José Alejandro Vara-Vozpópuli
Sánchez se erige en paladín contra la bestia de la multinacional ultraderechista, el último izquierdista vivo
Sánchez aguarda con ansia el 23-F. No por homenajear al del tricornio (como hace con Franco) sino por las elecciones alemanas. Anhela un enorme resultado de Alternativa por Alemania para que forme gobierno con los democristianos de la CDU. Las piezas siguen encajando. Con la ultraderecha en el Ejecutivo de Berlín, más de media Europa pasará a estar dirigida por la ‘multinacional de la ultraderecha’, ese espantajo que inventaron los 800 asesores de la Moncloa y que se ha convertido ya en argumento único para hilvanar sus mítines. Junto a la Italia de Meloni y a la Hungría de Orban, se alinean Croacia, Eslovaquia, Finlandia, Países Bajos, y llaman a la puerta en Francia y en Austria.
Ahora toca Alemania, donde la seductora Alice Weidel puede sumarse al triángulo de las cariátides del frontispicio de la derecha europea, junto a Meloni y Le Pen. A ello hay que sumar el bombazo de Milei en Argentina y el regreso de Trump a la Casa Blanca para que los guionistas de Sánchez no precisen hacer demasiados esfuerzos a la hora de armar sus discursos vuelicortos.
Dejó palmaria muestra de su teoría este fin de semana en el congreso del socialismo madrileño, esa cofradía de la derrota, esa colla de inútiles, llorones del ‘tamayazo’, treinta años sin tocar el pelo del poder, al describir el perfil del monstruo al que se enfrentan, del descomunal mastodonte al que es necesario derrotar. «Yo te pongo una alfombra roja para que hagas negocio con los derechos de la gente y a cambio tú me financias los pseudomedios digitales en las televisiones y las radios para expandir los bulos y la desinformación y condicionar el debate público”. En su críptico mensaje, fruto quizás de una mala siesta o de una enrevesada elucubración, no concretó quién pone la alfombra roja, ni si es la alfombra de los Goya o la de Benidorm, ni a qué pseudomedios se refiere, ni de quién habla cuando habla de tertulianos ‘ensobrados’, (diría Milei), ni qué bulos se difunden. En sus acusaciones, nunca pone nombres. Tan sólo señala, como un Judas de los chinos, pues ni se atreve con el beso. “El PP juega con las cartas marcadas de la Justicia”, deslizó en su muy amable copa navideña en Moncloa con los medios. También, desde la imputación a Begoña y su ulterior retiro espiritual de cinco días, cinco trolas, denuncia «el acoso político, mediático y judicial” de que es objeto tanto él, como su familia y la gente de bien que integra su partido. “La verdadera oposición la hacen los jueces porque el PP ni es oposición ni es nada”, recitan miembros del Gobierno a los cronistas orgánicos, con un desparpajo que sólo se estila en las repúblicas caribeñas.
Es ella quien condecoró a Milei (recién fracturadas las relaciones Madrid-Buenos Aires en gesto delirante del ministro Albares, que pesa sobre su detestable prontuario como escabechan de embajadores honorables que está consumando) y quien se ofreció a demostrarle a Trump que España no forma parte de los Brics
El enemigo está claro. No es Alberto Núñez Feijóo, a quien Sánchez trata con indisimulada displicencia. Es Isabel Díaz Ayuso, la musa de la ‘ultraderecha nacional’ y activo miembro de esa multinacional internacional que va a convertirse en su inflatable compañera, en su muleta imprescindible de aquí a las elecciones, cuando toquen. Es la presidenta madrileña quien lidera este ‘club reaccionario’, como dijo un vocero socialista, quien encarna en su figura todos los males que avivan la ira entre la incendiada gente de izquierdas, incapaz todavía de distinguir una democracia de un armario empotrado, o de diferenciar el estado de derecho de un monigote de Playmobil. Es ella quien condecoró a Milei (recién fracturadas las relaciones Madrid-Buenos Aires en gesto delirante del ministro Albares, que ya pesa como un fardo en su impresentable prontuario, como esa escabechina de embajadores honorables que está consumando) y quien se ofreció a demostrarle a Trump que España no forma parte de los Brics (el grupo de los chinos y putinianos), que eso es cosa del gobierno socialcomunista que padece. Ayuso encaja bien en el papel de protagonista de la farsa que ya ha empezado a montar. Es combativa, dura, no se esconde, tiene ingenio, le siguen indómitos fieles y tiene la virtud de provocar espumarajos en las fauces de la izquierda.
El alcalde Almeida calificó de ‘akelarre’ lo del domingo socialista. Pocas veces se ha asistido a semejante despliegue de insultos. Ni siquiera en los tiempos del dóberman. Imágenes con desfiles filonazis, de Gaza, mítines de Orban, de fascistas de todas las latitudes emparedadas con estampas tramposas de la lideresa madrileña, adobado todo ello con un sortilegio de insultos torpones que movían a la arcada.
