- El mundo al que aspira Trump supone el fin de los Acuerdos de Bretton-Woods y de los equilibrios geopolíticos de los últimos ochenta años.
La amenaza rusa es existencial para Europa. En la Yalta 2.0 a la que aspira Putin, a China le corresponde el control del sudeste asiático. A Estados Unidos, el continente americano y Oceanía. A Rusia, el antiguo Pacto de Varsovia y el norte de África.
Oriente Próximo le corresponderá a Israel y Arabia Saudí, como quiere Estados Unidos, o a Irán, como quiere Rusia. Y por eso se empieza a hablar ya de un posible ataque israelí a Irán antes de verano de 2025. Porque el que golpea primero golpea dos veces.
Pero a Europa no le corresponderá nada.
Bretton-Woods y las instituciones multilaterales han muerto, Estados Unidos ha perdido en términos relativos la hegemonía de la que disfrutó durante la mayor parte del siglo XX (sigue siendo el primero, pero la distancia con el segundo se ha reducido mucho) y vamos hacia un equilibrio de poder en manos de halcones que dispondrán a voluntad de la soberanía de las naciones que queden atrapadas en su área de influencia.
Este es el Nuevo Orden Mundial de Trump, Putin y Xi Jinping.
Y por eso la UE, enfrentada a esta amenaza existencial, debe replantear todas sus prioridades. Rusia no estrangulará Europa del Este mañana ni el año que viene. Pero lo hará en una década, cuando reconstruya sus capacidades bélicas. Su economía ya es una economía de guerra. Y si la UE no entiende esto, perecerá.
¿Qué puede hacer la UE frente al Nuevo Orden Mundial? Reindustrializarse, dejar de boicotear su propio sector primario, garantizar su independencia energética, volcarse en la energía nuclear, dejar de comprar gas ruso, blindar sus fronteras frente al caballo de Troya de la inmigración ilegal, evolucionar hacia una economía de guerra basada en la tecnología punta e incrementar sus presupuestos de Defensa hasta el 5% del PIB o más.
Todo lo que no sea eso es apaciguamiento, además de suicida.
Sir Alex Younger, jefe del MI6 desde 2014 a 2020, lo explica extraordinariamente bien en el siguiente vídeo.
This is the best summary of the current geopolitical situation I have seen. Sir Alex Younger was head of MI6 between 2014 and 2020. Really worth watching. pic.twitter.com/XByVBAd5Ri
— Nicholas Drummond (@nicholadrummond) February 21, 2025
Pero en lugar de reaccionar, como pide Younger, la UE debate y se lamenta.
Luego, debate un poco más y se queja un poco más.
Luego, sigue debatiendo y se escandaliza.
La UE parece tener muy claro lo que debería hacer Donald Trump en Ucrania, pero no está tan claro que comprenda lo que debe hacer Europa.
En Bruselas, la idea más brillante de las últimas semanas frente a la evidencia del nacimiento de un Nuevo Orden Mundial ha sido la de convertir Europa en «una autarquía verde». Es decir, la de insistir en los errores que nos han convertido en débiles y dependientes. El futuro europeo es, según la UE, una cueva sostenible subvencionada.
El panorama europeo es desolador.
Pero eso no es culpa de Trump. Trump sólo se está aprovechando de una debilidad previa. La de una UE que se ha suicidado a cámara lenta durante las dos últimas décadas.
Y por eso la peor manera posible de reaccionar a la estrategia de Trump en Ucrania es la de los periodistas: llamándole descerebrado.
La segunda peor manera posible es la de los políticos europeos: acusándole de traidor.
La tercera peor manera posible es la de los intelectuales europeos: calificándole de liquidador del orden internacional liberal de posguerra.
Lo primero es falso.
Lo segundo es táctica, no estrategia.
Lo tercero es cierto.
Pero nada de eso nos ayuda en nada. Ni a los europeos ni a Ucrania.
Una vez hablé con José María Aznar sobre Vladímir Putin, con el que él se había reunido cuando era presidente. Aznar me dijo que se equivocan quienes califican al presidente ruso de psicópata. «No es un loco. Es racional. Es alguien con una idea imperial de Rusia, de su esfera de intereses y de su rol en el mundo».
Lo cual no impide, claro, que Putin sea un criminal. El criminal más peligroso del siglo XXI. Esto también lo dijo Aznar, porque lo cortés no quita lo delincuencial. De hecho, que Putin sea un criminal racional lo hace todavía más peligroso.
