Miquel Giménez-Vozpópuli
La izquierda de subvención y tentetieso se pasa el día gritando que viene el fascismo
La izquierda de subvención y tentetieso, la plutocracia, los wokes, en fin, los que tienen algo que perder si las cosas cambiasen se pasan el día gritando que viene el fascismo. Alertas fascistas, cine, políticas antifascistas, todo ha de ser una lucha contra ese fascismo que amenaza con apoderarse de nuestras vidas. Es una batalla muy fácil de ganar por una sencilla razón: el fascismo ya no existe, por mucho que digan que Trump, Meloni, Musk, Orban o Le Pen son fascistas. Como no lo es Alternativa por Alemania – allí es peor, los tildan de nazis – ni lo es quien, desde el lugar que sea, diga que ya está bien de esta farsa que ha organizado el mundialismo para perpetuar su poder, diluyendo los estados nación, las familias, la sociedad occidental, en suma, el individuo. Estos partidarios del gran pesebre socialista hacen como aquel mal sacerdote, que les decía a sus fieles “Haced lo que yo os diga, pero no lo que yo haga”. De ahí que la primera condición para defender el pensamiento oficial sea la de poseer una gran hipocresía. Porque los hipócritas, que saben perfectamente que lo que dicen es falso, constituyen la primera lacra del sistema. Son los bienquedistas, los que se ponen chapitas de “Free Palestina”, pero son incapaces de alzar la voz en favor de los rehenes israelíes que obran en poder de los criminales de Hamas, a la que disculpan con argumentos tan falsos como horribles.
«La gente no quiere fascismo, al contrario, lo que quiere es democracia«
Esos bienquedistas, que como ya hemos dicho tienen mucho que perder si volviera el orden, la ley, el sentido común y una democracia real al servicio del ciudadano, son como las veletas. Basta observar hacia dónde se dirigen para intuir si se acerca un cambio de viento. Quienes hablan de la inmigración modo barra libre, mientras ellos viven en lujosas mansiones perfectamente protegidas por seguridad privada, se desplazan en jet, en lujosos automóviles que no son eléctricos, llevan a sus hijos a costosísimas escuelas en el extranjero o acuden cuando se sienten malitos a prestigiosas clínicas privadas andan con el trasero inquieto. Porque las cosas están cambiando en numerosos países y también han de hacerlo en nuestro país. De ahí que sus chillidos histéricos resuenen a diario en tertulias, noticiarios y cualquier ocasión que se les presente: “¡Fascistas, todos son unos fascistas!”. Pero su capacidad de análisis va pareja con la de leer sin mover los labios. Esa estulticia que los hace tan peligrosos – no hay nada peor que un millonario sin cultura – les impide ver la verdad. Y esta no es otra que la gente, el electorado, se ha hartado de tanta mentira y está hasta, y perdonen, los cojones. U ovarios, lo mismo da que da lo mismo. La gente está harta, ¿lo entienden, señoritos progres de salón? Harta de pagarles la fiesta y de, encima, tener que soportar su pretendida superioridad moral. La gente ha llegado todo lo lejos que podía. Por eso votan a Trump, no porque seas fascistas; por eso votan a Meloni, no porque sean fascistas; por eso votan a Orban, no porque sean fascistas. La gente que vota opciones claramente conservadoras en diferentes grados y matices lo hace porque ya no aguanta éste oneroso sistema que ustedes llaman democracia y que no es más que la dictadura del crimen y los grupos de presión ocultos que manipulan a gobiernos corruptos y partidos emponzoñados. La gente no quiere fascismo, al contrario, lo que quiere es democracia, pero la real, la que le da poder e independencia a los jueces, autoridad a la policía, la que suprime cargos, instituciones, chiringuitos y subvenciones a la mínima expresión; la que garantiza, en suma, un Estado útil, social, donde la libertad en todos los órdenes sea la máxima y en el que la gente se sienta segura y crea que vale la pena vivir. El mundo no se ha vuelto fascista. Lo que pasa es que quedan comunistas, estos sí reales y constatables. Y no quieren soltar la ubre. Ahí está el asunto.