Olisquear a un político (con discreción, tampoco se trata de olerles los tobillos como si fueras un perro antidroga) ofrece siempre resultados más decepcionantes que los obtenidos por el protagonista de El perfume de Patrick Süskind. Los burócratas no suelen oler a nada reseñable. Y eso aunque a su lado uno abra las fosas nasales como las compuertas del Canal de Panamá. Por suerte, a ninguno de ellos se le ha ocurrido todavía crear un perfume ‘público’ con olor a progreso. O a seriedad y fiabilidad.
Pero voy a hacer el cuento corto.
El olor es, en esencia, moléculas. Moléculas que son capturadas por nuestro sistema olfativo y que generan impulsos eléctricos que viajan hasta el sistema límbico del cerebro.
Una vez allí, el cerebro reinterpreta esos impulsos eléctricos y los asocia a recuerdos y emociones.
El olor es por tanto una reinterpretación de nuestro cerebro, no ‘la cosa real’. Por eso nadie coincide en la descripción del aroma del durián, la fruta más apestosa del mundo. Algunos dicen que huele a gasolina. Otros que a gas o a cebolla. Otros mencionan las natillas, la fruta podrida o una cloaca.
¿Por qué ocurre eso? Porque a falta de memorias claras asociadas a ese olor en concreto, el cerebro se las inventa. El cerebro es muy bueno inventándose percepciones porque el ser humano no necesita casi nunca la realidad, sino sólo una aproximación lo suficientemente buena a ella.
Para añadir complejidad al asunto, existen determinados compuestos orgánicos pestilentes que en dosis bajas son percibidos de forma muy diferente.
Un ejemplo. La cadaverina y la putrescina.
Como su propio nombre indica, la cadaverina y la putrescina no huelen precisamente a azahar. Son el olor de la muerte.
Pero en dosis bajas, la cadaverina y la putrescina huelen a fruta. Otros dicen que a esperma, pero en una concentración singularmente potente: imagínate nadando en un mar de esperma y te harás una idea aproximada.
[Si quieres producir tu propio perfume con olor a cadáver afrutado flotando en esperma, aquí puedes comprar cadaverina. Pero intenta no pasarte con la dosis o acabarás con un aroma a cadáver sin la gracia de la fruta y el mar de esperma].
El asunto, y lo que importa de cara a este artículo, es que el perfume que lleva o no lleva una persona dice mucho de ella. No todo, pero sí algunas cosas.
No es lo mismo alguien perfumado con Black Lacquer de Tom Ford, que huele a tinta, ébano, vinilo, santería y sexo áspero, el olor que desprende la canción Venus in Furs de la Velvet Underground, que alguien que se ha bañado en un jugo adolescente, dulzón, genérico e inofensivo como el 1 Million de Paco Rabanne.
1. Pedro Sánchez
Sánchez es un tipo tenso como los tornillos de un submarino. En proyección le gana Ayuso, pero en fijación no tiene rival. Pedro Sánchez es el Ombré Leather de Tom Ford, un cuero atómico y sin domesticar, pero con un rastro de jazmín que dulcifica el resultado final. Ombré Leather no es un perfume simpático y tiene una personalidad invasiva y testosterónica. Pero es innegablemente moderno y tiene carácter. Recomiendo calzártelo sólo cuando estés en modo kamikaze akistoiyo.
2. Carles Puigdemont
Puigdemont no es elegante, ni formal, ni complejo. Puigdemont es una colonia más que un perfume. Una colonia anticuada, rural y con envidia de gran metrópoli. Una colonia nacionalista periférica. La que usaría el barbero rural tras afeitar al cura del pueblo. Carles Puigdemont es Old Spice. El de 1938.
3. Santiago Abascal
Abascal es algo feroz, el The Night de Frederic Malle. The Night es un perfume de oud, una madera resinosa que se produce cuando el árbol aquilaria se infecta con un hongo llamado Phialophora Parasitica. Su rareza y su extraño olor, a medio camino de lo amaderado, lo animalico y lo ahumado, lo han convertido en un gusto adquirido para snobs. El resto suelen describirlo como «olor a establo de jeque árabe», aunque lo habitual es que sólo hayan olido su versión sintética, no la natural, que alcanza precios de 125.000 € por kilo. Este es, con diferencia, el perfume más oscuro de toda esta lista. También el más caro: 1.400 € los 100 ml. Como decía uno en redes, «hay que echarle cojones para llevar esto en sociedad».
