- A diferencia del premier Asquith, Sánchez se deja robar el reloj que marca la hora de España por quien luego se lo vende a un gravoso y deshonroso precio. Para más inri, Puigdemont lo presenta como un precioso regalo de enamorado por San Valentín
El envenenado regalo de reconciliación que el prófugo Puigdemont ha hecho llegar a Pedro Sánchez por San Valentín, validándole «in extremis» una especie de trolebús —«trolabus», mejor— tras descarrilarle muchos vagones del decreto-ley ómnibus con el que pretendía mejorar expectativas y aclararle de quien depende la mayoría fija discontinua que le permite dormir en la Moncloaeevoca una anécdota que Agustí Calvet «Gaziel», luego director de La Vanguardia, recoge en una crónica suya sobre la I Guerra Mundial que refleja la opinión de las cancillerías de los diplomáticos balcánicos. Sucedió en una sesión del Tratado de Londres que saldó en 1913 el litigio interbalcánico al birlarle al premier inglés Asquith su cronómetro de oro.
Al oírle decir «¿Entre qué gente estamos?», el primer ministro griego Venizelos le susurró: «Apostaría los restos del Partenón a que fue el delegado búlgaro. Déjelo de mi cuenta». Asquith se quedó de piedra, mientras su homólogo se alejaba guiñándole un ojo. Al día siguiente, Venizelos se le acercó radiante y le plantó el reloj en la palma de la mano: «¡Ya se lo dije! No podía ser otro». Estándole agradecido, a Asquith le intranquilizaba cómo se lo habría tomado el colega búlgaro. No era cosa de malograr una conferencia pendiente de un hilo. Venizelos lo serenó: «No tema. Ni se ha enterado». «Pero, ¿cómo lo ha hecho?», le inquirió. «Pues, ¡toma! Se lo quité sin que se percatara de ello».
Asquith siempre anduvo con la mosca detrás de la oreja dudando si no había sido un ardid de Venizelos para venderle como favor la restitución de aquello que le habría robado él para endosarle el hurto al ministro búlgaro ajeno al enredo. Pareja sensación se trasluce del juego de cartas marcadas que se trae la extraña pareja Sánchez-Puigdemont desde que el inquilino de la Moncloa le compró su investidura a cambio de una amnistía paralizada por el Tribunal Supremo como antes la «suspendencia». A base de tiras (de Puigdemont) y de aflojas (de Sánchez), esta «extraña pareja» —más rara incluso que la de Walter Matthau y Jack Lemmon en la comedia de ese título—, ambos van de la mano, aunque también se reprochen: «Todo lo que haces me irrita y, cuando no estás, me irrita imaginarme lo que harás cuando vengas». Para cerciorarse, no es preciso que uno le reclame al otro aquello del personaje de Matthau: «¡Sostened bien altas las cartas que quiero ver donde las he marcado!»
Si peculiar era aquella pareja de cine, con Lemmon interpretando a un hipocondriaco cuya mujer ha de usar loción de afeitado en vez de colonia por su alergia al perfume, no lo son menos quienes avanzan en sus planes sin el coste de derogar la Constitución ni proclamar la independencia. Como la rana en agua tibia, la opinión pública se adapta a la mudanza de régimen y de nación en su deseo de tener la fiesta en paz sin vislumbrar el infierno.
Dando tumbos, la palabra de Sánchez sufre tal depreciación que solo compromete a quienes necesitan creerlo. Pocos espectáculos tan deprimentes a este respecto como su comparecencia del martes tras embaularse su «decreto ómnibus» recluyendo a su Consejo de Ministros en la habitación del pánico a la espera de que sonara el teléfono desde Waterloo y ratificar a ciegas las imposiciones del fugitivo tras hacer Sánchez cuestión de gabinete de su «sostenella y no enmendalla». Este ha rememorado al célebre alcalde de Tarazona cuando ordenó no atender el aviso del sacristán de retroceder para que la procesión no chocara con una tapia. Al grito de «¡Tarazona no recula, aunque lo mande la bula!», mandó saltar el muro con insignias y estandartes terminando la cosa como el rosario de la aurora.
En consecuencia, tras tener que envainar la espada, Sánchez ha transitado de su «Manual de resistencia» al «Manual del perfecto agachado» para tratar de salvar el honor fingiendo ceguera para no darse por agraviado. No fue trago llevadero para quien presume —y se exhibe como tal— de ser el «Puto Amo» tras ser humillado por Puigdemont, pero cuidándose de dejarlo vivo porque lo necesita (y se necesitan). Como los picaderos con su «metisaca» para apocar al toro y dejarlo listo para la muleta, ambos han acordado tramitar la «moción de confianza» que no quería Sánchez por socavar sus atribuciones, pero que no irá más allá de recordarle de quien depende. «Pues ya está», que dijo él sobre el hoy encausado fiscal general, Álvaro García Ortiz.
Tras dejarse robar hasta la camisa —sudada o no, como presume— por Puigdemont, cuando el PP le ofrecía esos votos gratis si troceaba el decreto ómnibus para revalorizar pensiones, renovar abonos al transporte y aprobar ayudas a los damnificados por la Dana, a Sánchez le apremiaba hacer impracticable que Feijóo votara a favor introduciendo un par de chicharros en el «trolabus». De un lado, su dación en pago al PNV del palacete parisino propiedad del Estado; de otro, la protección de los «inquiokupas» con un parche de Junts como los de Sor Virginia.
Habiendo hecho bandera el PP de estos asuntos, votando «sí» a lo que ha rebautizado como «decreto minibús», Feijóo lo tiene difícil ante sus votantes que, antes de rebanarlo Puigdemont, estaban por el «no». Pero, si votará en contra del «trolabús», lo tendría imposible ante el voto decisivo que son hoy los pensionistas y agravaría su posición en Valencia, una vez que Mazón mordió el anzuelo de Sánchez penando con sus culpas y con las del desertor de Paiporta que se vale de la excepcionalidad para asar vivo al «president» que sacó a la izquierda de la Generalitat.
Por eso, a diferencia del premier Asquith, Sánchez se deja robar el reloj que marca la hora de España por quien luego se lo vende a un gravoso y deshonroso precio. Para más inri, Puigdemont lo presenta como un precioso regalo de enamorado por San Valentín al aguardo de que su extraña pareja le visite en Waterloo para proseguir el mercadeo después de haberse comprometido a entregar al prófugo a la Justicia que él ahora también torea. Cómo se ande lerdo el PP, apechuga con todo el coste de una decisión propia de partido de gobierno, pero aprisionado entre un Gobierno de oposición y un Vox que ha dado prioridad a engordar a costa del PP, explotando sus contradicciones no todas ellas cabalgables.