Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
¿Prefiere Trump repartir el mundo antes que disputar la hegemonía a las autocracias rivales, renunciando a la defensa de la democracia del presidente Reagan?
Churchill está de moda. La sensación de que las cosas evolucionan fuera de control hacia la guerra o/y el fin de la democracia en Europa (y más allá) recuerda poderosamente al periodo 1931-1939, cuando Churchill fue de los pocos que vio claramente el peligro y supo liderar la resistencia que derrotó al nazismo, al altísimo precio de los millones de muertos y también del fin de su amado Imperio británico y de aceptar la expansión soviética, pues no consiguió convencer a un Roosevelt crepuscular para frenar a Stalin.
El último de los imperialistas liberales británicos fue, en sí mismo, un personaje prodigioso, bonvivant y animal político puro que unió ideas reaccionarias (como sus prejuicios a lo Kipling sobre la superioridad de la “raza anglosajona”) con liberalismo pragmático. Tuvo una lucidez, realismo y energía excepcionales reconociendo los peligros verdaderamente cruciales para la democracia, que nunca confundió con los cantos de sirena totalitaria, ni el derrotismo con el realismo o la política con la moralina. Justamente lo contrario de lo que dijo e hizo en Múnich el vicepresidente J. D. Vance en un discurso sin duda más memorable que admirable, que merece reflexión por lo que dice y por lo que calla. La recepción al discurso también dice mucho del triste, desnortado y arrastrado momento europeo.
El discurso de Vance fue a medias sermón religioso y a medias excusatio non petita de lo que estaba a punto de ocurrir: la traición de Estados Unidos al Memorando de Budapest que garantizaba a Ucrania la soberanía e integridad territorial
Es imposible no estar de acuerdo con Vance en algunas cosas. En efecto, Europa no ha asumido el coste de su defensa, hemos asistido a retrocesos en materia de libertades, la política de inmigración ha sido simplemente estúpida, y Greta la Majareta ha tenido un peso aplastante en decisiones económicas fundamentales.
Pero, salvo en defensa, lo mismo o peor cabe decir de Estados Unidos, cuna del wokismo exportado por sus elitistas campus y su poderosa industria cultural. La “teoría queer” nació en Harvard, no en Albacete, igual que la “cultura de la cancelación”, y la censura de opiniones impropias fue imposición de Facebook. La primera presidencia de Trump acabó con el violento asalto al Capitolio de sus partidarios; mientras, ha logrado zafarse de su apretada agenda judicial por concesiones políticas incompatibles con la separación de poderes (que Sánchez intenta imitar). Hechos vergonzosos que aconsejan prudencia y modestia en vez de dar lecciones de pureza democrática a nadie, incluso en Múnich.
El discurso de Vance fue a medias sermón religioso y a medias excusatio non petita de lo que estaba a punto de ocurrir: la traición de Estados Unidos al Memorando de Budapest que garantizaba a Ucrania la soberanía e integridad territorial, y a la Unión Europea, marginadas explícitamente de la negociación con Putin del reparto de Ucrania sin Ucrania ni Europa y bajo patrocinio, no casual, de Arabia Saudí, teocracia wahabita que prohíbe la democracia a sus vasallos y creyentes.
Recurrir a la fórmula de sermón con rezos e invocaciones a Dios tiene la ventaja de elevar al predicador a la región superior de lo espiritual eludiendo la vulgaridad de los problemas materiales concretos. El elevado llamamiento a restaurar valores encubría la traición absoluta a esos mismos valores invocados -lealtad, fidelidad, integridad, veracidad etc.-, traición que Trump ha verbalizado acusando a Ucrania de haber atacado a Rusia, ejercicio de posverdad digno de Putin y Sánchez, y acusando a Zelensky de ser poco menos que un dictador, no como su amigo Putin, el asesino en masa. Trump no solo miente con descaro, es que además destruye la noción misma de verdad verificable al modo totalitario.
Es como si, tras los atentados del 11-S invocados como causa de la “Guerra al Terrorismo” del presidente Bush, Europa se hubiera negado a colaborar y respondido que el verdadero problema no era el terrorismo, sino la crisis moral de valores en Estados Unidos
El giro trumpiano no es tan sorprendente porque, como las tormentas por los truenos, vino precedido de avisos elocuentes: las amenazas a Panamá, Canadá y Dinamarca por Groenlandia, e incluso a Taiwán. O la retorcida acusación de que el Iva europeo es un arancel hostil a Estados Unidos. El pastel salió finalmente del horno cuando Vance sostuvo que el problema más grave de Europa no es la invasión rusa de Ucrania, sino sus problemas morales internos.
Literalmente dijo Vance: “La amenaza que más me preocupa con respecto a Europa no es Rusia, ni China, ni ningún otro actor externo. Lo que me preocupa es la amenaza que viene de dentro. El retroceso de Europa respecto de algunos de sus valores más fundamentales”. Es como si, tras los atentados del 11-S invocados como causa de la “Guerra al Terrorismo” del presidente Bush, Europa se hubiera negado a colaborar y respondido que el verdadero problema no era el terrorismo, sino la crisis moral de valores en Estados Unidos, y que arreglaran el problema moral antes de atacar a los terroristas.
Cuando Francia estaba a punto de caer el aciago verano de 1940, Churchill voló a Burdeos a ofrecer al gobierno de Reynaud y Daladier la fusión de Francia y el Reino Unido (y sus respectivos imperios) en un Estado único para seguir la lucha unidos. Los franceses rechazaron enseguida la propuesta de audacia churchilliana, irreal pero a la altura del desafío. De haber actuado como Vance, Churchill habría reprochado a los franceses su apatía, frivolidad moral y otras deficiencias pecaminosas, y a continuación ofrecido a Hitler repartirse Francia y hacer buenos negocios juntos, la expresión favorita de esa administración que parece fugada de la saga Corleone.
La Unión Europea tendrá que decidir de una vez si avanza hacia la verdadera unión política comenzando por la militar, como suele ocurrir en la historia real.
La traición se entiende mejor dentro del proyecto de un mundo dividido en zonas de influencia y protectorados de Estados Unidos, China y Rusia como actor secundario, más los fluidos BRICS. Europa sería reducida a la situación de colonia rica con tareas exclusivamente culturales y ociosas, y el derecho internacional sustituido por el recurso a la fuerza y el poder descarnado. Es el mundo que Putin y Xi Jinping anticiparon en febrero de 2022, un mes antes de la invasión de Ucrania, en un comunicado provocador que atacaba a las democracias liberales y presentaba sus dictaduras como las auténticas democracias.
‘Imperio americano’
En fin, la Unión Europea tendrá que decidir de una vez si avanza hacia la verdadera unión política comenzando por la militar, como suele ocurrir en la historia real. Quizás con el liderazgo de Giorgia Meloni, Kaja Kallas y Donald Tusk, una vez amortizados Macron, Scholz y Von der Leyden.
Hay otro aspecto del asunto más inquietante que resumo en una pregunta: ¿hasta qué punto la traición de Trump no expresa más bien la decadencia profunda de un “imperio americano” que, a diferencia de 1941 y la Guerra Fría, no es capaz de una guerra de dos frentes y prefiere repartir el mundo antes que disputar la hegemonía a las autocracias rivales, renunciando a la defensa de la democracia del presidente Reagan?