Antonio Elorza-El Correo
- La evocación de este paisaje del horror es más necesaria que nunca y nos recuerda que hay genocidios casi olvidados
Hubo un tiempo en que recordar Auschwitz había perdido importancia. En los años finales del siglo XX, la guerra mundial parecía lejana, las democracias consolidadas e incluso muchos creyeron (creímos) que el conflicto palestino-israelí estaba a punto de ser resuelto. Fue justo entonces cuando conocí a Violeta Friedman, que acababa de vencer en su batalla judicial contra el nazi Léon Degrelle, el cual había negado el Holocausto y reafirmado su antisemitismo. Tuve el honor de mantener una estrecha amistad con ella. Fue una lucha individual, que la superviviente de Auschwitz ganó en el Tribunal Constitucional y tuvo la suerte de morir antes de que el mismo revocase la sentencia en nombre de la libertad de expresión.
En esos años, Violeta era una incansable propagandista de la lucha contra el antisemitismo, que asociaba a la defensa de los derechos humanos y no la arredraba explicarlo en territorios hostiles como la Facultad de Políticas en Madrid, logrando convencer a sus airados críticos propalestinos. Siguió estando bastante sola hasta su muerte en el año 2000, contando con la ayuda y la amistad de Ángeles Caso que dio forma al relato de su experiencia en un libro ejemplar, ‘Mis memorias’.
En el mundo de hoy, se han disipado las esperanzas de que el genocidio judío forme parte de una historia trágica ya superada. La evocación de Auschwitz es más necesaria que nunca. Si no existiera la distancia, su visita debería ser obligada para la formación de los jóvenes europeos, de resultar posible, acompañada de Mauthausen, el campo donde estuvieron y murieron los republicanos españoles, cercano a Viena. En Auschwitz-Birkenau el paisaje sugiere ya el horror, mientras que Mauthausen nos dice que el horror puede nacer en un paisaje idílico, próximo al Danubio, y que el exterminio va siendo fabricado con criterios racionales. Las cámaras de gas no surgen por generación espontánea. Pensando en Goya, no se trata de ‘El sueño de la razón’, sino de ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’, porque ahí, en la guerra total de Napoleón, empezó todo.
El antisemitismo sigue vivo, y al evocar Auschwitz puede incluso disfrazarse involuntariamente de humanitarismo. Es así como el martes pasado, mientras los Reyes estaban donde debían estar, en la celebración, nuestro presidente emitió primero un tuit donde se limitaba a evocar los millones de víctimas del nazismo y al odio como su causa. Luego rectificó y puso las cosas en su sitio, los millones de víctimas eran judíos y el Holocausto tenía una causa. Es importante porque en la reacción española al 7-O hubo mucho antisemitismo larvado, envolviéndose en defensa de la causa palestina.
Las cosas debieran estar claras. El 7-O no fue un simple ‘atentado’ de Hamás, una manifestación exagerada de un justo patriotismo, provocado por la actuación de Israel, sino un acto de vocación genocida, expresión de la voluntad de exterminio de Hamás, lo cual se ha visto trágicamente confirmado con el episodio de los rehenes. Hamás prefirió la muerte de miles de gazatíes por disfrutar de una buena propaganda. Del mismo modo, la destrucción de Gaza, ordenada y mantenida por Netanyahu, es un crimen contra la Humanidad acumulativo, como es día a día su opresión destructiva sobre Palestina, que requiere condena y castigo. Falta la premeditación para el genocidio -más presente en Cisjordania que en Gaza-, pero por su magnitud los efectos son equivalentes. Un infierno contra otro infierno, pero nunca equidistancia y siempre, ponderación como criterio.
Sin fundirse en una condena general, vacía de significados, Auschwitz también nos recuerda que hay genocidios casi olvidados. El de más necesaria evocación es el de los jemeres rojos en Camboya: millón y medio de muertos sobre ocho millones de habitantes. Y unas ideas criminales confesadas, que gozan de buena salud: el comunismo de raíz soviética, del cual contamos incluso con un digno representante en nuestro Gobierno en calidad de secretario de Estado. A diferencia de los fascismos, supervivientes disfrazados o no, pero fieles a sus orígenes hasta hoy, hubo comunismos que mutaron hacia la democracia y finalmente condenaron a Lenin, Stalin y el gulag, desapareciendo finalmente tras impulsar la democracia en España y en Italia, pero el comunismo fiel a ese pasado criminal no tiene absolución posible. Debe ir con el fascismo al basurero de la historia.
El papel de la conciencia democrática es, en este terreno, no ser nunca conformista, analizar y denunciar, aunque sepamos que hoy por hoy, los medios nos faltan, para luchar eficazmente como hizo Violeta Friedman, contra las ideas y las prácticas genocidas. Contra las opresiones manifiestas de los ayatolás en Irán, del castrismo en Cuba, de Xi Jinping sobre uigures y tibetanos, contra el proyecto político de Trump. A diferencia de los años 60, sabemos que ‘we shall not overcome’, pero por lo menos que no esté ausente la voz de la razón, a la luz de una linterna que ilumine la escena del horror, como en ‘Los fusilamientos’ de Goya. Y vean ‘Patria y vida’.