Miquel Escudero-El Correo

Es habitual depositar en los políticos todas las inmundicias sociales como si los demás fuésemos inmaculados. Bien sé que escasea la calidad humana e intelectual entre los políticos y que abundan las artimañas y embustes entre nuestros gobernantes. Pero nosotros, ciudadanos de a pie, deberíamos saber dar cuentas, privadamente, de nuestra responsabilidad en algunos aspectos cotidianos; no solo al ser llamados a las urnas. ¿Queremos guardar inconsciencia de la repercusión de nuestros actos y omisiones? A menudo es así. ¿Somos capaces de mostrar una pizca de vergüenza tras cometer un error, no digamos si se trata de una fechoría? Algunos permanecen inalterables, sin gota de turbación, cuando no están descaradamente orgullosos.

En una sociedad democrática y liberal todos debemos contar y no solo nominalmente. Sería bueno que cada ciudadano se dijera: ‘Por mí que no quede’, ‘hago lo mejor que puedo’; también en el diario que aquí nos congrega para leer o escribir. Hace poco, Sergio Vila-Sanjuán preguntaba si nos agrada y nos convence el espejo que la cultura brinda de nuestra sociedad y de nosotros mismos.

No olvidemos que hay empresas dedicadas a fomentar círculos viciosos de los que cuesta salir. Hay una poderosa industria que pretende enganchar al mayor número de infelices en la adicción al juego. Es asombroso y cínico que algunos de estos complejos industriales incorporen centros de recuperación para superar la patología que alimentan. Tras hacer negocio sacando partido de la debilidad ajena, se ofrece a sus familias salida terapéutica a los daños promovidos. Son falsos amigos que no están dispuestos a dejar de tragar perras.