Gorka Maneiro-Vozpópuli
- Un discurso sencillo el de María Luis Gutiérrez, que sonó sin embargo a revolucionario
Esta última edición de los Goya no ha sido la única vez que en el mundo del cine al menos una voz se alzó públicamente en contra del terrorismo de ETA y a favor de las víctimas de la banda; en 1998, José Luis Borau alzó sus manos pintadas de blanco para condenar todos y especialmente dos de los más crueles asesinatos de ETA perpetrados a lo largo de su cruenta historia: los del concejal del PP Alberto Jiménez Becerril y su esposa, ambos de 37 años, padres de tres niños pequeños, tiroteados días antes de la celebración de la gala mientras paseaban por Sevilla. A pesar de los atentados padecidos, no ha sido este un tema que hayan llevado los directores, productores, actores o actrices ni a sus creaciones artísticas ni a los lugares públicos adonde acudían para promocionar o presentar sus películas, o para recibir los premios que, merecidamente o no, obtenían por ellas.
Cada cual hizo la película que quiso, desde luego, y salvo excepciones como Iñaki Arteta, quizás el más prolífico, el terrorismo vasco no ha sido un tema recurrente, supongo que porque nunca les pareció una cuestión lo suficientemente importante, no era tan rentable como pudieran serlo otros, no tenían nada que decir al respecto o, quizás, preferían evitarse problemas. En cuanto a los discursos reivindicativos, han discurrido igualmente por otros derroteros y atendido otros temas que en cada momento estaban en el debate público, bien fuera para censurar determinadas actuaciones de los distintos gobiernos (del PP), bien fuera para recordar los derechos conculcados de determinadas minorías: la guerra de Irak, la violencia machista, la desigualdad de género, la situación del pueblo saharaui, el sufrimiento de los palestinos, el cambio climático o la paz en el mundo, entre otros. Entre los sermones y las encíclicas escuchadas, la cuestión terrenal del terrorismo ejercido por ETA, sustentado por Batasuna y sufrido a sangre y fuego por los españoles, no ha sido un tema recurrente. No les ha interesado.
Como ya escribí hace casi veinte años con motivo de una plataforma creada por Javier Bardem y otros actores y actrices para defender los legítimos derechos del pueblo saharaui, no es que quiera teledirigir los compromisos públicos de cada uno de los ciudadanos, especialmente si tienen relevancia pública; al fin y al cabo, cada cual se indigna o hace que se indigna por lo que considera, bien sea por convencimiento personal o por interés profesional, y centra sus desvelos en las causas que lo motivan o le interesan. Pero sorprende que, siendo tan proclives a ser solidarios con ciertas causas, no se haya atendido una cuestión que nos ha afectado directamente a los españoles y provocado centenares de muertos, miles de extorsionados y una cantidad incalculable de desplazados en este país que se llama España, aquí donde vivimos.
Algunos lo habríamos agradecido, especialmente en una época en la que no éramos precisamente tantos los que nos enfrentábamos a ETA, actitud que no pocos, por cierto, siguen purgando hoy día, mientras los victimarios acceden a trabajos públicos y privados más fácilmente que sus propias víctimas, cuando no redactan leyes mano a mano con el Gobierno de Sánchez. Ay, cuánto se habría avanzado si hubiéramos podido contar con su presencia y con sus discursos cuando más necesarios eran; quizás no habrían solucionado demasiado, pero las víctimas se habrían sentido menos solas. Desde luego, hubo excepciones, y hubo quien, por ejemplo, colaboró y participó en las primeras manifestaciones convocadas por Basta Ya, entre otras apariciones públicas.
se demuestra que las películas reivindicativas pueden ser honestas, recibir premios y ser rentables, y este thriller está cosechando un gran éxito en las taquillas porque ha sabido crear, rodar y vender una historia real imprescindible
La infiltrada, dirigida por Arantxa Echevarría, es una película excepcional que sirve para entender parte de la historia criminal de ETA, la lucha policial contra la mafia, la labor invisible pero esencial de los infiltrados en ella y, en general, el trabajo de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado para lograr su derrota incondicional y sin contrapartidas. Y ayer recibió el Premio a la Mejor Película y a la Mejor Actriz en la persona de Carolina Yuste. Si no la han visto, no dejen de hacerlo. No todas tienen por qué serlo, pero se demuestra que las películas reivindicativas pueden ser honestas, recibir premios y ser rentables, y este thriller está cosechando un gran éxito en las taquillas porque ha sabido crear, rodar y vender una historia real imprescindible.
Memoria histórica, historia reciente
Sin embargo, la auténtica infiltrada en los Goya fue María Luisa Gutiérrez, una de las productoras de La infiltrada, lo mejor de la gala junto a C. Tangana, que recordó a la censurada e innombrable Karla Sofía Gascón aun sin nombrarla, lo cual ya fue algo entre tanta censura y tanta cobardía. María Luisa Gutiérrez, por su parte, defendió la libertad de expresión en uno de los templos donde, más que hablar, se repiten eslóganes y, sobre todo, arriesgó al hablar de las víctimas de ETA, tema que aborda la película; y añadió que «la memoria histórica también está para la historia reciente». Además, compartió el premio con la familia de Gregorio Ordóñez, Covite, la Fundación Víctimas del Terrorismo y con «todas aquellas víctimas reales que han visto la película, y que, a pesar del dolor que han sentido, nos han dado las gracias porque es una historia que hay que recordar». Un discurso sencillo que sonó sin embargo a revolucionario, lo cual no sé si habla muy bien de los que hasta anteayer habían subido al estrado. Así que, esta vez, en medio de tanta parafernalia, verborrea y sermoneo, se alzó una voz digna, auténtica y necesaria para recordar a las víctimas de ETA; sin duda, fue lo mejor de la noche.