Miquel Escudero-El Correo
- El presidente de Cataluña baila al son que le marca Pedro Sánchez y para dar carpetazo al ‘procés’ justifica la amnistía a los condenados
Hace seis meses que Salvador Illa tomó posesión del cargo de presidente de la Generalitat, el 10 de agosto del año pasado. Es un buen momento para hacer un primer balance de su gestión de gobierno.
¿Qué formación tiene, cuál es su historial político? Licenciado en Filosofía, tiene un máster en Dirección y Administración de Empresas. Como es bien sabido, fue ministro de Sanidad, durante un año de la pandemia del covid. Se afilió al PSC en 1995, no tenía aún treinta años, pero hacía ocho que había sido concejal de Cultura del pueblo donde nació: La Roca del Vallès. Precisamente en 1995, fue elegido alcalde de esta localidad barcelonesa; cargo que desempeñó durante casi diez años. Ejerció luego una dirección general de la Generalitat y, tras un breve paso por el sector privado, coordinó unos años el Grupo Socialista del Ayuntamiento de Barcelona.
En 2016, Miquel Iceta lo nombró secretario de Organización del PSC. Y en octubre del año siguiente, participó (al igual que Josep Borrell) en las multitudinarias manifestaciones organizadas por Societat Civil Catalana (SCC), para restablecer el orden constitucional y estatutario, derogado por los separatistas; no está de más saber que, tras el asombroso éxito de SCC y no antes, el calculador Miquel Iceta asistió a la segunda de esas convocatorias.
En 2021, cuando ya era primer secretario del PSC, Illa ganó las elecciones autonómicas; obtuvo 33 escaños, pero tal y como le sucedió a Inés Arrimadas, resultaron insuficiente para gobernar; Junts, ERC y la CUP le cerraron el paso, e hicieron presidente a Pere Aragonès. Tres años después, aumentó su victoria hasta 42 escaños y el bloque separatista no tuvo fuerza para impedir que formara Gobierno. Sin embargo, ERC y Comuns (el partido de Urtasun y Colau) pactaron con el PSC la investidura con significativas concesiones; en especial al partido de Junqueras.
Illa tiene particular experiencia en lograr pactos. Dirigió hace unos años la incorporación de Junts a la Diputación de Barcelona cuando a los socialistas no les hacía falta. También incorporó a los Comuns para el equipo del alcalde Collboni. La capacidad de negociar con flexibilidad es una cualidad, siempre que mantengas tus principios y tu palabra; si no, es una traición. Aquí iremos a parar dentro de un momento.
La figura de Salvador Illa transmite seriedad, tranquilidad, respeto, eficacia, pero también grisura (aunque en mucha menos medida que José Montilla); no deja de ser un peón del PSC. Un gran avance es su claro rechazo a los discursos de supremacismo y de odio; recuérdese al xenófobo y racista Joaquim Torra, cuyo primer objetivo era «sacar a Cataluña de la prisión de España» y un faltón sin paliativos: «vergüenza es una palabra que los españoles hace siglos que han eliminado de su diccionario»; tiene frases mucho más insultantes todavía.
Al mes de ser nombrado, Illa fue a presentarse al Rey en La Zarzuela. Ha asistido a los actos del Día Nacional de España, de la Constitución, de la Pascua Militar, entre otros. Obligaciones institucionales a las que sus predecesores faltaban repetidamente, con absoluta grosería y menosprecio; gestos que, paradójicamente, delatan a «esta gente, tan ufana y tan soberbia», que el himno de ‘Els Segadors’ aplica a ‘los que no son de aquí’.
Illa ha querido dar carpetazo al ciclo del ‘procés’ y que Cataluña vuelva a ser la locomotora de España, habla de realismo y generosidad, de dejar atrás el sufrimiento. De este modo, justifica no ya el indulto a los condenados por sedición y malversación de fondos públicos, sino su amnistía. Sucede que esta no se ha dado sino para comprar los siete votos de Puigdemont y, desde una mayoría catalogada de progresista (!), tener el poder e impedir que gobierne quien ganó.
A partir de eso, todo es posible. Hasta que se diga que Puigdemont chantajea a Sánchez, cuando ha sido este quien fue a ofrecerle todo lo que quisiera. Esta tóxica relación contamina toda la política nacional, y entra de lleno en la política catalana. La quita de la deuda de la Generalitat (no de Cataluña), el insostenible ‘cupo catalán’, meter de matute leyes ‘ómnibus’ y bloquear los Presupuestos del Estado. O que Junts acuse en el Congreso al inefable Sánchez de practicar la mentira, el chantaje y la piratería. Todo es desolador e insensato, pérdidas incalculables de dignidad y de oportunidades desaprovechadas.
Todo se mezcla y confunde. Ante la opa del BBVA, el Banco Sabadell ha optado por volver a Cataluña (se fue, como miles de empresas, tras el golpe de Estado fallido), a ver si la frena. Por otro lado, las asociaciones separatistas siguen recibiendo privilegios, sus subvenciones se mantienen, cuando no crecen; el Estado paga a una de ellas más incluso que la Generalitat. ¿Qué se puede esperar?
¿Qué tal va Illa, qué tal baila? Al compás que le marcan Pedro Sánchez y el PSC.