Agustín Valladolid-Vozpópuli

Alarmantes retrocesos en calidad de la democracia y bienestar social, a pesar del PIB. ¿De qué presume Sánchez?

Solo uno de cada tres españoles se fía de las noticias que difunden los medios de comunicación. Y mucho me parece. El dato lo recoge el Digital News Report de 2024, y explica muchas cosas. Por ejemplo, porqué los partidos políticos han elegido las redes sociales como principal campo de batalla en detrimento de otros proscenios. Véase sin ir más lejos el rincón al que han despachado al Parlamento, templo que un día fue de la sana disputa política y hoy convertido en poder subalterno y destacado suministrador de tiktokeces.

El estudio DNR 2024 revela que la llamada “fatiga informativa” se sitúa en España entre las diez más elevadas del mundo: un 44% de los encuestados dice evitar las noticias, y casi la mitad de ese porcentaje son jóvenes (menores de 35 años). Los medios tenemos un problema, y el poder lo sabe. Da igual de qué poder hablemos. Y actúa en consecuencia. Pedro Sánchez no iba a ser menos. Precisemos: es uno de los que con más claridad y antelación lo vio venir, aunque el primero en poner en marcha un plan sostenido de descrédito de los medios, eso nadie lo discute, fue Donald Trump.

A ver cómo explicamos a los progresistas del ancho mundo que con el crecimiento del PIB por las nubes los índices de pobreza no mejoran y 3,4 millones de personas viven en hogares con menos de 15 metros cuadrados por ocupante

Como el presidente norteamericano, Sánchez fichó de inmediato a su Steve Bannon. No eligió a un jefe de Gabinete clásico, cuyo papel consistía en trabajar en silencio, más bien de puertas adentro, con discreción, para evitar que la orquesta del gobierno desafinara. Sánchez, después de que José Enrique Serrano no aceptara el encargo, se inclinó por un perfil distinto, el de un fabricante de mensajes, un destacado miembro de esa nueva secta de mercenarios que entienden la política como una palpitante serie de televisión.

Primero fue Iván Redondo, y tras la brocha gorda de Óscar López el seleccionado para dirigir el equipo de distorsión informativa ha sido Diego Rubio, un brillante especialista en “historia aplicada y gobernanza anticipatoria” que en su tesis doctoral, “La ética del engaño”, qué maravilloso oxímoron, ennoblece la falsificación de la realidad y defiende, y hay que reconocer que en esto no le falta razón, que “una sociedad en la que se expusieran sin rodeos todas las verdades sería más parecida a un infierno que a un paraíso”. Pero una cosa es acertar en el diagnóstico y otra muy distinta convertir el engaño y la media verdad en política central del Gobierno.

Bien es verdad que hay mucho trabajo por hacer, infinidad de incómodas realidades que disfrazar. Y el jefe ha puesto el listón muy alto: “Los progresistas del mundo nos miran y no les vamos a decepcionar”, les ha prometido Sánchez a sus parlamentarios. A ver cómo lo hacemos. A ver cómo explicamos a los progresistas del ancho mundo que con el crecimiento del PIB por las nubes los índices de pobreza no mejoran, que según un reciente informe de Cáritas el 7% de la población (3,4 millones de personas) vive en hogares con menos de 15 metros cuadrados por ocupante, o que la mitad de los ciudadanos a los que esta ONG ayudó en 2023, 1,3 millones, tenían empleo.

En el furgón de cola de la lucha contra la corrupción

El crecimiento del PIB es el clavo ardiendo al que el Gobierno se viene agarrando para disimular la decepción que provoca en muchos sectores de la sociedad una política que está fracasando en la que debiera ser su prioridad fundamental: una más justa redistribución de la riqueza que borre estadísticas como las de Cáritas, más propias de un país en vías de desarrollo. La macroeconomía es una de las escasas magnitudes de las que puede presumir una nación que en estos últimos años ha visto empeorar algunos de sus más preocupantes problemas estructurales.

Sin ir más lejos, y pasando de las carencias en materia económica a las relacionadas con la salud y calidad de la democracia, en estos días hemos conocido dos noticias muy preocupantes para nuestra reputación. Por un lado, el Banco Mundial, cuyos indicadores de gobernanza global se nutren de las bases de datos de más de treinta think tanks, firmas privadas y organizaciones internacionales, ha colocado al Gobierno de Pedro Sánchez en mínimos históricos en calidad regulatoria y del Estado de Derecho. Por otro, Transparencia Internacional nos acaba de mandar al furgón de cola de la lucha contra la corrupción en su Índice de 2024, puesto 46, por detrás de países como Ruanda (43) o Arabia Saudí (38).

Hay que persistir en el proceso de debilitamiento de los medios y para eso es esencial alimentar el flanco mugriento de las redes sociales. Con expertos en la materia. Moncloa no ficha pedagogos sino francotiradores

¿Cómo era? “Los progresistas del mundo nos miran y bla, bla, bla”. Ahora se trata de que lo que vean no se parezca demasiado a la realidad. Moncloa refuerza su servicio de agitación. Hay que persistir en el proceso de debilitamiento de los medios y para eso es esencial alimentar el flanco mugriento en X, TikTok o Instagram. Con expertos en la materia. No se fichan pedagogos sino francotiradores. El objetivo es, ahora más que nunca, desacreditar a los medios en general y a los no colaboracionistas en particular, expandiendo una verdad paralela en el mercado al por mayor de las redes sociales, donde se consume sin hacer demasiadas preguntas cualquier tipo de bazofia.

El propósito es mejorar la estadística. No esa que saca a flote nuestras vergüenzas, sino la que servía como arranque de este artículo: que en lugar de uno de cada tres, mejor que sean uno de cada diez los españoles que no se fíen de las noticias que publican los medios de comunicación. En eso están. En ganar como sea la batalla del relato. Y no únicamente contra los medios críticos; también sacrificando la credibilidad que les quede a los cercanos. Y la de las instituciones. ¡Grande Tezanos!

Reflexión final: “Sabemos que, desde hace muchos años, la política ha dejado de ser una confrontación ideológica para convertirse en una guerra de relatos. La demonización del adversario, el maniqueísmo, el sectarismo y la falta de autocrítica caracterizan el discurso de los dirigentes (…). [El] objetivo es crear un mundo imaginario y distorsionado, una realidad paralela en la que la capacidad de análisis de los ciudadanos queda mermada por sus sesgos cognitivos”. La sobria perspicacia de Pedro García Cuartango.