Ramón Pérez-Maura-El Debate
  • La realidad del mundo es la que es. Figuras como Vladímir Putin y Xi Jinping no pueden ser ignoradas. Pero Estados Unidos nos ha metido en un nuevo orden en el que reconocemos a los peores tiranos una autoridad moral que les pone en el mismo escalafón ético que a las democracias occidentales. O quizá por encima

Hay que ver qué injustos hemos sido con Vladímir Putin, el nuevo San Vladimiro, mártir –supongo que no virgen. Las cosas que hemos dicho de él con lo bueno que es y lo mucho que merece quedarse con Ucrania con el aplauso de la Administración norteamericana y de una parte relevante de los europeos.

El martes vimos arrancar en Arabia Saudí una reunión presidida por los anfitriones. Ahora ya el malísimo Príncipe Heredero saudí Mohamed bin Salman es un anfitrión idóneo para que Trump y Putin puedan decidir qué es lo que quieren hacer con el mundo. Eso tiene su lógica porque en esta nueva era, ser un demócrata es un valor casi irrelevante. Lo que cuenta es tu fuerza política interna y la capacidad militar exterior. Putin está acusado de crímenes de guerra por la Corte Penal Internacional, pero Estados Unidos no reconoce a esa corte. No obstante, el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, se sentó en esa mesa con Sergei Lavrov, el ministro de Asuntos Exteriores ruso que el próximo lunes, tercer aniversario de la invasión de Ucrania, cumple 21 años en el cargo. Pero, a diferencia de Putin, Lavrov ha sido sancionado por Estados Unidos como arquitecto de la guerra de Rusia contra Ucrania. Como en las dictaduras tradicionales, Putin y Lavrov sabían que sólo tenían que sentarse a esperar ver pasar el cadáver de su enemigo. El cadáver ya ha pasado en espectacular carroza de caballos azabache. Al trote.

El viernes pasado escribía aquí –perdón por la autocita– que el 12 de febrero de 2025 pasará a la historia como una fecha de igual relevancia a la del 9 de noviembre de 1989, día en que cayó el Muro de Berlín. La hora y media de conversación de Trump y Putin cerró una etapa histórica y abrió otro tiempo. Pero hay que ser conscientes de la posición en que nos deja ese cambio. También a nuestra dignidad y gobierno.

La «operación especial militar», según sus términos, que Putin lanzó el 24 de febrero de 2022 supuso la puesta en marcha de la mayor guerra terrestre que haya tenido lugar en Europa desde que Hitler invadió Polonia y desató la Segunda Guerra Mundial. Es una guerra en la que se ha intentado destruir centrales energéticas para provocar la rendición de los ucranianos por medio del congelamiento. Las tropas rusas han secuestrado a cientos de niños ucranianos y se los han llevado a Rusia forzándoles a tener nuevas familias e identidades. Prisioneros de guerra ucranianos han sido torturados y ejecutados en flagrante violación de las leyes de guerra.

Ya hemos comentado aquí muchas veces la sorprendente e inexplicada tendencia que tienen los opositores rusos a caerse por la ventana desde pisos bastante altos. Es una costumbre desconcertante que merece más atención. Pero también conviene recordar la muerte en Londres de Alexander Litvinenko víctima del polonio y de otro antiguo espía ruso, Sergei Skripal y también su mujer, en Salisbury por Novichok. El Gobierno británico señaló al régimen de Putin. Y quién puede olvidar la espeluznante muerte de Alexei Navalni, ese héroe de la libertad, que después de ser envenenado fuera de Rusia volvió a casa para que lo detuvieran al aterrizar, lo metieran en la cárcel y muriese allí en circunstancias no explicadas.

La realidad del mundo es la que es. Figuras como Vladímir Putin, autor de todas estas atrocidades, y Xi Jinping no pueden ser ignoradas. Pero Estados Unidos nos ha metido en un nuevo orden en el que reconocemos a los peores tiranos una autoridad moral que les pone en el mismo escalafón ético que a las democracias occidentales. O quizá por encima. Trump ha hecho un nuevo San Vladimiro, mártir –lo que justifica su canonización aunque sea un asesino. Y ha acusado a Zelenski, el invadido, de ser el agresor y le ha llamado dictador por no haber celebrado elecciones en guerra. Será que las elecciones que organiza Putin son más limpias que las que no ha organizado Zelenski.