Luis Ventoso-El Debate
  • El PP podía haberse quedado en la abstención en vez de virar rápidamente al «sí» al decreto, pero se asusta ante el qué dirán los medios del régimen

Sánchez, malo pero nunca tonto, dejó agazapada una trampa en la versión recortada del decretazo, a la que fue obligado por Puigdemont. Se quedaba dentro del decreto la cesión al PNV de un palacete del Estado español en París, a la que se había opuesto de plano y con duras palabras el PP. Si quería apoyar la subida de las pensiones, Génova tendría que envainársela y tragar con lo del palacete.

Ante este panorama, el PP tenía que hacerse una serie de preguntas antes de tomar su decisión de voto. Por una parte, estaban las dudas sobre los riesgos de cabrear a los pensionistas: ¿Podemos permitirnos votar «no» al decreto que sube las pensiones una vez que ya ha sido troceado como pedíamos? ¿Podemos arriesgarnos al coste electoral de quedar señalados de aquí a las generales como el partido que castiga a los jubilados y les recorta su dinero?

En la otra balanza aparecía el famoso palacete de París, regalado por Sánchez al PNV dentro de sus ofrendas al separatismo. Esa decisión burla una sentencia de la justicia francesa de 1951, que había dado la razón al Gobierno español sobre la propiedad del edificio frente al PNV, y otra de este siglo de nuestro Tribunal Supremo. Aquí las preguntas para el PP eran las siguientes: ¿Soy un partido serio si primero me opongo como una pantera a la cesión, tachándola de «acuerdo asqueroso» y «escándalo moral», y ahora pasó a apoyarla por el bien superior de las pensiones? ¿Es coherente votar «sí» a algo que rechacé ayer con enorme fuerza? ¿Puedo dejar tirados a los míos del País Vasco, que habían convertido en bandera estelar su oposición a este regalo al PNV, que simboliza la rendición del Gobierno de España al separatismo?

¿Me arriesgo a enfadar a los pensionistas… o sacrifico mi palabra y mi coherencia para quedar bien ante ellos y que no me zumbe la izquierda en sus televisiones? Todo un dilema.

Temblor de piernas de los barones «progresistas» del PP (por el Sur campa alguno destacado) y dudas metódicas de Feijóo… Y al final… tachín, tachín… nos comemos el palacete y votamos «sí» al decreto. Una decisión bien poco gallega para un dirigente tan gallego, pues existía una evidente tercera vía: toda vez que la subida de las pensiones y el resto de las ayudas ya están garantizadas por Junts, el socio de Sánchez, me abstengo, pues no puedo dar mi «sí» a lo de París en contra de mi propia palabra.

Así de fácil. ¿Entonces por qué no lo hacen? Pues porque arrastran un tremendo complejo de inferioridad ante la izquierda. Además, tienen pánico a la enorme potencia del cañón mediático de Sánchez (lo cual es cierto: las televisiones del régimen manejan de tacón a buena parte de nuestra opinión pública).

Más que por la votación en sí, el asunto tiene su calado por lo que refleja de fondo. Se puede conquistar la Moncloa liderando, ofreciendo una visión de la vida alternativa a la del deprimente combo del sanchismo y el separatismo. O se puede aspirar a llegar a meta solo por una acumulación de errores del contrario, más que por méritos propios. Me temo que el PP está más bien en lo segundo que en lo primero.

¿Por qué ha ganado Trump contra todo el establishment de la primera potencia del mundo? Pues porque les dijo a sus compatriotas lo siguiente: yo voy a relanzar a este país, yo voy a atender a tus problemas de seguridad y económicos, algo que la izquierda pija del género y la subcultura de la muerte no hace; yo te ofrezco una esperanza, y ya de paso, vamos a sacudirnos toda esta absurda empanada ‘wokista’. Y gana, por supuesto.

Sánchez ofrece subvenciones peronistas a costa de arruinar la caja pública, igualación a la baja, división social, rechazo del patriotismo, sumisión al separatismo, subcultura de la muerte, ingeniería social revanchista y una fiscalidad abrasiva. ¿Va el PP a oponerse frontalmente a todo ese paquete, que a medio plazo supone el hundimiento de la nación… o va a seguir haciendo el González Pons? Están a tiempo de darle una pensada.