Manuel Marín-Vozpópuli

Hoy Europa es un guiñapo. Se ha acobardado ante Putin, se ha sometido a China, se abuchara con Trump y rapiña a la OTAN

Toda mi generación fue educada en las virtudes de una imprescindible incorporación de España a lo que por entonces era la Comunidad Económica Europea, que así se llamaba el artefacto. Era el principio de los años ochenta y con la democracia en proceso de consolidación había que pertenecer a un mercado común internacional que nos permitiese abandonar el aislacionismo y la automarginación vigente durante la dictadura. Había que olvidar las chaquetas de pana en los Consejos de Ministros y los palillos de dientes, y hacer méritos para ser admitidos en ese selecto club de países europeos modélicos, avanzados, políglotas y cosmopolitas que tantos prejuicios tenían sobre nuestra siesta, las sobremesas interminables y esa percepción de que el español olía a ajo y era un vago de ADN.

Europa era el chollo, el avance, la modernidad. Había que pertenecer al clan y participar de las ventajas de un mercado común sin aristas que sólo nos traería beneficios y, de paso, sacudirnos el pelo de la dehesa. Había que crear una legislación europea, una orden de detención europea, un avión europeo, una liga de fútbol europea, una transición energética europea, una moneda europea, un parlamento europeo. Todo muy europeo. Y alguien habló de un ejército europeo, de una recuela americana con los Estados Unidos de Europa, y de convertir a la vieja dama rancia, nacionalista, tan dispar, bélica y conflictiva en un modelo del liberalismo a las europeas maneras. Y se diseñó una socialdemocracia muy europea que sustituyese con traje y corbata a aquel viejo socialismo cuasi comunista que se encerraba tras el muro de Berlín. España debía sumarse a esa Europa distinta, modelo de democracia y avances, luminosa, enciclopédica, modernista y de vanguardia, con su bandera azul de estrellas unívocas alineadas en la dirección colectiva de un desarrollo impagable. Todo era perfecto. Bonito. Útil, con sus mariposas y sus flores. Y se hizo.

Hoy Europa es un guiñapo. Se ha acobardado ante Putin, se ha sometido a China, se abuchara con Trump y rapiña a la OTAN. Recuerda demasiado a aquel personaje de Luis Escobar, el Marqués de Leguineche, tan emperifollado siempre en su señorial distinción con pañuelo de seda y siempre a dos velas. Europa hoy solo mantiene las apariencias de lo que quiso ser y de lo que realmente fue. Se fue Reino Unido y aún nadie sabe ni por qué ni para qué, y han quedado al descubierto las costuras de una burocracia insoportable, de una maraña legislativa en la que los países se pasan por el forro la euroorden contra delincuentes y protegen a mafiosos y terroristas. En Europa los Tribunales sí son entes políticos sin matices, y las denuncias por abusos contra la esencia profunda de las democracias quedan en esos patéticos “tomamos nota”, cuando no en pellizcos de monja que nadie sabe qué organismos, consejos o comisiones con nombres rimbombantes debaten, ni cuándo ni con quién.

Trump sale al rescate de Putin, y Europa se dispone a avalar que un golpe contra una parte de España no fue violencia sino un derecho, mientras nos enredamos aquí en que un beso tan estúpido y vejatorio como innecesario y asqueroso sí es violencia. Violencia sexual

Europa es un lobby privado de élites incapaz de ver venir la llamada de populismos extremos que antes o después cambiarán definitivamente el mapa político en aras de radicalismos ultras, a izquierda y derecha, tan tóxicos como demagógicos. En Europa los sistemas de poder sólidos están amenazados, dan manotazos sobre las olas como pueden, y están en permanente espera de liderazgos que han dejado de existir. Todo se reduce a soluciones parciales e irrelevantes. Todo es improvisación. Europa dormita en su maraña elefantiásica e impotente, ajena a la lo que ya algunos expertos denominan la tercera guerra mundial, esa batalla coral que promete dar un vuelco a las relaciones económicas del planeta, que va a canibalizar la globalización a base de inteligencia artificial, que impondrá un drástico proteccionismo arancelario, y que solo van a librar Estados Unidos y China: uno para no perder el control del planeta y otro, para hacerse con él de modo definitivo. Trump sale al rescate de Putin, y Europa se dispone a avalar que un golpe contra una parte del territorio en España no fue violencia sino un derecho fundamental, mientras nos enredamos aquí en que un beso tan estúpido y vejatorio como innecesario y asqueroso sí es violencia. Violencia sexual.

