Manuel Marín-Vozpópuli

  • Sánchez maneja los tiempos a capricho, consciente de que es la derecha quien está más ocupada en autodestruirse entre odios y rencores

En una monografía publicada por la Universidad Católica de Chile con el título “La trayectoria del poder: del abuso al ocaso de la autoridad”, su autor, Eduardo Valenzuela, defiende la teoría de que “el abuso de poder se produce casi siempre cuando ese poder es capaz de sustraerse de todo control, cualquiera sea. El fundamento carismático del que se dotan determinadas autoridades conlleva este riesgo principal. El líder carismático logra hacer creer que su poder proviene de sí mismo, ni siquiera de una autoridad superior a la que se debe reportar (…). El carisma y las formas excepcionales de practicar el poder -añade- suelen ser más abusivas que las maneras más rutinarias de ejercerlo como la autoridad tradicional que se guía por lo que se acostumbra o por aquella fundada y enmarcada dentro de la ley. El carisma es una forma de exacerbar el poder. La tradición y la ley, una manera de limitarlo”. Es difícil no compartir un diagnóstico tan certero, más aún cuando sibilinamente se utiliza la ley para pervertir la propia legalidad y atribuirle apariencia de legitimidad.

Algo de esto ocurre en España, donde se acumulan ya demasiadas corrientes de fondo de un hartazgo ciudadano basado en un rechazo cada vez más visceral contra este modo de gobernar. El acaparamiento político de las instituciones, la corrupción, la demagogia y la creación de realidades paralelas para disfrazar de formas democráticas decisiones que esconden todo lo contrario… Son partes de un todo. Pero la queja solo es eso, corrientes latentes instaladas en la alta dirección de las empresas y de las finanzas, en las propias instituciones, en los estamentos más elitistas del Estado, en la intelectualidad. Demasiadas voces coinciden en este clima opresivo, en que esto es demasiado, en que el sanchismo siega la hierba bajo los pies sin misericordia, y en que el Estado -y es lo peligroso- es más débil en su propia defensa de lo que nos han hecho creer durante cuatro décadas. Tranquilizan su conciencia con la teoría de que Europa es una red de seguridad, de que no todo dura para siempre, de que hay contrapesos. Pero no pasa nada.

El sanchismo no es sólo una visión determinada del poder o de cómo ejercerlo. Es una compleja ingeniería ideológico-social que responde a una detallada planificación para la deconstrucción del sistema vigente

Nunca pasa nada porque se ha consumado ese riesgo de aburrimiento propio de las sociedades del ocio acomodadas en su rutina y capaces de ensimismarse en su aburguesamiento. Y entonces, todo abuso, a base de repetirse, se relativiza y normaliza. Es el ‘síndrome de la nevera llena’ lo que apaga el efecto acción-reacción, lo que conduce a la indolencia y a una abulia colectiva basada en el “ya caerá”. Para jugar esta baza cada vez más evidente, Pedro Sánchez cuenta con cuatro perfiles sociales muy asentados. Tiene votantes que no creen ya en él, pero que mantienen su fidelidad por odio cerval a la derecha o por una legítima lealtad a su tradición ideológica. Después, tiene votantes que dudan, que no saben si su victimismo es real o impostado, y desconocen si tiene razón o no con su relato. Por ejemplo, sobre la corrupción. Y ante la duda, mantienen un voto de confianza. Hay también militantes innegociables de unas siglas, las del socialismo, en cuya mente da exactamente igual quién sea su líder porque, se equivoque o no, nunca le retirarán su voto. Y finalmente, hay fanáticos del sanchismo como hay fanáticos de todo. Son ciudadanos que le creen, que adoran su carisma, que creen realmente que Sánchez es la víctima encarnada de una democracia podrida que necesita refundarse. Degluten de verdad que existe una tecno-casta destructiva, una internacional ultraderechista o un fascismo judicial, y simplemente ignoran por inercia las pruebas objetivas de la corrupción y la degradación negando la evidencia.

