Francisco Rosell-El Debate
  • Por esa vía, además, se camina a una equiparación de salarios al margen de la capacitación y del talento. Ello lleva a la implantación, por la vía de los hechos, del salario único en una España que importa cada día más mano de obra sin cualificar y expulsa más capital humano preparado y competente, lo que marca el signo de su economía

Con las encuestas excavando fondo y con los jueces acechando la Moncloappor mor de la corrupción, Pedro Sánchez necesita dar todo el hilo que pueda a la cometa de Yolanda Díaz para ver si deja de restar y justifica algún día el nombre de la formación que lidera, pero no encabeza. Y ella, claro, se viene arriba como una agitada gaseosa hasta encrespar a la facción socialista del Gobierno que se contiene disciplinada y musita, si acaso, «eso no es así» tragando acíbar como la ministra-portavoz, Pilar Alegría, al término del Consejo de Ministrosddel martes.

Después de dejar casi de cuerpo presente políticamente al ministro Cuerpo al que tachó de «mala persona» por negarse a la reducción de jornada que ella se autodespachó por el «artículo 42» del que se vale el Rey de «Alicia en el País de las Maravillas» para imponer su capricho, Díaz volvía a las andadas esta vez contra la vicepresidenta y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, a propósito de la decisión de esta de finiquitar la exención del IRPF a los perceptores del Salario Mínimo Interprofesional (SMI). Ello causó el entripado de esta y que, al día siguiente, esgrimiera el parte médico para no sentarse al lado en el banco azul durante la sesión de control del Gabinete.

La política obliga a hacer buena digestión de asuntos estomagantes y Montero ya está hecha a ello. Pero el engreimiento de Díaz le saca de quicio. Como a Nadia Calviño hasta que esta se cansó de la consentida de Sánchez y se plantó en Barajas a la espera del primer vuelo rumbo a algún organismo internacional apetecido por esta alta eurofuncionaria incorporada al Ejecutivo para tranquilizar a Bruselas como Zapatero procedió con el eurocomisario Solbes. Tras varios despegues fallidos, la vicepresidenta de boutique aterrizó en el Banco Europeo de Inversiones (BEI), de la que es gobernanta con ínfulas de emperatriz.

En su soberbia, Calviño no transigía con quien asumió el departamento de Trabajo sin tener ni repajolera idea de lo que era un ERTE y sentar cátedra con osadía de ignara. Luego de hacerla callar en Consejos de Ministros por insolvente y de hacer mohines de estupefacción cada vez que desbarraba en las Cortes sobre economía, Calviño corroboró que a Sánchez le importaba una higa rectificarse a sí mismo y mucho menos a sus ministros económicos sobre el SMI o reforma laboral regalándole triunfos a la nueva «sonrisa del régimen» como lo fue con Franco el simpar Solís Ruiz, quien tampoco andaba sobrado de latines y bien que le hubiera venido al egabrense, como le reconvino un procurador al haberle evitado un engorroso gentilicio a su Cabra natal. En su lance de navajas hasta en el liguero, como en esta reposición teatral con mudanza en el reparto, Sánchez entronizó como reina por un día a Díaz con un paseo a tambor batiente y nube de cámaras por los jardines de la Moncloa, mientras Calviño enmudecía para no dimitir y que su vicepresidencia fuera rampa de lanzamiento hacia otro momio de postín.

Entretanto, si el bolso de Soraya Sáenz de Santamaría ocupó el escaño vacío de Rajoy en el debate de la moción de censura que le dejó sin potestades, el bolso de Calviño reemplazó la cartera que le había vaciado la ministra coartada de quien, con tal de sostenerse en el machito, vende a su madre. No es que Sánchez haga pactos con el diablo, como principió para asaltar la Moncloa y luego perdurar con menos escaños propios que nadie, sino que se tiene por tal no ateniéndose a reglas ni moralidades. Por eso, que a Montero se le vaya haciendo el cuerpo como a su colega de ese apellido. Sánchez no desautorizará a Díaz, aunque sí prescribirá una cataplasma de compromiso para que la oposición no hurgue en la herida y sus socios no le endosen una derrama extra.

En consecuencia, ambas buscarán salvar la faz para que esta «broma de pelea» tenga feliz desenlace contra aquella «pelea en broma» por fandangos de los 70 entre Juanito Valderrama y Dolores Abril tras ponerse como pingajos. ¡Qué mejor modo de zanjar la porfía que cantar a dúo como en un karaoke: «Yo sé bien que no lo sientes/ Lo que acabas de decir/ Yo sé bien que no lo sientes/ ¿Cómo lo voy a sentir/ Si vivo para quererte». Al fin y al cabo, son polichinelas de Sánchez. «Yoyo» Díaz yendo de abrazo en abrazo como en un permanente banquete de boda y «Maríatrifulca» Montero aplaudiendo incontinente al líder máximo para que no la pille en un renuncio como el que le ha costado ser «candidata a palos» a las elecciones andaluzas, siendo hija de los ERE y debiendo proveer el cupo catalán para que el prófugo Puigdemont no deje caer a Sánchez.

Ante esta despendolada carrera por atrapar titulares y fotos, no hay que perder de vista que, con la subida del SMI, el Fisco se reserva gran parte de la tajada que costean las empresas y cuya gravosa carga arrastra a las más pequeñas a echar la persiana. Esos incrementos del SMI no acrecentarán necesariamente el poder adquisitivo real al desatar una espiral de sobreprecios en productos básicos. Es la fábula del burro al que amarran a su cabeza un palo del que pende una zanahoria a la que, contra lo que presupone, jamás logrará morder.

Por esa vía, además, se camina a una equiparación de salarios al margen de la capacitación y del talento. Ello lleva a la implantación, por la vía de los hechos, del salario único en una España que importa cada día más mano de obra sin cualificar y expulsa más capital humano preparado y competente, lo que marca el signo de su economía. En definitiva, hace un pan como unas tortas, pero abona el campo a una izquierda regresiva que concibe el Estado como un gran leviatán a través del cual todo el mundo trata de vivir a costa de todos los demás. Ello prefigura la distopía igualitarista de «La rebelión en la granja», de Orwell, en el que «todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros». Como no debiera escapársele a nadie, esos «algunos» son quienes dictan, a la postre, las providencias que preservan su dominio avasallador

Con una menguante clase media que ha quedado en cuarto y mitad, si es que no está en las raspas, se aviva la polarización haciendo que la gobernación del país se dilucide electoralmente en los extremos, en vez de que sea en las verdes praderas del centro como discurrió desde la restauración de la democracia hasta arribar un Zapatero que hoy es el maestro de esgrima de Sánchez y la brújula diplomática que acerca a España a China frente a Trump. A este respecto conviene distraerse sólo lo preciso con la broma de pelea de dos vicepresidentas a la greña mientras despellejan a los corderos, en vez de esquilarlos, como los buenos pastores, haciéndoles creer que les agrandan una paga que nunca iguala a los precios.