Con ese estrabismo propio de las dobles varas de medir y con esta perversión de los valores se maneja Europa en múltiples escalas. Poniendo parches a una inmigración desbocada, siendo una comparsa militar, con equilibrios ridículos que impiden saber si Europa defiende a Israel o a Hamás, o sin romper huevos en esa dictadura que es Venezuela. Porque si Europa es algo, es meliflua, como de algodón, que pintó en palabras divinas Juan Ramón. Nos hicieron creer que hasta había un patriotismo europeo, un sentimiento de orgullo y pertenencia. Y que nuestros erasmus iban a ser la mejor generación de la historia, tan urbanos y viajeros, tan digitales, que ya no haría falta que nadie recogiese más tomates de la tierra. Pero Europa está demostrando una acelerada decadencia con la que no conviene transigir.

Alentar el antieuropeísmo es una pose errónea, innecesaria, todo un absurdo metafísico y una milonga demagógica. Apalear a la momia es fácil. Lo valiente es alentar una refundación europea con élites activas y preparadas, no con un ejército gris de políticos y burócratas a codazos por una jubilación de oro en un escaño de a 140.000 euros por trabajar dos días y medio a la semana mientras trafica con su influencia. Si alguien quiere cambiar esa percepción, debe empezar a hacerlo y dejar de excusarse siempre en la complejidad estratégica del continente como coartada. Europa está llegando tarde a su propia refundación política, jurídica, social, económica, emocional y hasta sentimental. Se deshilacha en incoherencias. El fastuoso GRECO, enredado en informes tan eternos como inservibles, no lucha contra la corrupción, ni el Consejo de Europa mueve un dedo contra los ataques, cada vez más frecuentes y normalizados, contra la separación de poderes.

Alentar el antieuropeísmo es una pose errónea, innecesaria, todo un absurdo metafísico y una milonga demagógica. Apalear a la momia es fácil. Lo valiente es alentar una refundación europea con élites activas y preparadas, no con un ejército gris de políticos y burócratas

Europa siempre toma nota de todo, lo deja correr y después te comunica que tu legislación contra los terroristas, tu Ley Parot, no concuerda con los estándares europeos de concordia y demás. Le dice a los Estados que no puede configurar tribunales políticos en Polonia o en Hungría, pero luego configura el más político de todos en Estrasburgo, donde el lobby jurídico de cada país, los favores al cobro y los estilismos ideológicos bienqueda se cotizan a idéntico precio que los lobbies legislativos y económicos. Lo cambiamos de nombre, lo disfrazamos de gestión de ‘asuntos públicos’, y tranquilizamos la conciencia. Y mientras tanto, el rotulador de Trump, el hijo de Elon Musk… y el Dombás gratis para Putin en la ‘Europa vaciada’ de sí misma.

Ahí nos queda Von der Leyen, con la impotencia de la nadería en su rictus mientras pasea en círculo por esa inmensa cárcel burocrática que es esta Europa de las energías verdes, la descarbonización, la tóxica permisividad con el déficit o la deuda y, lo más grave, rehén de su desprecio por su propia identidad. Porque alguna vez tuvo identidad. Cuando creímos que sí, que existía un sueño europeo. Hoy el cinismo nos aboca a esta triste ecuación de pura conveniencia: cuando afecta al control exhaustivo y directo de intereses económicos, la UE impone a cada país su doctrina de modo inflexible… y cuando atañe a intereses democráticos o de defensa de las libertades y la legalidad frente a los abusos de los gobiernos, la cosa se queda en una “cuestión interna de cada Estado” y la UE no puede incurrir en injerencias. Europa, para muchos creyentes, está quedándosenos sólo es eso, en una inmensa e inoperante decepción.