- ¿Por qué el Ministerio de Fomento o el de Sanidad no han denunciado las estafas que sufrieron con las mascarillas? Debe de ser que lo dejan para mejor ocasión
Llevamos días en que crece sin parar el número de noticias y comentarios sobre la pandemia que padecimos hace cinco años y yo veo artículos que me parecen exagerados en uno y otro sentido. Todos tenemos ideas muy firmes al respecto porque todos lo sufrimos. ¿Quién no perdió a alguien cercano? Confieso que no tuve la desgracia de que se me muriera ningún familiar próximo, pero sí buenos amigos. Como Carlos Griñón con quien había almorzado días antes con el resto de la Cofradía de la Buena Mesa en la Bien Aparecida en Madrid y que había monteado por última vez conmigo, el mes anterior. Escribí su obituario en ABC con enorme dolor y reivindicando su figura tan distorsionada en los medios de comunicación españoles.
Me parece que lo más importante de entender en este auge de comentarios y análisis es que lo que pretende el Equipo Nacional de Opinión Sincronizada es recordar aquello como un momento de felicidad nacional por la solidaridad que provocó la tragedia. Las palmas y vítores en las ventanas y los balcones a las ocho de la tarde. Pero una vez más, de lo que se trata es de borrar los escándalos de enriquecimiento delictivo que se produjo en esos días.
Es curioso que el caso notorio no sea el de ninguno de los políticos que están en el Gobierno hoy. Ni del Gobierno de las Islas Baleares que presidía la hoy presidente del Congreso de los Diputados, ni de las Islas Canarias que presidía el hogaño ministro de Administración Territorial y Memoria Democrática. Para algunas cosas es mejor no tener memoria. En cambio, es muy grave el de Madrid porque afecta a un personaje de la nobleza. Pero miren qué curioso es que ése caso ha sido denunciado por el Ayuntamiento de Madrid. ¿Por qué nadie habla de las estafas que sufrieron con las mascarillas el Ministerio de Fomento o el de Sanidad? Debe de ser que lo dejan para mejor ocasión.
Lo que me cuesta más es ver una teoría conspirativa contra la salud como la que aprecian algunos estimados colegas, incluso en este periódico. Yo caí enfermo la tarde-noche del miércoles 11 de marzo, antes de que se declarase la reclusión. Por favor, recuerden que fue una reclusión, no un confinamiento. No se podía decir que estábamos recluidos porque entonces seríamos reclusos, que lo éramos. En cambio, confinados quedaba muy bien porque sonaba mucho mejor. Aunque hasta que el Gobierno impuso ese término, el Diccionario de la Real Academia definía confinamiento como «pena por la que se obliga al condenado a vivir temporalmente en libertad en un lugar distinto a su domicilio». ¿Qué tiene eso que ver con lo que padecimos?
El miércoles 11 de marzo ya se nos había dicho en ABC que no fuésemos al periódico y teletrabajásemos. Y por razones laborales mi director —entonces y ahora— Bieito Rubido, vino a verme a mi casa sobre las 19,00 y me encargó una conversación con un buen amigo al que me fui inmediatamente a ver a su domicilio en el Viso madrileño. Hecha la gestión, retornaba a mi casa y en el taxi noté los síntomas que al llegar a mi domicilio se tradujeron en 38 grados de fiebre. Al día siguiente conseguí que me hiciesen un análisis en el Rúber Internacional —tras negármelo en un par de hospitales privados relevantes— al precio de 400 euros el test. Para cuando el lunes 16 de marzo me dieron el resultado confirmando el Covid ya se me habían pasado los síntomas y había contagiado a mi prometida con la que debía casarme el 21 de ese mes.
Todos vivimos aquellos meses con enorme angustia. Yo era entonces en ABC —como lo soy en El Debate— el editor de la sección de obituarios. Pasamos de no tener un muerto sobre el que escribir muchos días —Bieito tiene la teoría de que a nadie le interesa un obituario de un saxofonista de Nueva Orleans, por más relevante que sea— a que había que publicar tres o cuatro necrológicas diarias inevitablemente por su notable relevancia. Y vivimos la reclusión, a la que fuimos sometidos, con enorme dificultad.
Lo que no comparto es el rechazo a las vacunas. Yo me he puesto cinco veces la vacuna del Covid y me ha ido muy bien. Claro que no sé si me hubiera ido igual sin ponérmela. Pero no me he arrepentido ni un minuto. Es posible que se haya hecho un abuso injustificado obligando a ponérsela, pero no creo en las teorías conspirativas sobre la inoculación de todo tipo de elementos inverosímiles.
Así que, en este quinto aniversario de aquella tragedia, no se dejen despistar por la propaganda de lo bien que lo hizo el Gobierno. La gestión española fue lamentable. Casi idéntica a la del Gobierno de Boris Johnson en el Reino Unido. Nunca hubo un comité de expertos como nos dijo el Gobierno y fuimos recluidos ilegalmente como sentenció por dos veces el Tribunal Constitucional. Pero esto último es lo menos relevante porque cualquier día de estos, Conde-Pumpido y su equipo de reescritura de la Constitución anulan la sentencia. Con un par y la bandera de Tafalla.