4. Iván Espinosa de los Monteros
Espinosa es un perfume afilado, pero también relajado. Quizá el Santorini de Matin Martin, marino, amaderado y con notas ozónicas (o sea, con un rastro de sal y cloro ‘agradable’ que recuerda a la brisa marina). Yo creo que el Santorini huele a Mediterráneo Moral. Si el Dickie Greenleaf de El talento de Mr. Ripley o el Jep Gambardella de La Gran Belleza fueran un perfume, serían este.
5. Irene Montero
Irene Montero es un perfume histriónico y teatral, pero banal. Quizá el Fame Intense de Paco Rabanne, que sale con incienso y jazmín, muta a mango y acaba oliendo a coco y sándalo. El Fame Intense te lleva de la iglesia a la playa pasando por la frutería pakistaní, pero sin explicarte el cómo ni el porqué de ese viaje sin pies ni cabeza. Es un brevaje caótico que retumba como un tambor africano en tu cabeza.
6. Íñigo Errejón
Errejón huele a algarrobo en flor. Los que lo han olido alguna vez sabrán de lo que hablo. Dicen también que el peral de Callery huele similar: de este árbol en concreto hay 7.000 ejemplares en Madrid y quienes viven en calles invadidas por perales de Callery venden baratas sus casas. Errejón es un perfume en concreto de la marca de nicho italiana Orto Parisi, pero no te voy a decir cuál. La marca sólo tiene nueve, así que no te resultará difícil adivinar a cuál me refiero.
7. Isabel Díaz Ayuso
Ayuso no es un perfume floral o atalcado porque ella no es una pija de derechas. Una pija de derechas llevaría el Portrait of a Lady de Frederic Malle, por ejemplo. Ayuso es algo bastante más urbano, en la frontera de lo masculino y lo femenino, con whisky y cuero, pero también de fondo avainillado y un punto floral oscuro. Ayuso es el Nefs de la marca turca de nicho Nishane, un perfume que podrían llevar Charli XCX, Lady Gaga o Amelie Lens, pero no Taylor Swift.
A mí el Nefs me huele a Madrid.
A Madrid, y a esto:
8. Yolanda Díaz
Díaz es el reflejo especular de Ayuso, una parvenu comunista. Yolanda Díaz sería un perfume aniñado, con olor a algodón de azúcar, mermelada y praliné, de estela breve y duración fugaz. Algo lánguido y diabético que se evapore de la muñeca en cuestión de segundos. Yolanda Díaz es el Nina Extra Rouge de Nina Ricci.
9. Gabriel Rufián
Rufián huele a perfume de discoteca de tarde. El CR7 Game On de Cristiano Ronaldo, por ejemplo. Un pastelito de papaya, azúcar y manzana con fondo de lavanda. Imponible y casi laxante si tienes más de quince años, pero también el que generará más comentarios de «fuá, pavo, me lo bebería» en las discotecas de Barcelona. Pero Rufián vive en la ciudad de moda en todo el planeta, Madrid, y no tiene la menor intención de volver a su tierra para acabar languideciendo de sopor provinciano, así que si se va a quedar por la gran ciudad yo le recomendaría el Haltane de Parfums de Marly, que tiene ese mismo rollo dulzón de praliné ahumado, pero para adultos urbanitas con clase. Es más caro, pero por dinero no será en su caso.
10. Alberto Núñez Feijóo
Feijóo huele a mar. Pero no a un mar tropical de arena, loción solar y coco, como el de Le Beau Paradise Garden de Jean Paul Gaultier. Sino a uno de algas, sal, cielo encapotado y madera húmeda. Feijóo es el Oud Minerale de Tom Ford, un perfume que huele a mar embravecido. Y, más concretamente, a Costa da Morte. Es un perfume extraño, de esos a los que cuesta encontrarles ocasión, pero tiene territorio propio. Roza el gusto adquirido. Y si no lo adquieres, no te gustará.
11. Cayetana Álvarez de Toledo
Cayetana es un perfume de lujo, quizá no vanguardista, pero sí moderno y, sobre todo, polarizador y sin términos medios, como Donald Trump, Elon Musk, Javier Milei y ella misma. Cayetana es el Baccarat Rouge 540 Extrait de Parfum de Francis Kurkdjian, un perfume dulce, pero con matices metálicos, como un bombón macerado en antiséptico, y más amaderado y unisex que el original (el Baccarat Rouge 540). El Baccarat Rouge 540 Extrait de Parfum huele, además, a alta sociedad. Una pena que sus docenas de clones e imitadores, que nunca han llegado a su altura, hayan vulgarizado el aroma.