El sanchismo no es sólo una visión determinada del poder o de cómo ejercerlo. Es una compleja ingeniería ideológico-social que responde a una detallada planificación para la deconstrucción del sistema vigente. Comienza con la intervención de las instituciones y la progresiva injerencia del Estado en la vida de las personas. La pandemia fue la coartada perfecta para ese fin. Con la colonización de las instituciones completada, comenzó una fase de vuelco drástico a nuestra normativa en nombre del ‘progreso’. Y a ello siguió un debilitamiento de las clases medias y un ahogamiento fiscal inédito, edulcorado bajo un pretendido aumento de derechos, libertades y “escudos sociales” que en realidad son inexistentes o simplemente folclóricos. Creado este caldo de cultivo, llegó la fase más delicada del proceso, la de generar una fractura social y una división polarizada entre rojos y azules que sirviese como coartada para dar por caducada la Transición, el modelo territorial y la igualdad entre españoles. Consiste en hacer de todo “la primera vez”.

Se trata de que cada vuelta de tuerca al sistema sea más de lo mismo, que genere abulia, una anomia social, un adocenamiento sociológico. Sánchez no trata de convencer a nadie. Quiere una rendición por indolencia colectiva

Estamos en la última fase: conseguir el adormecimiento social, el aburrimiento frente al cúmulo de abusos, el hastío de tantas “primeras veces”. Se trata de que cada vuelta de tuerca al sistema sea más de lo mismo, que genere abulia, una anomia social, un adocenamiento sociológico. Sánchez no trata de convencer a nadie. Quiere una rendición por indolencia colectiva, por resignación soportable. Se ha propuesto que cada cual encuentre su hueco en el desmontaje del Estado preguntándose aquello de “¿cuándo alguien hará algo?”. Protestar contra el sanchismo como un derecho (¡que pataleen!)… y cansarse de esa protesta como una obligación. Esta es la consigna.

En este contexto, la ruptura en la derecha política es la ruptura de una derecha sociológica que convive en su drama identitario con una torpeza inversamente proporcional a la inteligencia con que Sánchez utiliza esa división contra ella. Alguien en la derecha, entre las purgas en Vox y las contradicciones en el PP, no entiende absolutamente nada. Tampoco en esas élites cuidadosamente emboscadas que tanto denuncian en privado y callan en público. Sánchez maneja los tiempos a capricho, consciente de que es la derecha quien está más ocupada en autodestruirse entre odios y rencores que en configurar una alternativa útil. Ya no solvente… Bastaría con que fuese útil.

Sánchez maneja los tiempos a capricho, consciente de que es la derecha quien está más ocupada en autodestruirse entre odios y rencores que en configurar una alternativa útil

Y así avanza esta desoladora percepción de rebaño automatizado, de sociedad post-pandémica atribulada, individualista, líquida y desestructurada. Tan anclada en la corrección política de lo ‘woke’ y tan desganada y de carril, que ya solo se limita a asumir un doble paradigma: los que se resignan a que el sanchismo es una anomalía pasajera cuyo fin ya llegará, y los que creen que es la pócima mágica que nos curará de la ceguera y que la democracia no es lo que es, sino lo que el sanchismo dice que es. Mientras, lo único que funciona son las cancelaciones y los dogmas. Ahí se andan las karlas y los errejones probando de su propia medicina. La maquinaria social solo se activa cuando se prende la hoguera inquisitorial y nos hacemos los dignos con ajustes de cuentas indecentes. Todos unidos en la espiral de la guillotina. Pero contra el manoseo de la democracia, somnolencia. ¿Que por qué no ocurre nada? Porque dejamos que no ocurra nada.

De inquietante, la conclusión de nuestra monografía chilena resulta premonitoria. “El poder es astuto, no suele ejercerse despiadadamente. Las peores formas de abuso de poder son aquellas que atraen y fascinan a sus víctimas. El poder siempre consiste en capturar la libertad de otro. Por de pronto, el poder es necesario para hacer que otro haga lo que no quiere hacer, lo que establece la remisión del poder a la coacción”.