Pedro Chacón-El Correo

Ahora nos recuerda Arnaldo Otegi que hace treinta o cuarenta años le torturaron. Y al hilo de esas declaraciones sus seguidores han sacado pasquines contra los torturadores y siguen utilizando el tema de la tortura para no tener que pedir perdón por nada: de ahí que aprovechen para referirse a lo del «suelo ético».

Para quien se acuerda de que fue torturado, hay cosas que nunca pasan. Pero cuando los demás se acuerdan de ETA, muchos son los que salen diciendo que aquel tiempo ya pasó. El tema de la tortura sigue siendo, a la vista está, la mayor máquina de propaganda que ETA y su entorno han empleado siempre para magnificar todo lo posible los casos de tortura reales que hubo y que todos condenamos.

Pero quienes utilizan la tortura para esquivar su deber ético con esta sociedad son los mismos que protestaron siempre que se atribuyera solo a ETA la práctica del terrorismo. Y consiguieron que la expresión «terrorismo de Estado» calara entre la población, para aplicárselo también a las fuerzas de seguridad.

Así es como ha quedado entre nosotros la tortura solo como la violencia practicada por las fuerzas de seguridad del Estado en los cuartelillos, mientras que terrorismo es el de ETA y también el del Estado. Y así es como el Gobierno vasco ha elaborado estudios sobre la violencia en el País Vasco donde entra todo, ETA y otras bandas, así como las fuerzas de seguridad del Estado, mientras que hace poco acaba de elaborar otro estudio, solo sobre la tortura, donde el único responsable es el Estado.

Hasta el diccionario de la RAE ha validado esa monopolización de la tortura, de modo que, así como su primera acepción dice: «Grave dolor físico o psicológico infligido a una persona de forma deliberada con el fin de obtener algo de ella, especialmente una confesión o una determinada declaración». La cuarta acepción da carta de naturaleza al empleo restringido del término en una sola dirección: «Delito por el que se castiga a las autoridades o funcionarios públicos que, abusando de su cargo, practican la tortura», en una extraña definición que necesita utilizar la misma palabra que se define.

Y así es como hemos llegado a considerar que episodios de tortura sin paliativos, como el secuestro de Ortega Lara, encerrado en un tabuco durante casi dos años, no son tortura. O los secuestros de hasta 77 personas por ETA. O las extorsiones y amenazas a empresarios y a sus familias para pagar el llamado impuesto revolucionario que conllevaron la huida del País Vasco de entre 10.000 y 15.000 personas, según Luis Ramón Arrieta.

¿Por qué se tiene que monopolizar la tortura por parte de la izquierda abertzale? Cuando es un hecho que afectó a tantas personas que no solo sufrieron lo indecible, sino que, además, y lo que es más sangrante, en la mayoría de los casos no hicieron absolutamente nada para merecerlo.