Antonio R. Naranjo-El Debate
  • No se trata de exigir que vayan también a Cataluña y el País Vasco, sino de imponer que el Gobierno tenga una política adulta y decente de una vez

El Gobierno quiere repartir 4.500 menas por toda España, y el debate se limita a la fórmula de reparto, a la posibilidad de que el País Vasco y Cataluña no asuman cuota alguna y a que, en definitiva, el esfuerzo lo hagan básicamente las regiones gobernadas por el PP, que son todas las relevantes menos las dos regidas por el nacionalismo, de manera directa o a través de su marca blanca que allí ya es el PSOE.

Sorprende que nadie, con la excepción de VOX y no siempre con el volumen adecuado y a ratos el PP, pero a menudo disculpándose con miedo; se haya atrevido a sostener que no se trata solo de discutir la fórmula, sino también el propio concepto, el de asumir sin más que España debe aceptar lo que le venga por tierra, mar o aire, sin adoptar medidas ni opinar al respecto, como si la inmigración masiva fuera un fenómeno meteorológico inevitable que hay que asumir con inagotable humanidad.

Es obvio que nada que se proponga puede obviar la evidencia de que ya han llegado miles de personas y están aquí, lo que obliga a tomar medidas al respecto que superen el simple acercamiento teórico, ideológico, económico o sociológico al asunto y no lo trate como una mercancía, un fardo o una masa, tal y como ha hecho por ejemplo Trump con casi dos millones de personas en Gaza, con una frivolidad indigna de la noble causa de acabar con Hamás definitivamente.

En ese sentido, peor aún que la llegada masiva y desbordante, beneficiosa para las mafias vinculadas al yihadismo, peligrosa para los viajeros (de ahí el récord de mortalidad en aguas atlánticas) e inútil y costosa para la sociedad de acogida es, con los hechos ya consumados, no hacer nada por integrarlos en derechos y obligaciones, para que trabajen y colaboren con un Estado que no puede mantenerles eternamente sin hacer nada o haciendo lo que no deben.

Solo hay que vivir junto a un campamento improvisado por el Gobierno, como es el caso de quien escribe estas líneas, para desmontar el temor a un inexistente incremento de la delincuencia pero, también, para constatar el absurdo de ver a diario a 1.500 jóvenes fornidos paseando ociosos o jugando al fútbol sin otra obligación que ver pasar el día como los chavales de su edad nativos no pueden ni deben hacer. No están mejor aquí, de esa manera, que sacando adelante a sus pueblos, en muchos de los cuales no hay ni guerras ni hambrunas ni pandemias por mucho que el relato oficial lo repita.

Pero dicho lo cual, ¿nadie se pregunta en serio si hay mejor destino para un menor que junto a sus familias? ¿Por qué se acepta sin más que devolverles con sus padres es una locura o se trata de menores a jóvenes talludos, en perjuicio de quienes sí lo son?

¿Y tampoco nadie se plantea en serio cómo frenar un fenómeno sencillamente inasumible si no va acompañado de unas cuotas precisas, una relación entre el viaje y un contrato laboral en origen y una tutela efectiva y desacomplejada sobre su adaptación a unas normas, valores y leyes genuinas de una democracia? ¿Cuál es el problema exacto para que no se aplique en el mar la misma doctrina que en las fronteras terrestres, donde se frena sin problemas la entrada de camiones y se procede en consecuencia si la carga no es la esperada? ¿No se dan cuenta de que el efecto llamada mata, al invitar a los inmigrantes sin posibilidades de comprarle un billete de barco a una mafia a intentarlo en un cayuco convertido en ataúd? ¿Para qué aprueba Europa normas exigentes al respecto de la gestión migratoria y dispone de servicios disuasorios como Frontex si luego nada se aplica y todo queda limitado a un debate exacerbado entre falsos samaritanos e hiperventilados detractores?

No está claro cuál es el plan de Sánchez en esta materia, si acaso lo tiene, pero puede ser cualquiera o ninguno: desde utilizar la tensión migratoria para abrir una brecha más entre el PP y VOX y airear su agotadora falacia de la ultraderecha hasta, tal vez, soñar con el crecimiento de un cuerpo electoral agradecido con sus favores. O simplemente no encontrar la manera de bajar del mundo de Yupi donde tradicionalmente pasta el progresismo incompetente a uno real donde deben tomarse decisiones con arreglo a los hechos y no a partir de los mitos.

La inmigración es un problema y una oportunidad, tiene dos caras y de la gestión adulta del fenómeno depende que salga una u otra y todos salgan ganando o perdiendo: desde luego todos esos seres humanos arrojados a una aventura letal interrumpida por la muerte o culminada con la marginalidad; pero también la sociedad que paga la factura y sufre los efectos negativos de tanta incompetencia estúpida e infantil.

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