Antonio Rivera-El Correo
El PNV no es el partido más antiguo del País Vasco -lo es el socialista-, pero sí es el más viejuno. Incluso los socialistas han sido capaces de renovarse mejor en los últimos tiempos. Tras cuarenta y cinco años detentando la hegemonía y colonizando todas las instituciones públicas o privadas, el PNV es un partido viejo, de gente establecida y amodorrada en la moqueta, de aburridos burócratas, pero apasionados abertzales, que matarían por seguir viviendo tan bien como viven.
¿En qué Navidad se planteó Ortuzar una reflexión profunda sobre el devenir de su partido? Preguntas a Google y no lo recuerda; creo que hace un lustro largo. De aquello no se supo nada, más allá de algún ejercicio de reflexión estratégica donde solo reflexiona la empresa que contratas para hacerlo. Las rutinas han seguido y nada ha cambiado. De resultas, los hachebitas le soplan la nuca al partido guía y amenazan con un reemplazo natural, sin ruido ni amenaza, respaldado por una ciudadanía inerme. De hecho, la política de memoria del pasado reciente la blanden ahora los jeltzales -lo que se negaron a hacer durante décadas- porque su única diferencia con esos otros nacionalistas es que ellos no asesinaron. Y pretenden ahora que eso se recuerde.
Ortuzar llevaba desde 2013 al frente del PNV, el mismo tiempo que Urkullu al frente del país. Ha conocido el punto de máximo poder jeltzale, cuando el pragmatismo bizkaitarra se ganó toda la confianza ciudadana para que no volviéramos a aventuras soberanistas a partir de las lógicas de ETA (lo que había hecho antes Ibarretxe). Luego, desapareció ETA del todo y no ha sabido distinguir a su partido del otro nacionalista (más allá de esa cosa de los asesinatos que nadie considera ya). En esa confusión, necesita diferenciarse. Pero, ¿cómo? ¿Echarse al monte de nuevo? ‘Rien de rien’; es camino trillado y comprobadamente negativo. ¿Competir por traer de Madrid? Les ha robado la tostada Bildu, ese nuevo compañero de viaje izquierdista (para tontorrones madrileños). ¿Renovar la agenda? No es tan fácil en una sociedad aburguesada sin horripilantes problemas, donde el único que prospera es el que los dibuja desde la oposición como si fueran más reales de lo que son. Hoy, el PNV sigue teniendo más poder que nunca y lo ve más amenazado que en cualquier momento.
En España, con semejante balance, hubiera pedido la dimisión de Ortuzar todo el mundo. Pero Euskadi ‘is different!’ y la responsabilidad cotiza de otra forma. El ya viejo zorro le propinó la peor de las salidas a su lehendakari y ahora se hace la peor de las posibles a sí mismo. Porque podía resistir un tiempo más con esa pereza de los batzokis en número -mucho menos de cien afiliados de media en cada uno-, a sabiendas de que era sobrevivir él para condenar al partido. Y Andoni no ha sido nada más que hombre de partido -ahí empieza y termina su valor- como para no ser sensible a esa evidencia.
Se va orgulloso, con la cabeza alta, dejando claro al heredero que, de haber querido ganar, lo hubiera hecho. En Madrid seguro que le llaman a eso elegancia, acostumbrados como están a la puñalada por la espalda y a la conspiración más maquiavélica. En Euskadi es simple ley natural, esa que tanto gusta por aquí: lo un poco más nuevo sustituye a lo absolutamente apolillado, simplemente para seguir sobreviviendo un poco más. Aitor Esteban lo primero que prometerá será una regeneración del partido y otra apertura a la sociedad. El regeneracionismo es lo más español que nos queda.