Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli

Las IA hacen mucho mejor que nosotros tareas de tipo rutinario, mecánico o imitativas. Unidas a la robotización, su potencial es inconmensurable

El mundo del que venimos se deshace ante nuestra vista. La caída del muro de Berlín no abrió el dominio indiscutido del capitalismo con democracia liberal, sino el arranque de algo nuevo cuyos siguientes pasos seguramente han sido el espectacular viraje de China al capitalismo de Estado (para evitar el destino de la URSS), y la invasión rusa de Ucrania de 2022. Podemos añadir la decadencia de Europa y el auge del fundamentalismo religioso (no solo islámico). Hay razones para temer el regreso de los imperios como ente político decisivo tras un breve paréntesis de multilateralismo, y esto no hay regulación de Bruselas que lo impida.

Pero reparemos en otro indicio fuerte de cambio de era, la irrupción de la Inteligencia Artificial y sus consecuencias sistémicas. A diferencia de otros avances tecnológicos que se hacen esperar, como la energía de fusión nuclear o los milagros del grafeno, el desarrollo de la IA es simplemente vertiginoso (en parte predicho por la Ley de Moore que predice la duplicación de la potencia de cálculo cada dos años, más o menos).

DeepSeek, lector ideal y periodista gratis

Va una pequeña anécdota: hace unos días anuncié en X el fin del libro en que he trabajado estos años (Utopía y desastre. Los intelectuales y la estupidez política), y en cuestión de minutos otro tuitero, @nauscopio, me obsequió una reseña del libro hecha por DeepSeek, la famosa IA china de última generación que, dicen, es un paso de gigante en tecnología y coste económico. Sin haberlo leído porque es inédito y recurriendo tan solo al rastro que uno va dejando en internet, DeepSeek hizo una reseña apañada perfectamente publicable.

La conclusión es que una IA bien entrenada puede hacer perfectamente el trabajo rutinario de los periodistas culturales. Y es solo el comienzo, pues las IA aprenden por sí mismas con los trabajos que les pedimos. Ya hay piezas musicales, imágenes y vídeos obra de IA, y pronto habrá, si no los hay ya, libros enteros con prestigiosos premios. Para un público poco exigente cumplen perfectamente la misión de entretener, ayudar e ilustrar, y los estudiantes más vagos les encargan sus trabajos universitarios ante el pánico de la burocracia académica.

Ciertamente, las IA no son creativas en sentido profundo, sino máquinas extraordinariamente eficaces reproduciendo y variando modelos y patrones dados. Pero, y aquí está el foco del problema, también sirven para muchas otras cosas, así que las IA hacen mucho mejor que nosotros tareas de tipo rutinario, mecánico o imitativas. Unidas a la robotización, su potencial es inconmensurable. En la noticia hay una parte positiva y otra inquietante.

La positiva es que nos liberarán de tareas tediosas, de modo que las personas más creativas puedan dedicar su valioso tiempo a problemas y proyectos por resolver creativamente (seguramente con la ayuda de la IA). Es una noticia excelente. Ahora viene la inquietante: en realidad, muy poca gente se dedica a trabajos creativos, y por tanto la mayoría podría ser sustituida por la IA, en todo o en gran parte. Porque la IA no se pone enferma, no se cansa, no tiene emociones y su coste es el habitual: el precio del mercado más los impuestos.

En resumen, multitud de empleos y trabajos van a pasar a las IA en muy poco tiempo. Los países más avanzados y con menos trabas a esta revolución, China y Estados Unidos, obligarán al resto a adaptarse o morir, la penosa ley de vida. Schumpeter explicaba que el capitalismo es la “destrucción creativa” que destruye viejos oficios y sectores enteros cambiados por otros nuevos: por ejemplo, la cría caballar por la industria del automóvil. El proceso es muy beneficioso a la larga, pero provoca crisis con ganadores y perdedores. Así ha venido siendo desde hace siglos, pero hay un precedente distinto… con sugestivos paralelismos con el caso presente: la economía esclavista romana.

Nuestras sociedades ricas, con problemas de envejecimiento y de inmigración muy serios, es decir, económicos y culturales, podrían ensayar una solución a la romana (y sin esclavitud)

Roma elevó la esclavitud, como muchas cosas, a una escala desconocida. La expansión del Imperio romano permitió transferir el trabajo a masas de esclavos, dejando en el paro a los ciudadanos modestos. La solución romana fue socialdemócrata: con inmensos recursos y excelente administración, Roma mantuvo con subvenciones a las masas urbanas sin oficio ni beneficio, o proletariado, con el sistema de pan y circo o annona.

Se ha discutido, y se discutirá, si Roma no avanzó a la revolución industrial porque esclavitud y annona bloqueaban la innovación y eliminaron las clases medias productivas. A la vez, el sistema político se hizo más autoritario y corrupto, hasta colapsar en occidente a lo largo del siglo V. Las condiciones actuales son muy diferentes, pero hay cosas interesantes en ese arreglo que consistió, básicamente, en resolver las necesidades materiales de los romanos pobres desocupados a cambio de que dejaran el gobierno y la política a los superricos y sus administradores.

Nuestras sociedades ricas, con problemas de envejecimiento y de inmigración muy serios, es decir, económicos y culturales, podrían ensayar una solución a la romana (y sin esclavitud). La IA y la robotización industrial pueden hacer el papel de los esclavos sin derechos laborales ni civiles, sustituyendo a los trabajadores humanos. El aumento de la productividad y reducción de costes así conseguido (por ejemplo, el de automatizar la administración acabando con la burocracia y sus centenares de miles de empleos) aportará los recursos necesarios para mantener la masa de nuevos desempleados y pensionistas.

En un mundo más tecnificado, en manos de unas pocas empresas y organizado en imperios políticos, el precio de la seguridad material será, como en la Roma final, ceder la libertad

Sería un sistema radicalmente desigual, pero atractivo para quienes se contentan con tener la vida material resuelta y diversiones para hacerla agradable. La enorme desigualdad de riquezas y poder del imperio romano final (una lectura sobre esto: Por el ojo de una aguja, de Peter Brown) tiene un paralelo en las fortunas de las grandes tecnológicas digitales; en el caso de Musk, ha entrado en la cumbre del poder sin necesitar ser elegido ni dedicarse a la política convencional.

Hay grandes diferencias, sí: aún somos una sociedad de clase media, pero desaparecerá si tener un trabajo resulta insuficiente para tener casa, mantener una familia y llegar a fin de mes. En un mundo más tecnificado, en manos de unas pocas empresas y organizado en imperios políticos, el precio de la seguridad material será, como en la Roma final, ceder la libertad. No pocos pensadores del siglo pasado entrevieron algo parecido, de Orwell (que lo veía fatal) a Kojève (que estaba encantado), y eso que la IA era ciencia ficción. Si no le gusta, como a mí, no se deprima: la historia nunca está escrita y la hacemos nosotros, aunque rara vez como nos hubiera gustado.