Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Lo de Trump no es solo una traición a los ucranianos y a los socios europeos, es, ante todo, una traición a lo más noble de la historia de EEUU

Dicen que la derecha está desconcertada ante el acelerón prorruso del trumpismo. Y tanto. Uno se acuesta pensando que está luchando contra los excesos de las políticas medioambientales o a favor de una inmigración ordenada y se despierta convertido en el nuevo mejor amigo de un dictador tan feroz como Putin.

Generaciones de americanos se han educado en la grandeza de su país y en su compromiso con una idea de libertad. Todos se han criado con el orgullo de haber vencido a Hitler en la II Guerra Mundial y a la Unión Soviética en la Guerra Fría. Pero eso ha terminado. Adiós a John Wayne, a Bruce Willis y a Clint Eastwood; adiós a John Ford o a Spielberg; adiós al legado de Reagan y su victoria sobre la URSS. Adiós al heroísmo y a las historias de grandeza moral que tanto nos han conmovido. Ahora los americanos se descubren tan amigos de Putin que están dispuestos a compartir con él la rapiña de país masacrado como Ucrania. ¡Quién diablos es capaz de hacer una película digna con semejante guion! Lo de Trump no es solo una traición a los ucranianos y a los socios europeos, es, ante todo, una traición a lo más noble de la historia de EEUU.

Por supuesto nada de esto responde a un criterio ideológico, la ideología solo fue una excusa para ganar las elecciones. La convención conservadora de Washington de esta semana ha quedado reducida al remedo de saludo nazi de Steve Bannon y a la motosierra brilli-brilli que el argentino Milei regaló a Elon Musk. No es descartable que el próximo año veamos como invitado principal al propio Vladimir Putin jaleado como un pacificador, después de todo la mitad de los asistentes trabajan para él. Si esto es la batalla de las ideas, que Dios pille confesados a los conservadores de todo el mundo.

Trump y Elon Musk no son políticos, son dos plutócratas, uno del siglo pasado y otro del presente. Ambos coquetearon e hicieron negocio con el establishment demócrata americano hasta que constataron que había un mercado más prometedor en el otro lado y a él se han dedicado. A ambos le encaja a la perfección la famosa sentencia sobre el patriotismo como último refugio de los sinvergüenzas. Resulta que hacer a América grande de nuevo consistía en convertir a América en un enano moral.

Hace unos días, antes de que Trump traicionara a Ucrania y antes de que Musk enarbolara la motosierra de Milei, el magnate se paseó con su niño por el Despacho Oval. Después de decirle al presidente que se callara la boca, el pequeño se apuntó al «drill, baby, drill» en sus diminutas fosas nasales. El resultado de sus prospecciones quedó depositado sobre el histórico escritorio Resolute, regalado por la reina Victoria de Inglaterra a EEUU, en lo que ha resultado ser la mejor metáfora del trumpismo: el moco de un niño malcriado sobre la historia.

Dudo que la experiencia americana nos sirva para escarmentar en cabeza ajena. Sánchez ha pactado con los herederos de ETA y ha traicionado a los saharauis sin que nadie de la izquierda le pida cuentas. Ya sabemos que la derecha es mucho más exigente con sus líderes, esperemos que lo suficiente para detectar a quienes piden el voto por causas justas y lo acaban subastando al servicio de Putin.