Iñaki Ezkerra-El Correo

El novelista y periodista barcelonés Álvaro Colomer acaba de publicar un libro -‘Aprender a escribir’ (Ed. Debate)- en el que cuenta las supuestas manías de un montón de escritores a los que ha entrevistado. Digo «supuestas», porque algunas de ellas parecen más bien boutades en las que lo único verdadero fuera el afán de epatar. Leo una entrevista en la que el propio Álvaro Colomer parece caer en esa tentación, cuando nos cuenta que hubo una época de su juventud en la que, para convocar a las musas, se duchaba con gafas de sol o se tomaba descansos, cada hora y cuarto de trabajo, para bailar como un loco en plan ‘pogo’ durante diez minutos y volver de nuevo al más reposado deporte de la escritura. Su caso no sería peor que el de Manuel Rivas, que cuenta en el libro que dedica unos buenos ratos a recorrer el pasillo de su estudio andando como Charlot a la manera de un ejercicio de calentamiento. Pero a mí la que me parece más divertida -no sé si la más sincera- en su respuesta es la escritora madrileña Luna Miguel, que dice que ella siempre se masturba antes de ponerse manos a la obra. Uno es que entendería las imperiosas ganas de soltar una burrada ante esa pregunta que -admitámoslo- suena un tanto a ejercicio colegial: «¿Tú que es lo que haces para que te llegue la inspiración?». La respuesta de Luna no me parece nada lunática, sino perfectamente a la altura de lo que podrían haber respondido Bukowsky o Joyce, Henry Miller u Oscar Wilde.

Lo que más me ha llamado la atención en las declaraciones de Álvaro Colomer es que da por bueno lo impostado y hasta lo insólito pero, en cambio, le sorprende precisamente lo que es más probable, lógico y normal. Él, por ejemplo, da por veraz el supuesto rechazo general del gremio literario al ordenador, pues «lo digital le quita glamour al oficio de escritor».

Sin embargo, solo las nuevas tecnologías pueden explicar el fenómeno del autor que escribe una novela por año. Algo así sería imposible en la era de la estilográfica o la Underwood, del borrón de tinta y el típex. Esto quiere decir que algunos van de analógicos por coquetería. De verdad que es más fácil corregir una frase con el programa Word que ducharse con gafas de sol.