Rebeca Argudo-ABC

  • Quieren que todo cambie para que se mantenga como está

No hay facción política en estos momentos más refractaria al cambio que la izquierda (de la actuante a la extrema, pasando por la verdadera de verdad de la buena), ni doctrina ideológica más incapacitada para reiventarse y evolucionar que la identitaria. Así y en puridad, lo verdaderamente conservador hoy es, paradójicamente, ser de izquierdas. Por eso se pasan el día gritando «que viene el fascismo» y «alerta internacional ultraderechista», que es un «que viene el coco» para adultos. El asustaviejismo de toda la vida, en fin, versión ‘new age’ de aquel «quitarán las pensiones» de un González al que han hecho bueno. No quieren que nada cambie, conservadores de lo suyo como son. Porque han logrado instalarse cómodamente en las instituciones, la academia y los medios, y horadar de a poquitos el Estado de derecho mientras nos señalaban con la mano allá, a lo lejos, al lobo que venía. Que cuidado, nos gritaban, que peligran las libertades y los derechos, la democracia misma. Tan de a poquitos lo iban haciendo que ahora mismo nos tienen en estado de lasitud social, con atonía crónica: lo mismo nos da un fiscal general imputado borrando mensajes para obstruir una investigación que un chisgarabís faccioso fichado como asesor del gabinete de presidencia para radicalizar la ofensiva y ahondar en la fractura social. Lo mismo que el propio presidente ataque con denuestos a un ciudadano de a pie, para perjudicar por persona interpuesta a un rival político, que todo el aparato de gobierno defendiendo a una particular, acusada de aprovechar el ayuntamiento carnal para el enriquecimiento propio y el favor a terceros. Un Gobierno, por cierto, cada vez más debilitado e ineficaz, sostenido por los palos del sombrajo de una pírrica aritmética funambulista y de contrabando, empeñado en sacrificar toda probidad y honorabilidad, toda credibilidad, en el altar del proyecto personalista de un fulano sin más ideología que mantenerse en el poder a toda costa. La democracia convertida, no en ideal a conservar, fortalecer y proteger (no en el fin) sino en herramienta mediante la cual imponerse de manera totalitaria con apariencia de legitimidad. Todo ello con la anuencia (consentimiento, Yolanda Díaz, anuencia significa consentimiento, y también aprobación o beneplácito) de una serie de formaciones políticas de representación mínima que saben que no volverán a verse en una como esta. Se resisten al cambio, digo, los que dicen que están por el progreso (por el suyo propio, claro), y en el fondo les entiendo: tienen mucho que perder. Ante los indicios que auguran cambio, les va en el aspaviento agorero el amarre a la poltrona, que ahí afuera hace frío y, a algunos, solo los separa del hambre que el chiringuito se mantenga en pie como sea. Por eso son los nuevos conservadores aunque ni siquiera se den cuenta. Porque quieren que todo cambie para que se mantenga como está. Ya lo advertía Emilio Gentile: el peligro real hoy para nuestra democracia no es el fascismo, lo son los demócratas sin ideal democrático. Y los tenemos instalados en nuestras instituciones.