12. José Luis Martínez Almeida
El alcalde de Madrid es un perfume de esos que huelen a limpio. Uno de barbería, más italiano que francés, jabonoso y con rastros de bergamota, vetiver, neroli, jazmín, pachuli, romero y todo eso a lo que uno imagina que huelen los porteros de la selección italiana de fútbol. Almeida es el Essenza di Colonia de Acqua di Parma.
13. José Luis Ábalos
Ábalos es, claramente, el Apple Brandy on the Rocks de Kilian, que huele a ron, brandi, jerez y manzana. En realidad, y más que a manzana, a mí me huele a piña especiada con pimienta y cardamomo, pero tampoco tengo intención de morir en esa colina: si a ti te huele a manzana, será manzana. Además, es un perfumón. Que no se queje.
14. Cuca Gamarra
Gamarra tiene un punto frutal, pero también ahumado. Cuca Gamarra es el Cherry Smoke de Tom Ford, que huele a cereza, a humo y a cuero. Es un perfume que roza lo masculino y con ramalazos de oscuridad. Su hermano dulce sería Lost Cherry y la versión divertida Electric Cherry, pero ninguno de los dos le pega a Gamarra. A Soraya Sáenz de Santamaría también le habría adjudicado yo este perfume.
15. Óscar Puente
Puente me huele a algo invasivo y avasallador. El Tony Iommi Monkey Special de Xerjoff, que huele a heavy metal (Tony Iommi es el guitarrista de Black Sabbath) y que es «el puto amo» de los aromas nocturnos. El Tony Iommi Monkey Special es un perfume alicorado, con notas gourmand de praliné y vainilla, pero también de pachuli, rosa y cuero. Es una barbaridad de perfume, probablemente uno de los cuatro o cinco mejores del mundo ahora mismo, y grita rock’n’roll troglodita por los cuatro costados, aunque es dificilito y no suele gustar a quienes no tienen el olfato acostumbrado al rollo nicho. Yo me abstendría de comprarlo si no lo pruebas antes.
16. Juanma Moreno
El presidente andaluz es algo marino, herbáceo y apto para todos los gustos, sin aristas, dobleces, secretos ni oscuridades, cumplidor y sereno. Un perfume de diario, que no molesta ni reta ni excita, apto para todos los paladares. Uno que no cambiará vidas, pero que cumple su función. Juanma Moreno es Le Sel d’Issey de Issey Miyake.
17. Aitor Esteban
Esteban también es un perfume clásico, de barbería, atalcado y con olor a limpio. Quizá el Prada l’Homme Intense de Prada, un extracto de iris con el que los influencers de la cosa se vuelven locos, pero que a mí me huele plano y aburrido, con un intrusivo aroma a maquillaje femenino. Uno de esos cuyo éxito de crítica se me escapa.
18. Pello Otxandiano
Otxandiano es Fahrenheit Le Parfum, un perfume oscurísimo que huele a gasolina, cuero y ron, aunque carece de notas hemoglobínicas, como correspondería. Demasiado perfume para tan poco mouillette, pero algo había que decir.
19. Borja Sémper
Sémper es el Fucking Fabulous Parfum de Tom Ford. Es un perfume extraño, casi experimental y con un punto abrumador: huele a metal, a almendra, a lavanda, a cuero y a ámbar, pero no hay dos personas que coincidan en el diagnóstico. Tan raro como caro, por cierto (608 € los 50 ml.), aunque sin llegar a las cotas obscenas del The Night de Frederic Malle.
20. Juan Lobato
Lobato es el Terrible Teddy de la marca británica Penhaligon’s, pero no me preguntes el porqué. Simplemente, creo que le pega. Terrible Teddy es un perfume que arranca con el olor a pimienta más fuerte que yo he olido nunca, con incienso y con algo así como el olor de las virutas de madera de un lápiz cuando lo afilas. Luego se convierte en el Costa Azzurra Parfum de Tom Ford (el perfume con el que me casé, mi favorito de siempre: una joya que huele a Imperio romano). Al final, el Terrible Teddy vira hacia el vetiver, que es un aroma verde, pero también metalizado, y que a mí me repele porque me huele a farmacia, aunque en este caso en concreto está muy matizado. Es un perfume interesante, pero ciclotímico y al que le cuesta posicionarse. Uno de esos que esconde cosas. Yo creo que le pega.