de la España de los jubilados y de los ‘brotes verdes’ de José Luis Rodríguez Zapatero, el bulo fundacional de la era de los bulos.
Porque si algo no provocaba Rajoy, desde luego, era ilusión. Digamos que su PP fue el más perfecto antídoto jamás inventado contra la lujuria electoral. A veces uno gana sólo porque las elecciones generales no pueden dejarse desiertas.
Vamos a dar por buena, en cualquier caso, la tesis de que el techo de la izquierda en España está aproximadamente veinte escaños por encima del techo de la derecha.
Y eso sin sumar al PSOE el resultado de unos partidos nacionalistas que hoy, a diferencia de los años ochenta y noventa, no tienen ya incentivos para pactar con el PP, alcanzada hace tiempo la frontera final de unos privilegios más allá de los cuales sólo está un Poder Judicial propio, la desconexión fiscal respecto al resto de España y la independencia.
El último sondeo de EL ESPAÑOL le da al PP 146 escaños y a Vox 42. Es decir, 188 diputados, dos por encima de la mayoría absoluta de Rajoy.
El propio CIS, sin la cocina de Félix Tezanos, le da 143 al PP y 43 a Vox. 186 escaños totales. El mismo resultado del PP en 2011.
La última encuesta de GAD3 le da 151 escaños al PP y 44 a Vox. En total, 195 escaños. A sólo siete de la mayoría absoluta más aplastante de la historia de la democracia española, que se produjo en un escenario político menos atomizado que el de hoy y en unas circunstancias mucho más favorables para este tipo de resultados que las de 2025.
Es más. Si todos esos votos se concentraran en un solo partido, como ocurrió en 1982, la derecha estaría mucho más cerca todavía de los 202 escaños de González. Quizá incluso los superaría.
Pero la posibilidad de que PP o PSOE alcancen hoy por sí solos la mayoría absoluta en unas elecciones generales parece ciencia ficción. De hecho, no volverá a ocurrir.
Por supuesto, las encuestas a media legislatura no sirven de mucho y prueba de ello son los resultados de Alberto Núñez Feijóo en 2023, muy por debajo de lo que vaticinaban los sondeos más optimistas.
Pero vamos a creernos la tesis de que las encuestas, más que un resultado concreto, identifican tendencias sociológicas y políticas.
Si eso es así, España está hoy más a la derecha que nunca desde 1978.
Por supuesto, uno es libre de pensar que esos 141-153 escaños del PP lo que están pidiendo en realidad es que Feijóo aplique el programa electoral del PSOE ‘verdadero’.
O que PP y PSOE sumen sus escaños para una supermayoría a la alemana.
Pero yo creo que en España no somos tan diferentes del resto de los occidentales y que, a pesar de esa arraigada tradición española que consiste en llegar veinte años tarde a todo, la ola que nos ha traído a Donald Trump, Javier Milei, Giorgia Meloni y las nuevas derechas está tocando ya las playas españolas como los marines americanos la de Omaha Beach el 6 de junio de 1944.
Eso, a la derecha. A la izquierda, esa ola rompió hace mucho. Concretamente, el 1 de junio de 2018.
Algunos en el propio PP tienen la teoría de que Génova está defendiendo hoy políticas abiertamente socialistas (la de obligar a los españoles a pagarle el alquiler a los okupas mediante un «seguro de impagos» público es la última de ellas) porque en el cuartel general popular han llegado a la conclusión de que Feijóo no llegará a la Moncloa sin el apoyo de Vox y que la estrategia correcta, por tanto, es la de quitarle el oxígeno al PSOE por el centro y dejarle espacio demoscópico a los de Santiago Abascal por la derecha.
Crearemos un seguro de impagos a cargo del Estado que ofrecerá tranquilidad a los propietarios y oportunidades a los inquilinos. Especialmente a los jóvenes.
El Gobierno ha legislado para dividir. Nosotros lo haremos para construir. pic.twitter.com/6qAoec6sNM
— Alberto Núñez Feijóo (@NunezFeijoo) January 24, 2025
Es una teoría. Aunque yo no apostaría mucho dinero por ella.
Incluso aunque esa teoría fuera cierta, no veo yo hoy en el PP la finezza necesaria para navegar ese filo de la navaja sin acabar provocando la desorientación de sus votantes.
Yo, desde luego, no me siento identificado con el partido del que hablan Esteban González Pons o Borja Sémper, aunque sí con el que defienden otros líderes del partido. Y no estoy hablando sólo de Isabel Díaz Ayuso, Cayetana Álvarez de Toledo y Alejandro Fernández. Hay más cisnes negros por ahí.
Supongo que esta columna no va mucho más allá de constatar el giro ideológico de la España de 2025. Giro que confirman también otros indicios, como el de las audiencias de prensa, televisivas y radiofónicas. O como el de las fuertes tendencias antiautoritarias y anticensura de las redes sociales. O como el de la creciente preocupación entre la izquierda por la presunta derechización de los jóvenes.
O como el de la amortización de términos que se utilizaban hace no mucho para demonizar al contrario (‘ultraderecha’) y que ahora ya no significan nada.
Los ‘ultraderechistas’ de hoy son, por lo visto, sionistas, liberales y tecnoptimistas.
Los progresistas, por su lado, han acabado en el campo del antisemitismo, el estatalismo, la lucha contra la libertad de expresión y la rebelión contra el progreso tecnológico.
«Si la historia nos ha mostrado algo es que las tecnologías no generan prosperidad por sí solas» dijo Pedro Sánchez hace una semana. No se oía una barbaridad semejante desde que los luditas arremetieron a palos contra los telares de la Gran Bretaña de principios del siglo XIX.
Esta columna, también, no va mucho más allá de constatar que se dan hoy las condiciones de laboratorio necesarias para sacar a España de ese socialismo sociológico que ha sido la norma durante los cuarenta y cinco años de democracia.
La pregunta que me hago es si esta conclusión, la de que España ha girado radicalmente a la derecha como no lo había hecho durante el medio siglo anterior, es compartida en el PP.
Ya me perdonarán la columna en Génova, donde supongo que no se sienten cómodos con este tipo de análisis, pero acabo de volver de Singapur y de Malasia, dos de los ‘tigres’ asiáticos, y la sensación de que el mundo nos está dejando atrás a marchas forzadas, y no sólo a los españoles, sino a los europeos en general, es inescapable.
Quizá sea el jet lag.
Pero lo cierto es que hay mucho mundo ahí fuera y que no nos está esperando. Otra cosa es que sólo aspiremos a ser los gestores del camposanto y a que todo el futuro nos quede ya para siempre a nuestras espaldas.