Ignacio Camacho-ABC
- El Gobierno y Vox se han empeñado en convertir la política española en un plebiscito sobre el presidente americano
Tanto nos gustan a los españoles las elecciones de Estados Unidos que vamos a convertir las nuestras, cuando sea que las haya, en un plebiscito sobre la política norteamericana. Ésa es al menos la intención de Sánchez, empeñado en medirse con Trump como símbolo de la ultraderecha planetaria, y de Vox, abrazado al mandatario de la Casa Blanca con un fervor tan entusiasta que le empuja a proclamarse una franquicia nacional de su marca. Hasta la gente del cine ha convertido la gala de los Goya en una arenga contra el hombre del pelo naranja, olvidando que la arrolladora victoria republicana ha aplastado la deriva ‘woke’ de Hollywood y su cerrada defensa de las causas identitarias. Se diría que como el recurso de Franco no acaba de funcionar con la eficacia propagandística adecuada, la izquierda quiere convertir el mandato trumpista en el marco mental de un debate doméstico a pequeña escala sobre las amenazas de la democracia.
Y la derecha radical está dispuesta, como siempre, a proporcionarle el pretexto. Nada le gusta más a Abascal y compañía que presentarse como némesis especular del Gobierno, que a su vez corresponde otorgándoles atención preferente y protagonismo directo para ningunear al Partido Popular y dejarlo atrapado entre dos fuegos. En esta ocasión tiene lógica que Vox trate de explotar el parentesco ideológico con el presidente yanqui –aunque el nuestro sea el mejor émulo de sus métodos– y aproveche la ola de nacionalismo conservador, que ellos llaman patriótico, situándose a favor del viento que empuja a similares movimientos populistas europeos. Son adversarios que se necesitan y se retroalimentan; uno para estimular su ya visible crecida, el otro para corregir su declive con la clásica estrategia del miedo a los recortes de derechos, y los dos a la vez para que la intensidad del enfrentamiento bipolar arrincone y encoja al PP como opción refugio del voto moderado o de centro.
Hay un fallo en ese esquema, sin embargo, y es la percepción de alternativa real que los populares tienen asentada en el grueso del electorado. Todo el mundo sabe que la máxima aspiración ‘voxista’ consiste, como la de Podemos en su día, en tocar poder como socio minoritario. Y sucede además que por el momento las encuestas registran una simultánea tendencia ascendente de ambos, susceptible de sostenerse si cada uno explota sus fortalezas por su lado. Ahora mismo la figura de Trump suscita interés pero no está claro hasta cuándo se mantendrá en primer plano, y todo eso de la tiranía del algoritmo y la tecnocasta, siendo cierto, queda lejos del alcance de muchos ciudadanos preocupados por sus problemas inmediatos. Quizá el laboratorio político de la Moncloa se esté equivocando al elegir el argumentario. Y la oposición tenga una oportunidad si logra que los votantes identifiquen al sanchismo como el verdadero peligro para el sistema democrático.