Mikel Buesa-La Razón
Esta salida norteamericana va a determinar un triste futuro para Ucrania al bendecir sin duda unas pérdidas territoriales irreparables, pues es obvio que Europa no va a propiciar una nueva escalada bélica
La guerra, ese fenómeno social que «no podemos ignorar si aspiramos a entender nuestro mundo», como escribió la historiadora británica Margaret Macmillan, se nos ha colado de repente entre los acontecimientos que requieren la atención más urgente. Macmillan también señaló que «la guerra tal vez sea la más organizada de todas las actividades humanas», aludiendo así a su naturaleza estrictamente política. Es, en efecto, en la política donde tenemos que ubicar el fracaso de los países europeos al tratar de sostener el conflicto de Ucrania sobre la base de dos instrumentos –las sanciones a Rusia y la ayuda armamentista al gobierno ucraniano– que se han revelado insuficientes para hacerlo desembocar en la victoria sobre el invasor. Tres años de guerra se saldan ahora con un estancamiento de los combates que evidencia, seguramente, la inútil continuidad de la lucha. Así parece haberlo entendido Trump, buscando por su cuenta un acuerdo con su homólogo ruso para darle fin. Guste o no –y entre los mayores países europeos es claro que no gusta– esta salida norteamericana va a determinar un triste futuro para Ucrania al bendecir sin duda unas pérdidas territoriales irreparables, pues es obvio que Europa no va a propiciar una nueva escalada bélica, comprometiendo en ella sus ejércitos.
Reconozcamos la debilidad de la política militar europea, no sólo por los insuficientes recursos destinados a ella, sino también por su desorden. Quizás el caso de España sea paradigmático con un gobierno que carece de visión estratégica, frena la financiación del esfuerzo en la defensa y se comporta, en el caso ucraniano, como si su papel fuera el de facilitar una débil asistencia social con la excusa de que nuestras tropas ya participan en el parque temático de unas misiones internacionales de paz cuyo riesgo es bajo. No se oculta en esto que los españoles somos generalmente reacios a implicarnos en cualquier conflicto internacional, pues lo nuestro desde 1808 han sido las guerras civiles. Y si, para parecer civilizados, hemos aceptado formar parte de la OTAN, ha sido con la condición práctica de ser unos pasajeros gratuitos. Pero esto se acaba. El horizonte de la paz se difumina y hay que prepararse con urgencia para la política de la guerra.