- Sabemos que en el sanchismo institucional y mediático lo bueno y lo malo, lo lícito y lo ilícito, son categorías dependientes. ¿De qué? De si el acto beneficia a Sánchez o lo perjudica
La delincuente Laura Borrás ha presidido el Parlament, que va fino. La delincuente Laura Borrás ha presidido Junts, que ni te cuento. No podemos afirmar que haya mancillado la institución ni el partido porque ya venían cochambrosos antes de llegar esta gran mujer, tan amiga de sus amigos como para soltarles mi guita con alegría. A ver, el nacionalismo catalán es una cueva de ladrones desde que Pujol tocó poder en el ochenta, instaurando una cleptocracia donde nadie hacía negocios sin su permiso ni había operación empresarial sin su comisión. Pasqual Maragall cifró la implacable e inexorable mordida convergente en el 3 %. A muchos nos escandalizó, pero no por la existencia de comisión sino por cómo la rebajaba el socialista separatista. ¿Cómo que el tres? —gritaron indignados los promotores inmobiliarios, los inversores industriales, los concesionarios de infraestructuras. ¡A mí me exigen el 20! A otros les pillaban el diez o el quince. Por razones comprensibles, no se había regulado por ley el porcentaje que el convergente le podía robar al empresario, así que la arbitrariedad y el capricho en el mangoneo se acabaron imponiendo.
Debería servirnos de lección. El robo sistemático —normalizado y con plena aquiescencia social— desde los gobiernos nacionalistas, sin perdonar nada e implicando a toda la familia en las rebatiñas, forma parte del hecho diferencial catalán. Es verdad que Sánchez, por el roce y la afinidad con los sucesores de Convergència, se ha catalanizado mucho y también ha familiarizado la fiesta. Pero es que lo de Pujol parece inventado: el padre, la madre y los siete hijos estaban imputados. A decir verdad, no tengo ni idea de cómo ha evolucionado su situación. Un manto de silencio ha caído sobre los Pujol. No es imposible que hayan declarado a todos inimputables, o inviolables, o impunes, en alguna reunión secreta del Estado profundo, con otros imputados como el fiscal general del Estado y otros imputables como Pumpido, el hombre lubricante (donde parece que será imposible, él mete lo gordo).
Sabemos que en el sanchismo institucional y mediático lo bueno y lo malo, lo lícito y lo ilícito, son categorías dependientes. ¿De qué? De si el acto beneficia a Sánchez o lo perjudica. Solo hay que escuchar a los tertulianos de carné en la boca para comprobarlo: no hacen excepciones. Así pues, cuanto a Sánchez convenga será bueno y lícito. De ahí que los restos podridos de Convergència (los restos podridos de un cuerpo corrupto, échale guindas al cerdo) clamen contra la resolución del Supremo condenando a la gran amiga de sus amigos, Laura Borrás. Perdido todo decoro, dejan al descubierto que la amnistía nada tenía que ver con lo declarado (ya de por sí inaceptable) sino que se trataba de una patente de corso que permite a los nacionalistas catalanes robar a gusto sin que les molesten. La paradójica ventaja del sanchismo, la que lo mantiene siempre erguido como un tentetieso, es que a cada hecho inaceptable le sucede otro más inaceptable aún.