Alex Younger lo dice en la entrevista que he incluido al principio de este artículo. Trump, un empresario inmobiliario, se equivoca por deformación profesional cuando piensa que Putin quiere territorios. Putin quiere soberanía. Y por eso le ofende la simple existencia de Ucrania. Esta no es una guerra por el territorio, ni por las riquezas naturales ucranianas, ni por su población de origen ruso. Todo eso existe, pero es accesorio.
Se trata de su mera existencia como nación soberana.
Flaco favor le hacen por tanto a Ucrania quienes ventilan la estrategia trumpista atribuyéndola a los desvaríos de un mamarracho.
Pero supongamos que Trump es eso. Un idiota, un matón, un agente del caos.
¿Qué piensa hacer la UE al respecto?
Porque Europa suele niquelar los diagnósticos. Pero en cuanto se le exige a un burócrata europeo que vaya un paso más allá de lo performativo, que viaje desde la retórica de los grandes ideales hasta la política concreta de la acción, se pierde en los meandros del voluntarismo. «Todos somos Ucrania. Queremos una paz justa y duradera».
Vale, Capitán Obvio. ¿Y después de eso, qué?
Las conversaciones para la paz en Ucrania representan una oportunidad. Pero no deben llevarnos a un cierre en falso. El objetivo debe ser alcanzar una paz justa y duradera.
Debe contar con la implicación activa de Ucrania y de Europa y debe reforzar el orden multilateral y el… pic.twitter.com/49PfECXN77
— Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) February 17, 2025
Ha escrito Bernard-Henry Lévy en EL ESPAÑOL que el hipotético futuro ejército europeo ni siquiera necesita ser creado ex nihilo porque su punta de lanza ya existe. Esa punta de lanza es el ejército ucraniano, el único con amplia experiencia real de combate en toda Europa.
Lévy tiene razón.
Pero sin voluntad política, el ejército europeo es sólo un desideratum. Y no hay en la UE ninguna voluntad política. Hay retórica. Mucha retórica. Pero voluntad, poca.
Europa no tiene conciencia ni voluntad de imperio. Y eso la convierte en víctima propiciatoria de quienes sí tienen ambas cosas: Estados Unidos, Rusia y China.
Un ejemplo. Este titular del Financial Times del pasado 17 de febrero:
«Para evitar el pago de multas millonarias de la UE por contaminación, Volkswagen tendrá que comprar créditos de carbono a empresas rivales fabricantes de vehículos eléctricos como la china BYD».
Ahí está resumida toda la estupidez europea de los últimos veinte años. Nuestro suicidio.
Tener conciencia de imperio no implica conquistar Jerusalén. Implica dejar de hacer el imbécil. Con eso ya tenemos ganado mucho.
Desde el punto de vista periodístico, lo entiendo, es muy tentador centrarse en la retórica trumpista y ventilarse un cambio de orden mundial con un diagnóstico de barra de bar. «¡Trump ha dicho una palabrota!».
Pero si se quiere comprender a Trump, hay que leer primero a John J. Mearsheimer (La tragedia de la geopolítica de los grandes poderes), Henry Kissinger (Diplomacia) y a Samuel P. Huntington (El choque de civilizaciones).
Para entender a Putin hay que leer antes a Aleksandr Dugin (La cuarta teoría política, El futuro geopolítico de Rusia).
Y si se quiere entender a Xi Jinping, o al menos comprender cómo se ve el mundo desde la esfera de influencia china, a Lee Kuan Yew (La visión del Gran Maestro sobre China, Estados Unidos y el mundo) y Kishore Mahbubani (¿Ha ganado China?).
También hay que leer a JD Vance respondiendo en X a Niall Ferguson.
This is moralistic garbage, which is unfortunately the rhetorical currency of the globalists because they have nothing else to say.
For three years, President Trump and I have made two simple arguments: first, the war wouldn’t have started if President Trump was in office;… https://t.co/xH33s6X5yf
— JD Vance (@JDVance) February 20, 2025
Ferguson es conservador. Pero es también un académico anclado en los esquemas mentales de la Guerra Fría. En cambio, JD Vance, como los diplomáticos chinos y los rusos, está hablando de un mundo nuevo. Nuevo y mucho más peligroso para los europeos.
Y, claro, Ferguson no entiende nada. Ferguson habla de moral, de derecho internacional, de organismos supranacionales. Pero ese viejo mundo ya no existe.
No lo juzgo, sólo lo constato.
Este miércoles, Pedro J. Ramírez insistía en ello durante la reunión de las 20:00 en EL ESPAÑOL. «La retórica trumpista es lo de menos. Si no llamara dictador a Zelenski le llamaría inútil, fracasado o estafador. Lo importante es la corriente de fondo».
Exacto. Esa es la clave. Es el fondo, no la forma.
