- El rechazo a la inmigración extranjera no distingue entre catalanistas y unionistas: los primeros la ven como una amenaza cultural, y los segundos como una amenaza laboral.
Pedro Sánchez ha pacificado tanto Cataluña que el discurso de «charnego orgulloso» de Eduard Sola en los Premios Gaudí causó una oleada de indignación entre los independentistas.
Mientras la amnistía y la desinflamación del conflicto en las calles se venden como prueba de estabilidad, las redes demostraron que la fractura en Cataluña sigue abierta.
Los portavoces a sueldo del independentismo han intentado relativizar la discriminación charnega comparándola con la opresión franquista sobre los catalanohablantes. Aseguran que sus abuelos, «catalanes, catalanes», también fueron analfabetos y pobres, pero que la resistencia permitió su progreso.
Otros sugieren que existe un negocio del charneguismo, que se apropia del victimismo para obtener reconocimiento. Pero los datos contradicen esta narrativa: los charnegos sí fueron objeto de desprecio y exclusión, algo que nunca ocurrió con los catalanohablantes.
Los catedráticos Josep Maria Oller, Albert Satorra y Adolf Tobeña han estudiado la fractura catalana en informes como ¿Hibernación de la Secesión? (2023), basándose en datos del CEO (Centro de Estudios de Opinión) de la Generalitat.
Sus conclusiones son claras: el factor lingüístico sigue siendo clave, más que la ideología. Los catalanohablantes tienden a ser secesionistas y los castellanohablantes, unionistas. La polarización ha disminuido desde aquel ficticio 1-O, pero la segregación identitaria sigue siendo profunda.
Las diferencias económicas también son marcadas: el 72% de los que ganan más de 2.500€ al mes apoyan la independencia, mientras que el 68% de los que ganan menos de 1.500€ la rechaza.
En cuanto al nivel de estudios, el 63% de los independentistas tiene formación universitaria, frente al 41% de los unionistas. Los apellidos catalanes ganan más; los apellidos castellanos, menos. En el ámbito laboral, los apellidos españoles enfrentan más rechazo.
La fractura se ha mantenido estable en la última década: el 51% de los catalanes están en contra de la independencia, el 42% a favor, y el 7% no tiene una postura clara. Este empate técnico se ha repetido desde 2015, sin correlación con las decisiones de Madrid.
Sin embargo, desde 2020 han predominado las posiciones contrarias a la independencia. En elecciones autonómicas, el empate es constante: la diferencia entre el bloque independentista y el unionista es siempre de 150.000 votos.
La sociedad catalana sigue profundamente polarizada, con un repudio recíproco que, en palabras de Tobeña, no ha «hibernado» gracias a Sánchez: «La hibernación del independentismo comenzó antes de los indultos, es decir, no fueron estos los que la provocaron. La sociedad catalana ya estaba cambiando antes de que se aplicaran».
«El término charnego, que nació como insulto, dio identidad a un grupo de inmigrantes que no la tenía»
En esta hibernación, ambas partes intentan apropiarse del relato de la opresión, pero los estudios muestran que unos ganan más que otros. Como sabemos, es inaudito que un rico sea discriminado.
Pero ¿qué significa ser charnego?
El charnego power se ha convertido en una identidad propia, lo que, según Arcadi Espada, es un éxito del nacionalismo. Eduard Sola mencionó un reprimido deseo de venganza en su discurso, reflejando el resentimiento de los descendientes de inmigrantes andaluces hacia la élite nacionalista catalana.
En su definición más básica, un charnego es un descendiente de inmigrantes andaluces, extremeños y murcianos que llegaron a Cataluña entre 1950 y 1970. Una mano de obra barata fundamental para la modernización económica de Cataluña (y del País Vasco y Madrid), pero que nunca fue plenamente aceptada por la identidad nacional catalana.
EDUARD SOLA – Premi Gaudí a Millor Guió Original per CASA EN FLAMES.#PremisGaudí #XVIIPremisGaudí pic.twitter.com/FsENIPKtP9
— Acadèmia del Cinema Català – Premis Gaudí (@academiacinecat) January 18, 2025
Entonces, ¿los hijos de inmigrantes le deben algo a Cataluña?
Mis padres y sus hermanos emigraron desde Andalucía a Madrid y Barcelona. Los hijos hemos progresado, más gracias a una socialdemocracia que, como es sabido, cosecha las ventajas de la genética, que al territorio.
El principal condicionante del éxito no fue crecer en Cataluña, sino la elección entre ciencias y humanidades: ganan más los primeros. A mis primos en Madrid nunca los insultaron por su origen, mientras que otros que regresaron a Jaén han prosperado gracias a su amor por la biología y la ingeniería, sin necesidad de ningún relato identitario.
El término charnego, que nació como insulto, dio identidad a un grupo de inmigrantes que no la tenía, porque la identidad es cosa de ricos. Para mi sorpresa de inmigrante de casta, Buenafuente, Évole, Rufián y ahora Sola han reivindicado en catalán (bueno, Rufián no) su condición charnega. Qué gran éxito de integración.
«La fractura real ya no es entre charnegos y catalanes, sino entre locales y extranjeros»
Los hijos y nietos de charnegos han reivindicado su historia a través de la literatura, como Javier Pérez Andújar, José Luis Menacho y Gregorio Morán, que vinieron a llenar el vacío que dejó Manuel Vázquez Montalbán, Francisco Candel y Juan Marsé, grandes retratistas de la Barcelona charnega.
Marsé, en Últimas tardes con Teresa (1966), describió con maestría cómo la gauche divine catalana utilizaba al Pijoaparte como garante de su progresismo, aunque sus comportamientos no dejan de convencernos de su racismo. El modelo catalán de integración nunca existió: no ha logrado integrar ni a los charnegos ni a la nueva inmigración extranjera.
Asoman ya posibles soluciones para la fractura identitaria en Cataluña. Una de ellas es la que podríamos bautizar à la orientale: que se maten entre ellos, como demuestra el significativo ataque violento de los radicales de izquierda de Arran contra la sede de Aliança Catalana en Barcelona, considerada el Vox del independentismo por su agenda ultranacionalista y xenófoba.
A mis amigos charnegos tampoco les importa ya que les llamen charnegos. Están más preocupados por otra cosa.
En Cataluña viven hoy casi dos millones de inmigrantes extranjeros que en su vida han escuchado el término charnego. Un 17,2% de los ocho millones de habitantes de Cataluña han nacido en Marruecos, Pakistán, Colombia o algún país africano. En ciudades como Martorell, los niños que no hablan ni catalán ni español ya son mayoría en las escuelas. La inmigración masiva está redefiniendo el panorama social.
El rechazo claramente trumpista a esta nueva inmigración no distingue entre catalanistas y unionistas. Los catalanistas la ven como una amenaza cultural, los españolistas como una amenaza laboral. Los charnegos que votaban a la izquierda ahora se inclinan por opciones anti inmigración. Hasta Xavier Rius, crítico histórico del nacionalismo catalán, ha adoptado un discurso trumpista sobre orden y seguridad.
Mientras los independentistas buscan en su árbol genealógico algún redneck catalán para justificar su victimismo, la fractura real ya no es entre charnegos y catalanes, sino entre locales y extranjeros. Gracias, Donald Trump, por acabar con el problema catalán.
*** Marga Zambrana es periodista.