José Manuel Azcona-ABC

  • Los españoles hemos decidido no explotar los yacimientos petrolíferos de las islas Canarias, ni las tierras raras que van apareciendo en nuestra geografía

Tengo claro que los dos elementos estructurales que caracterizan nuestras vidas como ciudadanos occidentales y que lo harán en el futuro son las migraciones internacionales y el terrorismo global. Ambas circunstancias tienen que ver con la narrativa que debemos mantener en la sociedad en la que convivimos cada día, cada minuto. Así, con respecto a la llegada de extranjeros a nuestra nación, hay que tener mucho cuidado con lo que se dice, pues de lo contrario puedes ser sometido a crucifixión social. Es evidente que los inmigrantes que cada día llegan a los puertos de las Islas Canarias o a las terminales aéreas no manifiestan una imagen de parias de la tierra, pues muchos de ellos portan móviles de última generación y tienen un aspecto a todas luces saludable. Todos ellos son ilegales, es decir, entran en nuestra querida nación sin que nadie lo haya requerido. Por ello, y a tenor de la legislación nacional e internacional, lo lógico es que fuesen retornados a sus naciones de origen. Salvo, claro está, los casos de estricta necesidad humanitaria. Con esta cuestión hay que cuidar mucho la opinión… siempre hay que manifestar en público que hay que ser solidario ‘ad infinitum’ con la desgracia ajena y que hay que acoger al recién llegado con los brazos abiertos.

Los Estados-nación tienen el derecho soberano de regular quién cruza sus fronteras e incluso el tipo de inmigrante que precisan, a tenor de sus necesidades sociolaborales. Pero lo que debemos decir en nuestras relaciones sociales para no ser laminados es que hay que abrir las fronteras para que entre en la UE quien lo desee, proveniente de África, Asia o Iberoamérica. Insistir en que hay que regular las migraciones, como nosotros pensamos, es un anatema. Quienes nos dedicamos a la demografía histórica vindicada a los movimientos migratorios internacionales sabemos que en 75 o 100 años Europa dejará de ser un territorio de estructura social histórica judeo-cristiana con mayoritaria población blanca para transformarse en un ámbito africano y musulmán. Esto no tiene vuelta atrás, pues los occidentales optamos por no tener descendencia ante el hedonismo mayor que insufla nuestras vidas. Por ejemplo, la España de hoy tiene 48,8 millones de habitantes, de los que el 18 por ciento son inmigrantes, quienes, tal y como llevo veinticinco años estudiando con la diáspora española en Hispanoamérica, siempre contribuyen al desarrollo de la nación de asentamiento. Siempre gracias a su empuje laboral incuestionable. Salvo cuando se ubican en las subvenciones gubernamentales sin ánimo alguno de producir. Modalidad esta de nuevo formato en nuestro solar occidental a partir de 1990. Ningún emigrante español por mí estudiado tuvo esta oportunidad de vivir de subvenciones. Simplemente pasó a América o a la Europa de la CEE para trabajar, ahorrar y prosperar. La mayoría de ellos engrosó la mesocracia local y contribuyó al desarrollo económico de las naciones de destino. Y cuando Argentina, Uruguay o EE.UU. decidieron cerrar fronteras así lo hicieron, sin más. En España, más de 100.000 inmigrantes cobran pensiones, con un coste de mil millones. Y en torno al 30 por ciento de ellos residen al amparo de las subvenciones del Estado.

A los partidos neocomunistas de extrema izquierda que pululan en Europa y que cogobiernan en España, además de una parte de los socialdemócratas, estos planteamientos son bandera de su ideología, que han exportado a la totalidad del pensamiento global. Como te salgas estás en la diana. Es el apoyo universal al más débil, aunque a nosotros nos parece que las migraciones hay que regularlas por el bien de la convivencia social. Esta cuestión me lleva a insistir en la importancia que otorgo al esfuerzo, al emprendimiento, algo cada día menos común, pues hay que equiparar a todo el mundo en la más solemne igualdad para no crear discriminación. Lo que hemos de llevar al ámbito empresarial. En nuestro país los empresarios de éxito son tildados muchas veces de ladrones y, cómo no, de explotadores. En el universo anglosajón son respetados. Así que tenga usted cuidado con manifestar emoción por el trabajo bien hecho y la recompensa al esfuerzo, porque puede ser insultado. Tampoco se acepta mucho defender la religión católica, a la que se acusa del supuesto retraso socioeconómico de nuestro país, que no tiene correlación histórica. Nunca se sustenta a la ingente obra social que ha realizado (y realiza) a lo largo de la historia y la paz social que esta acción supuso, y siempre se saca en la tertulia la acción de la Inquisición, que ejecutó por razones de fe a unas 1.400 personas, sin citarse los más de 100.000 muertos que hubo en Europa solo en el siglo XVI por las guerras de religión o caza de brujas. A un buen porcentaje de los ciudadanos que se consideran modernos y se autodefinen como progresistas les encanta realizar diatriba contra la historia de España, que consideran de pésima trayectoria. Solo el Gobierno de la II República (1931-1936) goza de sus máximas preferencias. Incluso llegan a cuestionar la grandeza de la Constitución de 1978 y la patria moderna que hemos construido con esfuerzo y que nos ha posicionado en el lugar 12 de la tabla de las 190 naciones que conviven en el mundo.

No se le ocurra, estimado lector, cuestionar el cambio climático. Es decir, no afirme, como ha ocurrido en otros periodos de la historia de la humanidad bien estudiados, que las mutaciones del clima actuales son coyunturales o pueden serlo, pues en esta cuestión, como en otras, los científicos están divididos. No cuestione tampoco, aunque ya lo han hecho millones de agricultores y ganaderos de la Unión Europea, que han rechazado la Agenda 2030, la acción benéfica e inmutable de los ecologistas globales y su modelo productivo sostenible, pues será insultado con fervor. Y sobre todo mantenga una actitud en torno a los animales de solidaridad y empatía, por encima incluso de las personas. Y no se queje de que tengamos que importar la luz de la nuclear Francia, el gas del Magreb o el petróleo de medio mundo, o cualquier otro producto minero. Los españoles hemos decidido no explotar los yacimientos petrolíferos de las islas Canarias, ni las tierras raras que van apareciendo en nuestra geografía, y nos negamos con el énfasis de nuestros ecologistas a cualquier horadación del terrazgo para no destruir el ecosistema bello que nos rodea. Compramos todo lo que necesitamos y pagamos más impuestos. Solución perfecta.

La política de género y el presupuesto del erario destinado a ella son intocables. Cualquier comentario al respecto lleva al ostracismo más cruel. Por cierto, sería interesante que los gobiernos nacionales emprendiesen políticas activas para paliar el grave problema de suicidio que tenemos en nuestro país, con 3.000 o 4.000 decesos al año.

Termino con la cuestión con la que empecé: el terrorismo. En este punto hay mayor consenso, pero entender que apoyen la gobernación de España aquellos que han generado terror dentro de ETA con sentencias judiciales incluidas duele a una buena parte de los españoles, especialmente a quienes han padecido a la organización terrorista. Si se tienen en cuenta estas recomendaciones se vivirá sin conflicto alguno, siempre que seamos capaces de manejar un lenguaje inclusivo y no ofender la ideología ‘woke’ que sustenta nuestro mundo, o lo pretende. Se vivirá sin conflicto, pero se sustentará la dictadura moral que buscan determinados gobiernos occidentales. Y dejaremos de ser ciudadanos libres e iguales.