Cristian Campos-El Español
  • Si el centro es la posición mayoritaria de la sociedad en un momento concreto, entonces hoy el centro en Alemania está más cerca del extremo derecho que del izquierdo. 

Habrá gran coalición de democristianos y socialistas en Alemania y hay dos formas de analizarlo.

1. O como el retorno al paraíso perdido de la vieja política frente al auge de los nuevos extremismos populistas.

2. O como la última oportunidad del centro liberal para corregir el rumbo del Titanic alemán, y por lo tanto del europeo, antes de que se estrelle contra el iceberg del Nuevo Orden Mundial de TrumpPutin y Xi Jinping.

Un análisis detallado de los resultados alemanes parece descartar la primera de las dos hipótesis y abonar la segunda.

En primer lugar, porque la CDU, la ganadora de las elecciones, ha cosechado el segundo peor resultado electoral de su historia. Un 28,5% frente al 24% de 2021. La CDU esperaba ayer domingo un 30% de los votos o más.

En segundo lugar, porque el socialismo ha obtenido su peor resultado desde los años cuarenta del siglo pasado. Sólo un 16,5% del voto.

En tercer lugar, porque la AfD ha conseguido el 20,8% de las papeletas. Insuficiente para ganar las elecciones. Pero suficiente para convertir a Alice Weidel en la líder de la oposición frente a los mismos partidos cuyas políticas, precisamente, han generado el voto protesta a la extrema derecha.

Y en cuarto lugar, porque el buen resultado de Die Linke, que ha obtenido el 8,8% de los votos, la convierte en minoría de bloqueo frente a cualquier intento de cambio constitucional, siempre y cuando sume sus votos a los de la AfD.

Y eso a pesar de la escisión que llevó a Sahra Wagenknecht, una de las políticas más populares del partido, a crear su propio formación y a competir en un espacio demoscópico contiguo al de Die Linke. Ese que en España llamamos «rojipardo».

Sin esa escisión, que ha dejado a Wagenknecht al borde de entrar en el Parlamento Federal Alemán con el 4,97% de los votos, Die Linke habría tenido incluso posibilidades de superar a los socialistas de Olaf Scholz.

La gran coalición nunca había sido tan pequeña, ni sus rivales tan grandes.

La minoría de bloqueo de Die Linke y AfD es además importante porque el nuevo canciller necesitará eliminar el freno a la deuda vigente en Alemania desde hace casi dos décadas para incrementar el gasto en Defensa y continuar con la ayuda a Ucrania.

Pero ni la AfD, que no quiere seguir ayudando a Ucrania, ni Die Linke, extrema izquierda cavernícola en la línea ideológica de Sumar y Podemos, aceptarán retocar la Constitución para incrementar el gasto militar.

No es ese el único de los problemas que afrontará Friedrich Merz, el nuevo canciller alemán.

Otra problema será la obsolescencia del modelo económico e industrial alemán, basado en energía barata rusa, mercados europeos cautivos y una política financiera diseñada a su medida por el Banco Central Europeo.

También, una transición ecológica que ha devastado el sector primario y que amenaza ya la simple supervivencia de la industria alemana y europea.

O la dependencia energética alemana, cebada por el veto a la energía nuclear, probablemente la peor decisión política tomada por ningún político europeo desde el fin de la II Guerra Mundial, y la consiguiente dependencia del gas ruso. Una consecuencia de la política cómplice de Angela Merkel con Vladímir Putin.

Finalmente, ese caballo de Troya que es una inmigración ilegal cuya capacidad para dinamitar la cohesión social europea crece día a día y con atentados terroristas que se reproducen ya con alarmante regularidad en suelo alemán.

El dilema alemán, claro, es que todos esos problemas, generados por políticas más socialdemócratas que democristianas, han sido generados por Angela Merkel y la misma coalición que gobernará Alemania durante los próximos cuatro años.

En Alemania la solución está, de nuevo, en manos del problema. La suerte del problema es que el problema alternativo es peor para una amplia mayoría de los alemanes… al menos por el momento.

Pero eso no es consuelo cuando tienes dos partidos extremistas, uno a la derecha y otro a la izquierda, en ascenso y sin nada que perder durante los próximos cuatro años.

La gestión de esta tormenta perfecta requerirá del nuevo canciller una talla de estadista que está todavía por demostrar. De momento, Merz ha anunciado ya que de cerrar las fronteras a la inmigración ilegal nada de nada.

Un dato relevante. La suma de la CDU, la AfD y los liberales (que no han logrado entrar en el Bundestag, pero cuyos votantes existen) es del 55% frente a un 45% de la izquierda y la extrema izquierda.

Por lo tanto, si el centro es la posición mayoritaria de una sociedad determinada en un momento concreto, entonces hoy el centro en Alemania está bastante más cerca del extremo derecho que del izquierdo del espectro político.

Merz se enfrentará por tanto a problemas enormes con una pequeña coalición de dos partidos cuyo espacio electoral se estrechará cada vez más.

La AfD y Die Linke esperan al borde de la carretera. Pero, sobre todo, esperan Trump, Putin y Xi Jinping.

Si Merz se estrella, es probable que no haya nuevas oportunidades para ese centro liberal-socialista gestionado de forma «seria, fiable y responsable» en la que han consistido las grandes coaliciones alemanas hasta la fecha.

Y si el pacto social alemán («aceptamos políticas sociales de izquierdas a cambio de una prosperidad económica de derechas») salta por los aires por el fracaso de las primeras y el fin de las segundas, ¿adónde girará Alemania dentro de cuatro años?

La vieja Europa se la juega en Alemania durante los próximos cuatro años.