El líder del PP recurre a su ironía punzante y a su palabra acerada cuando ha de responder al presidente del Gobierno en la esgrima parlamentaria, donde agita puyazos y espadones. Pero no logra redondear esa imagen de la caverna maldita que desea Sánchez
Se trata ahora de colocarla en un sitial destacado dentro de la embestida de los bárbaros que ya asola a Europa. Un papel para el que no les sirve Feijóo, un tipo prudente, demasiado comedido, contemporizador, de verbo tranquilo y gesto templado. No insulta aunque le pisen un cayo y solo se cabrea en las zonas reservadas. El líder del PP recurre a su ironía punzante y a su palabra acerada cuando ha de responder al presidente del Gobierno en la esgrima parlamentaria, donde agita puyazos y espadones. Pero no logra redondear esa imagen de cavernario maldito que Sánchez necesita, ese espectro infernal de la ultraderecha a la que sólo él podrá derrotar. El último izquierdista vivo necesita enfrente, por razones casi domésticas, a alguien a quien castigar con el lodo de la corrupción que asfixia a su esposa, ese rosario de negocios oscuros que la tienen amarrada al tribunal del juez Peinado, de donde puede salir quizás condenada.
Es consciente de que tiene perdida la batalla de Madrid. No es tierra para sociatas, dice la tradición. Tres décadas llevan sin poner el pie en el sillón grande de la Puerta del Sol. La estrategia de Moncloa se centra en convertirlo en el último líder vivo de la izquierda continental capaz de frenar el avance de la ofensiva reaccionaria. «¡Que vienen los trumps!. ¡Ya sólo quedo yo!», viene a pontificar, con algo de héroe de peplum de serie Z. Así aparece en la portada del El País, rodilla hincada ante Úrsula, con gesto de príncipe valiente que ofrece su pañuelo a la damisela boba de Bruselas antes de lanzarse al combate contra la bestia negra del fascismo depredador. Ojo Musk, que va a por ti.
Sánchez no quiere batallar con Feijóo, a quien no lo considera de su talla, pese a las encuestas favorables al PP, pese a su ardua consolidación en un partido erizado de minúsculos barones que se piensan cesarines y que se la pasan zancadilleando al jefe y obsequiando con sonrisas navajeras al cofrade. Ayuso le pone, por eso ha movilizado todos los aparatos del Estado para organizarle una encerrona judicial a su novio y, de paso, salpicarla a ella en forma tan torticera como infamante. Esta semana, la lideresa denunció que habían entrado en su ordenador y lo habían saqueado, en una artimaña tan sólo apta para servicios muy secretos. Su denuncia fue respondida por Pilar Alegría, desde la mesa del consejo de Ministros, como ya es habitual, con un consejo envenenado: «Mejor, que abandone el terraplanismo y que se centre, en todos los términos». Otra vez tachándola de desquiciada desde el Ejecutivo, un uso tan recurrente que debería ser delito.
Su única obsesión es el círculo agónico de los tribunales, el avance de las causas de corrupción que le rodean. Su esposa, su hermano, su fiscal general, su exnúmero dos, sus ministros tocados (Torres, Marlaska, Bolaños, MJ Montero), sus fieles sospechados (Ribera, Ábalos, Óscar López, Armengol)
No le interesan los asuntos de gobierno,. Carece de proyecto, le aburre la gestión, no le preocupa prorrogar de nuevo los presupuestos. “Los que tenemos son muy buenos”, recita el trovador Bolaños, virtuoso del cuento, pese a que su jefe le reprochaba a Rajoy que ‘sin presupuestos no se puede gobernar, mejor que se vaya a su casa’. Los datos macro le acarician, el crecimiento fake le hincha el pecho. Incluso la UE volverá a salvarle si adopta una postura de manga ancha ante el gasto a cuenta de la inversión en Defensa.
Su única obsesión es el círculo agónico de los tribunales, el avance de las causas de corrupción que le rodean. Su esposa, su hermano, su fiscal general, su exnúmero dos, sus ministros tocados (Torres, Marlaska, Bolaños, MJ Montero), sus fieles sospechados (Ribera, Ábalos, Óscar López, Armengol), y demás familia de la trama. Aldama sabe. Aldama tiene. Los jueces no cesan. De ahí las prisas reformar el acceso al sistema judicial, en borrar la acusación popular con carácter retroactivo, en promulgar la ley de persecución de medios incómodos…
O sea, en potenciar la gran amenaza de la multinacional de la ultraderecha, ese artefacto imaginario que el sanchismo se ha sacado del colodrillo para dotar de un cierto armazón el insípido argumentario de un Gobierno que nada tiene que ofrecer, con un presidente que no puede pisar la calle y con su fiel infantería sindical que batió el récord de su insignificancia en la manifestación más grotesca de los últimos decenios. ¡Que vienen los bárbaros!, avisa Sánchez con la mirada puesta en el 23-F alemán. Se calza su casco de ‘icono’ prometeico (que diría la ‘bien pagá‘ de RTVE) listo para arrojarse en solitario, como un Lancelot de pacotilla, contra ese enemigo feroz. Consciente, claro, de que el único bárbaro de la película, el único autócrata troglodita, es él. Sánchez gobierna, pero nunca gana.