Andrés Montero-El Correo
- La guerra en la Franja es un ensayo de la violencia que vendrá
Expresidente de la Sociedad Española de Psicología de la violencia
Es amargo y alegre, pero indecente, el alto el fuego en Gaza. Indecente que muertes y sufrimiento ininterrumpido de por medio no hayan sido suficientes para decantar un acuerdo; que haya tenido que ser un grosero acto de poder simbólico de un mandatario extranjero, Trump, la fuerza en la balanza que haya movido a las partes enfrentadas hacia la decisión de trasegar con vidas y muertes. Amargo es que la estrategia alevosa de terror con la que Hamás planificó la matanza indiscriminada de judíos en suelo israelí del 7-O, que incluía el secuestro de personas para profanarlas como moneda de cambio en una futura negociación a la que estaban forzando a Israel, dando por sentada la asolación bélica de Gaza y la muerte de miles de civiles, se haya cumplido y además se celebre. Alegría, en definitiva, nos deja el consuelo de la tregua, porque tras más de un año de cautiverio los rehenes judíos torturados por Hamás vayan a retornar con sus familias, tal vez un tercio de ellos ya muertos, y los rehenes palestinos degradados por Hamás a ser sus esclavos y escudos en Gaza vuelvan a las ruinas de las que fueron sus vidas.
Demasiado a menudo el mundo constata que las guerras son impasibles ante las personas que son deshumanizadas en ellas: con Gaza, sobre todo y paradójicamente con su alto el fuego, volvemos a comprobar el desprecio psicopático que los agentes del poder y de la violencia muestran ante las existencias de hombres, mujeres y niños, computadas como números en una tabla de negociación de intereses de imposible catadura moral. Es sabido, sí, pero el día en que deje de parecernos repugnante la Humanidad habrá entrado en tiempo de descuento.
Lo peor es que no hemos arreglado nada, geopolíticamente. Excepto las vidas que vuelven a tener un respiro, la tregua en Gaza puede ser el engranaje de un mecanismo que traiga más enconamiento a la región. Estamos ante una retorcida partida de ajedrez a muchos años vista en la que la Franja no se sabe si es un peón o la reina, pero donde Cisjordania es el rey.
Después de la última ocurrencia estrambótica de Trump de convertir Gaza en un parque temático bajo protectorado estadounidense, la anuencia de Netanyahu al insensato plan, que implicaría la expulsión definitiva de palestinos de sus hogares, confirma que el futuro israelí sobre Gaza es relativo. Israel se ha visto abocada a Gaza a partir del ataque de Hamás, pero su interés existencial no es esa franja limítrofe con Egipto, sino Cisjordania. Entiéndase como ‘interés existencial’ el de quienes, en Israel, militan por un Estado judío de extensión similar al Israel bíblico, es decir, y por simplificar tal vez en exceso, el núcleo duro de las fuerzas políticas del actual Gabinete Netanyahu.
La Cisjordania palestina se solapa en un 75%, nada menos, con el antiguo reino de Judea. También con cerca de un 90% de la Samaria bíblica. Por el contrario, Gaza fue parte intermitente del territorio de los hebreos de la antigüedad, pero no reino de ninguna de las tribus israelitas, sino el hogar, junto a ciudades como Ascalón, de los Filishtim, los dudosos ancestros -al menos por nombre- de los palestinos actuales.
Al tiempo que Gaza viene siendo expuesta por Hamás como campo militar para Israel, los asentamientos ilegales de colonos ultranacionalistas y ultrarreligiosos, herederos de una mítica bíblica de la violencia, han crecido. No solo, sino que desde 2023 el Gobierno israelí ha legitimado con permisos de construcción emplazamientos ilegales en territorio bajo la Autoridad Palestina (ANP). Alrededor de medio millón de colonos israelíes están ilícitamente asentados entre unos dos millones y medio de árabes en las antiguas Judea y Samaria ahora bajo jurisdicción palestina, eso sin contar Jerusalén Este.
Las operaciones militares y de seguridad israelíes están aumentado en Cisjordania al tiempo que descienden en Gaza y en la frontera norte con Líbano. En Cisjordania, la Autoridad Palestina colabora con Israel y Hamás, y otras militancias insurgentes tienen presencia menor, cuando no testimonial. La obsesión de Tkuma y de Otzmah Yehudit, ambos partidos sionistas ultrarreligiosos que son el puntal radical del Gobierno Netanyahu, es el Gran Israel del Rey David (Judea, Samaria y Galilea), ideación que también está en la genética del Likud liderado por Netanyahu.
La cuestión es que mientras el mundo se distrae con las majaderías irrealizables de Trump, el siguiente choque en Oriente Próximo se producirá en Cisjordania. Por muy entreguista y corrupta que sea la ANP, ¿alguien piensa que los palestinos, que llevan camino de un siglo de insurgencia contra Israel, disminuirán su afán virulento ante una Gaza estadounidense o una Cisjordania israelí? La guerra en Gaza no es más que un ensayo de la violencia que vendrá. En cuatro años a Trump no le dará tiempo ni a dibujar los planos de su chaladura.