- Las preocupaciones de los alemanes han cambiado. En 2021 eran la ecología y el cambio climático. Ahora son la inmigración y la economía.
La participación en las elecciones alemanas ha sido muy alta, lo que demuestra la inquietud de los alemanes. Pero la fuente de su preocupación ha cambiado: en 2021 era la ecología y el cambio climático. Ahora es la inmigración y la economía.
Básicamente, ese dato refleja un cambio desde las preferencias de lujo hacia preocupaciones humildes.
Los resultados dejan a Merz con un panorama complicado: o gobierna con la ultraderecha, que ha crecido con la marea de la inmigración, o con el SPD. Esquiva, sin embargo, la necesidad de incluir en su posible gobierno de coalición con el SPD a los verdes. Es decir, a los que llevan en su programa las preocupaciones de 2021.
Merz ya ha anunciado que pactará con cualquiera excepto con la ultraderecha.
Los reparos que Alemania ha opuesto desde la Segunda Guerra Mundial a la ultraderecha son fáciles de entender. Resulta muy fácil identificarla con el horror del nazismo. Alemania asistió hace un siglo a algo incomprensible: una ideología kitsch de fanáticos, criminales y ladrones contaminó rápidamente una sociedad civilizada y culta.
¿Cómo pudo pasar?
La lección extraída fue que hay que vigilar a la ultraderecha, no sólo en Alemania, sino en toda Europa. Esto fue una bendición para los partidos de izquierda, que tuvieron facilísimo estigmatizar a todo lo que queda a su derecha (recordemos que en España ha sido llamado fascista incluso alguien tan improbable como Feijóo).
Pero mientras la alerta estaba puesta en la derecha, un nuevo virus ideológico de izquierda (eso que en los Estados Unidos ha sido llamado wokismo) contaminó las sociedades occidentales y debilitó sus fundamentos básicos.
El ascenso de la derecha es, en parte, una reacción a este virus.
Cuando J. D. Vance regañó a Europa por el peligro que corre aquí la libertad de expresión, y cuando alertó de la tendencia a excluir del discurso político todo lo considerado no correcto (que siempre, curiosamente, es de derechas), tenía razón.
Alice Weidel, líder de la AfD, es una nacionalista bastante xenófoba, euroescéptica, cercana a Putin y partidaria de reducir la ayuda a Ucrania.
Un desastre, sí. Pero lo que no parece que sea es nazi. La única vez, que yo sepa, que habló públicamente de Hitler fue para decir que era comunista.
Por otra parte, la masacre del 7-O en Israel nos ha demostrado que el antisemitismo actual no está precisamente en la derecha.
Por eso es difícil que los votantes que han acudido a su partido, hartos entre otras cosas del progresismo (tan hartos que votan a un partido estigmatizado), acepten con ecuanimidad que el cordón sanitario les sea impuesto a ellos.
El resultado previsible es que AfD continúe creciendo. Aunque, de momento y a diferencia de España, los jóvenes parecen haber votado a la izquierda.
En realidad, si despejamos las ideologías y conseguimos priorizar fríamente los problemas más acuciantes de Alemania y Europa, concluiremos que Merz se enfrenta a un dilema de muy difícil solución. Pactar con los que pretenden debilitar Europa frente a Putin (que es un gravísimo problema a medio plazo) o con los que han antepuesto una visión apocalíptica del cambio climático a la economía (que es un problema inmediato).
También se enfrentará Merz a los problemas y conflictos culturales derivados de la inmigración.
Un apunte más. No parece que la injerencia de Trump en la política alemana (Musk no ha parado de recomendar el voto a AfD mientras mostraba obsesivamente en redes los atentados islamistas de los últimos días) haya tenido un gran efecto en las expectativas de voto de Weidel y tal vez sí ha provocado un cierto aumento de voto a los partidos a la izquierda del SPD.
Pero sobre todo esto tendremos más información los próximos días.