Carlos Martínez Gorriarán-

Es una ideología religiosa que hunde sus raíces en el variopinto y poderoso protestantismo de Estados Unidos

Se discute si el wokismo ha sido derrotado por las victorias de Meloni, Milei, Trump y otros líderes de la nueva derecha populista, pero sea la respuesta sí o no, la pregunta está mal formulada. Permítanme el preaviso de que hay wokismo para rato. En primer lugar, porque no es lo mismo que la izquierda política y cultural, aunque en Europa lo conozcamos bajo ese aspecto, y en segundo porque es una ideología religiosa que hunde sus raíces en el variopinto y poderoso protestantismo de Estados Unidos.

Stay woke, despertad a la llamada del Señor

Para entenderlo hay que remontarse a la reforma protestante. Como es sabido, una gran diferencia entre católicos y protestantes es que los segundos aspiran a la relación directa con Dios a través de la lectura y meditación de la Biblia. A diferencia del clero católico, los pastores son guías espirituales, pero no sacerdotes consagrados. Por eso los protestantes tienen fácil declararse pastores, abandonar su comunidad y fundar otra basada en sus propias convicciones y experiencias. En definitiva, en protagonizar cismas dentro del cisma, tendencia que apareció en las iglesias protestantes casi de inmediato, así entre Lutero y Calvino, y ambos contra los anabaptistas. Es la lógica motora de un mundo de increíble complejidad.

Como el objetivo político del protestantismo es conseguir un Estado adecuado para su ideal de vida cristiana, muchos cismáticos eran (y son) reformadores políticos radicales, incluso revolucionarios. Uno de ellos fue Oliver Cromwell, el puritano inglés que encabezó la revuelta político-religiosa concluida en guerra civil entre los parlamentarios y puritanos, de un lado, y los monárquicos del otro. Impuso a Inglaterra una República anticatólica y puritana radical. La monarquía fue restaurada tras su muerte pues, en 1688, un complot de nobles anglicanos expulsó al católico Jacobo II, importó un rey protestante de la dinastía holandesa de Orange, y proclamó la soberanía del Parlamento inglés (que no del pueblo). Pero esa es otra historia no menos religiosa.

Otros puritanos ingleses, con los cuáqueros, optaron por emigrar a Nueva Inglaterra con el objetivo claramente político-religioso de fundar allí sus comunidades cristianas ideales sin interferencias de Londres. Surgió así la Iglesia congregacionalista, de características muy influyentes en los futuros Estados Unidos. El pastor era un representante electo, de poder limitado por el consejo presbiterial, y todo creyente descontento podía dejarla para fundar su propia congregación. Así los futuros Estados Unidos se convirtieron en Tierra de Promisión de los protestantes radicales, que se veían a sí mismos como nuevo Pueblo Elegido, y proliferó la creación de nuevas iglesias (metodistas, presbiterianos, baptistas, evangélicos, mormones, etc.)

Hacia 1730, el mundo protestante experimentó un gran movimiento de renovación religiosa conocido como Gran Despertar (First Great Awakening) o Reavivamiento Evangélico, cuyo lema era despertar a la fe, de donde procede el wokismo actual. No se limitó a la piedad y la devoción personal, pues también tenían objetivos puramente políticos que llevaron a la rebelión e independencia de los futuros Estados Unidos. Edmund Burke advirtió al Parlamento británico de que los rebeldes americanos no eran sino protestantes contra el protestantismo oficial. Y empaparon a la democracia norteamericana de su profunda y característica religiosidad, como analizó con maestría Alexis de Tocqueville en su clásico La democracia en América. El movimiento se reavivó en 1790-1840, y en 1930 con el “stay woke” (stay awake pronunciado por afroamericanos), origen del wokismo de izquierda actual.

El wokismo permitió la reconversión de la lucha final entre burguesía y proletariado, erróneamente profetizada por Marx, en un combate plagiado a la escatología cristiana, a saber, la lucha final de ángeles y demonios en Armagedón.

El movimiento woke, al inicio muy conservador en materia moral, nació en las iglesias, donde enlazó con el movimiento antirracista por los derechos de los negros, que naturalmente interesó mucho a la izquierda radical (Stalin y Trotsky estuvieron de acuerdo en apoyar la autodeterminación negra en Estados Unidos). Pero lo importante es que esa izquierda no es menos religiosa que la derecha conservadora; la diferencia está en que su religión política revolucionaria pretende, para resumir, instaurar el paraíso en la Tierra, sea en la modalidad anarquista o en la comunista de Asaltar los Cielos que popularizó el asaltante de Galapagar, aunque en la historia quedó en el asesinato de Trotski por el piolet de Ramón Mercader.

El comunismo de Marx es una religión política total, con su Iglesia (el Partido), rituales y Teología (y herejías), exigencia de fe y promesa de salvación, pero en esta vida. Con ese sustrato, la izquierda comunista no tuvo ningún problema en adoptar el wokismo americano cuando la vieja teología de la lucha de clases calló en el descrédito. El wokismo permitió la reconversión de la lucha final entre burguesía y proletariado, erróneamente profetizada por Marx, en un combate plagiado a la escatología cristiana, a saber, la lucha final de ángeles y demonios en Armagedón.

Los ángeles woke de izquierda son, obviamente, sus minorías protegidas: mujeres, etnias marginadas y LGTBI etc. Los demonios, los “hombres blancos heterosexuales” culpables de toda violencia, explotación y desigualdad. La democracia liberal capitalista es el infierno del pecado, y los movimientos alternativos, entre los que se camufla el viejo comunismo, el paraíso en la Tierra. Si añadimos ecologismo radical y antisemitismo, obtenemos el paquete completo.

El papel capital de las universidades americanas en esta adaptación tampoco es extraño. Harvard nació como seminario para formar pastores, y los intelectuales más innovadores, por ejemplo los del circulo de Emerson en Concord (Hawthorne, Walt Whiltman, Thoreau, Louisa May Alcott o Herman Melville), también eran muy religiosos a su modo. Como todo degenera, la última oleada académica, influenciada por los disparates de Sartre, Marcuse, Foucault y compañía, aportó el milagro con la teoría queer de Judith Butler, que cancela la naturaleza y regala a cada creyente el milagro de elegir el género sexual que más le guste.

El wokismo es la utopía político-religiosa y es iliberal porque no acepta la política laica ni el pluralismo (salvo el protestante), e incompatible con el sistema cuando se hace revolucionaria, como en tiempos de Cromwell y del neocomunismo actual, incluido el chavismo. Muta y se transforma, pero no desaparece. Uno de los primeros y calculados nombramientos de Trump ha sido el de su portavoz en asuntos religiosos, la popular telepredicadora Paula White. El gesto es trasparente: no a las políticas wokistas de diversidad y género, sí a reforzar la alianza con la religión arrebatándola a la izquierda woke con una derecha también “stay woke”. Lo proclama el dólar: “in God We Trust”. Nunca lo han escondido.