Porque indignados por las formas trumpistas, que es lo anecdótico, desatendemos lo esencial. Parecemos catalanes: nos pierde la estética.
En Europa funcionamos además a golpe de espasmo ético. Trump dice algo, nos santiguamos un poco, le llamamos idiota, nos quedamos más tranquilos y volvemos a sestear en nuestra superioridad moral, que es la zona de confort del memo. En Europa, todos somos CEO del ideal. Luego, tras la homilía, la realidad nos atropella.
Trump es hiperbólico y brutal. Pero no es irracional. En todo caso será un traidor a los intereses europeos, suponiendo que Trump le deba algo a los intereses europeos. Pero desde luego no es un traidor a los intereses americanos.
«Trump se está rindiendo a los rusos. Reagan no se rindió ante la URSS», dicen.
Esto es falso. No hay ninguna rendición. Hay un reparto del mundo en el que Estados Unidos tiene mucho a ganar.
Además, la Unión Soviética de hoy es China, no Rusia. Y Estados Unidos está actuando en consecuencia.
Hablo con un experto en relaciones internacionales para este artículo y me dice esto: «Al gobierno americano le importa cero que Rusia sea el agresor y que haya destrozado un país por la cara. Sólo quiere que ese fuego se apague e ir a por China. Es westfalianismo puro».
Y tiene razón, claro.
Trump sabe que una Rusia aliada con China es una amenaza existencial para EEUU. Pero también sabe que mientras Rusia sea un problema sólo para la UE, que es un polo de poder con una economía en decadencia por la asfixia burocrática y la homeopatía ideológica bruselense, no lo será para él.
Que la respuesta de la UE a los movimientos de Trump haya sido «la autarquía verde» le da la razón a Trump. Trump nos ve insignificantes porque lo somos.
Este es el dato relevante: los primeros contactos relevantes de la administración Trump en política exterior han sido Japón, la India y Rusia.
¿Por qué?
Porque Trump está rodeando China. Y los chinos, que tienen una visión estratégica infinitamente más moderna que la de los europeos, lo han comprendido perfectamente.
La que no lo ha comprendido es Bruselas, que sigue creyendo que Estados Unidos nos debe un Plan Marshall inextinguible, eterno y a la carta. Un Plan Marshall de renta antigua.
Nuestro superávit comercial con los Estados Unidos es de 160.000 millones. A nuestro favor, claro.
Además, Estados Unidos nos paga la Defensa. En Europa hay hoy casi 70.000 soldados americanos.
De España ni hablo.
Para Pedro Sánchez, la geopolítica sólo tiene interés como herramienta de su proyecto personal de atrincheramiento en el poder.
Alberto Núñez Feijóo, que ni siquiera habla inglés, ha dejado todo lo que ocurra más allá de Finisterre, los Pirineos y Algeciras en manos de Ursula von der Leyen, que no es Churchill precisamente.
La extrema izquierda española sigue anclada en el pobrismo y los tópicos anticapitalistas del indigenismo latinoamericano de los años 60.
Y la extrema derecha española anda organizando cazas de brujas contra los periodistas que hablan bien de Iván Espinosa de los Monteros.
Abandonar a Ucrania es una canallada desde el punto de vista moral. Pero no lo es en absoluto desde el punto de vista estratégico para Estados Unidos. Sobre todo a la vista del circo de gatos que es la UE.
Trump es la encarnación más pura posible del realismo ofensivo de Mearsheimer.
El realismo ofensivo dice, entre otras cosas, que el actor geopolítico nuclear son los Estados nación, no los organismos supranacionales.
Que son los intereses de esos Estados nación los que rigen las relaciones internacionales, no los principios éticos, los derechos humanos, el Derecho internacional o la ONU.
Y que los Estados harán cualquier cosa para garantizar su supervivencia porque las relaciones internacionales son sólo la traslación a un nivel social superior del instinto de conservación inscrito a fuego en la naturaleza humana.
El realismo ofensivo encaja como un guante en la mentalidad empresarial de Trump.
Por eso un libro como El arte de la negociación de Trump es el equivalente perfecto, en el terreno de los negocios, de La tragedia de la geopolítica de los grandes poderes, de Mearsheimer.
El mundo al que aspira Trump es terrible para los europeos y especialmente para los ucranianos. Es un mundo brutal, pero no tiene nada de caótico. Hay un plan, hay un método, y mal haremos en Europa si no empezamos a comprenderlo lo antes posible y a actuar en consecuencia.
Pero quizá no estemos todavía preparados para este debate. Igual despertamos cuando Rusia invada Polonia y Rabat okupe Ceuta y Melilla con 50.000 inmigrantes ilegales.