Ignacio Camacho.ABC

  • El PP se ha encogido ante la amenaza de un paso en falso por temor a la hegemonía propagandística de su adversario

Al final les han temblado las piernas. El problema de los partidos moderados es que en la política contemporánea los argumentos sensatos, o simplemente complejos, quedan emparedados entre los discursos esquemáticos de quienes no necesitan justificarse por ser sectarios, porque eso es justamente lo que les pide su electorado. En ningún sitio está escrito, sin embargo, que el moderantismo implique renunciar a su razón por temor a las etiquetas de los adversarios. Y ésa es la sensación que deja el respaldo del PP al famoso decreto ‘ómnibus-microbús’ después de impugnarlo: la del miedo al relato. La de un sentimiento de inferioridad frente a la potencia de fuego de un aparato propagandístico capaz de endilgar a la derecha el marchamo de enemiga de los jubilados y mantenérselo a cuestas durante muchos años. La de un apocamiento ante la amenaza de un forzado paso en falso. La de la falta de confianza en la capacidad prescriptiva del propio liderazgo.

Es evidente que el Gobierno buscaba el voto negativo de los populares. Por eso juntó desde el principio la subida de las pensiones o el abono de transportes con otras propuestas inaceptables para una oposición que se precie de honesta con sus votantes. Y por eso las mantuvo incluso después de que Puigdemont obligara a Sánchez a retirar las que chocaban con sus intereses clientelares. Los pensionistas son en cualquier país un colectivo de tal sensibilidad explosiva que los políticos han de tratarlo con el cuidado que pondrían en manejar un bote de nitroglicerina. En ese sentido, y habida cuenta de que de todas formas las medidas ya tienen asegurada la mayoría, la decisión de Feijóo se orienta en un sentido táctico, acaso basado sobre una deducción cuantitativa: entre pasar por el tipo que se negó a actualizar las pensiones a la inflación o decepcionar al electorado que espera una decidida resistencia antisanchista, esto último es lo que menos le perjudica. Teoría del mal menor y patada hacia arriba.

Los dirigentes de la calle Génova sostienen que han eludido la trampa en que querían atraparlos y además han logrado que el presidente se humille una vez más ante el prófugo de Waterloo. Es cierto, aunque al precio de un volantazo poco comprensible para los seguidores más arriscados, cuyo hartazgo les vuelve insensibles a los planteamientos pragmáticos. Y sobre todo, a costa de renunciar de antemano a dar la batalla de los principios y reconocer un flanco vulnerable de pánico al rechazo. Esta aceptación de la hegemonía narrativa de la izquierda es un hándicap que el liberalismo español arrastra desde mucho tiempo y para el que no ha hallado aún una estrategia que pueda ponerle remedio. Quizá haya algo peor que sentirse en desventaja en un campo concreto, y es ponerlo de manifiesto. Permitir que todo el mundo sea consciente de que la alternativa de poder tiene una debilidad al descubierto.