Víctor Núñez-El Español
  • España podrá ser un país de segunda, pero es el líder mundial de la semiótica.

Cuando JD Vance fue a Múnich a subrayar lo obvio, que la clase política europea se ha vuelto impermeable a las cuitas de sus pueblos, cundió la indignación en los despachos del continente. Lo cual es un buen barómetro del retorno de lo político que está eclosionando en el yermo páramo de la administración tecnoburocrática.

Se puso en marcha entonces el protocolo del deeplyconcerneo. Cuando acontece un suceso fuera de lo común, Europa proclama solemnemente su honda preocupación. Y pronunciado este exorcismo, la crisis de turno se cierra y queda restaurado el plácido orden del cosmos continental.

Esta rutina de la neutralización política ha sido la norma hasta que la nueva Administración Trump, que es más de hechos que de palabras, escaló la acción ejecutiva al estadio de la acción expeditiva.

El nuevo rectorado cesáreo se ha lanzado a clausurar conflictos, sin ni siquiera prestar oído a las partes afectadas. Pero Europa no está dispuesta a quedarse sin sitio en el juego de las sillas de Ucrania.

De ahí la reunión de los líderes europeos en París este lunes, que ha querido dotarse de la fotogenia de una catarsis del viejo mundo, por fin emergente de su letargo ante el abandono yanqui.

Pero el producto ha sido más o menos el de siempre: una fotogalería acreditativa de la sólida camaradería europea, y la consabida cháchara en bruselense, con esos modismos relamidos que permiten expresar determinación sin mover un dedo.

Como una revisión chirle del mito artúrico, Macron sentó en torno a la mesa camilla a sus colegas comunitarios. Sólo faltaban las pizzas, como en aquella instantánea icónica del equipo de Soraya Saénz de Santamaría en Génova. Tiembla, Putin.

Como España no suele ser convidada a los ágapes donde se reparte el bacalao mundial, las milicias digitales a cargo de la propaganda monclovita tratan de insuflarnos autoestima por el hecho de que a nuestro presidente le hayan dejado un hueco en la mesa de los mayores.

Mejor aún: a Sánchez lo han puesto entre Macron y Starmer, para repartir juego, como un mediocentro defensivo (de Ucrania). ¿Qué mejor prueba de que España se mide con los grandes? ¿O acaso piensan ustedes que Rajoy, que ni siquiera hablaba inglés, habría estado tan bien posicionado en esta conferencia para regir los destinos del nuevo mundo?

La realidad es que España va camino de pintar cada vez menos en el tablero global. Y que, en esta cumbre, Sánchez ni siquiera ha sido capaz de concretar ninguna acción tangible en el nuevo escenario militar, más allá de garantizar que cumplirá con el gasto en defensa comprometido con la OTAN.

Pero esto va de mantener viva la ficción de que, bajo el mandato sanchista, nuestro país ha engrandecido su influencia internacional. España podrá ser un país de segunda, vale, pero es una auténtica potencia semiótica. Líder mundial en gestos de profunda significación.

La cohorte de aedos del presidente ha llevado la comunicación política hasta tales niveles que la han reducido a una cosmética. Aunque vengan a decirnos que calladitos estamos más guapos, lo importante es que somos guapos. Y ahí están cuentas como Mr. Handsome, cantando la inigualable intimidad cultivada a base de arrumacos entre Pedro y Ursula, el caminar cimbreante de nuestro adonis por los pasillos de Bruselas, o su voz cavernosa que tanta gravedad transmite.

En esto se resume en verdad la doctrina sanchista. Nuestro presidente es un embellecedor de unas dependencias ruinosas, aunque debajo del maquillaje more la ingrata deformidad de Ábalos y Koldo. No descartemos, para estudiar este asunto en profundidad, la próxima creación de una Cátedra de Altos Estudios Semiológicos Socialistas.