Antonio Elorza-El Correo
- El interés de la nueva superclase dominante en EE UU en maximizar la explotación coincide con el de la Rusia de Putin. Europa, como la democracia, sobra
En el templo funerario de Osiris en Abydos (Egipto), una sucesión de imágenes presentan al faraón Sethi I en la tradicional escena de la ofrenda a diferentes dioses. La más significativa es aquella en que presenta a la triada del templo, Osiris-Isis-Horus, la figura de una pequeña diosa tocada con una pluma. Es la diosa Maat, la que personifica la Verdad y la Justicia, clave del buen orden que ha de imperar en la sociedad y en la acción del poder. En dos tumbas secundarias del Valle de los Reyes, Maat se encuentra también presente y en una de ellas, sus alas abrazan a la figura del Faraón.
Más de un milenio antes de Cristo, resultaba así expresada la idea de que el poder debe estar atado por una dimensión teleológica positiva, la construcción de un orden social armónico, ajustar sus declaraciones a la verdad, de cuyo ejercicio dará testimonio el dios-escriba, Toth. La idea de justicia se encuentra inmersa en esa construcción, aunque su individualización vendrá solo en etapas posteriores del pensamiento griego y romano. En apariencia, es un recorrido que comparten otras ideas y otras formas de organización política y social, que, sobre la base de los avances tecnológicos, permitían una lectura de la historia como evolución progresiva, afectada eso sí por reiterados retornos y por brutales retrocesos.
Los primeros son visibles en el orden simbólico, hasta llegar a lo que Nietzsche habría calificado de «eterno retorno de lo igual», en el orden de la propaganda política. Los segundos suelen ser enmascarados por la historiografía a partir de la asimilación que siempre tiene lugar de las culturas de pueblos vencidos y/ o destruidos, al hacer el balance de la actuación de los ‘pueblos de las estepas’ (mongoles, turcos, por asimilación árabes).
Desde que con Napoleón despuntó en el mundo contemporáneo ‘la guerra total’, materializada con las dos contiendas mundiales del siglo XX, la voluntad destructiva se vio reforzada por la revolución tecnológica, especialmente en el armamento. Siempre insisto en el carácter emblemático que ofrecen ‘Los fusilamientos del 3 de mayo’, de Goya, porque la Razón, como progreso técnico puesto al servicio de la Humanidad, está solo presente en el pelotón de ejecutores franceses, el rebaño de las futuras víctimas en nada las distingue -salvo al que grita- de los empujados a una cámara de gas en Auschwitz. La Razón, como conocimiento de la realidad, como instrumento de libertad, solo subsiste para dar constancia de la tragedia como linterna que la hace visible.
La victoria aliada de 1945 pareció mostrar que era posible para la Humanidad superar la más grave amenaza nunca antes sufrida, por efecto de una ideología criminal (el imperialismo racista alemán) y una gran maquinaria de destrucción, basada en el progreso técnico. La idea de justicia, en el sentido amplio de ‘maat’, fue utilizada para la reconstrucción del mundo sobre una renuncia formal a la guerra y a otras formas destructivas del pasado, como el colonialismo. Sabemos que el resultado fue muy imperfecto, pero por lo menos las sociedades industrializadas, incluidas con todas sus rémoras las comunistas, pudieron reemprender el camino iniciado con la Segunda Revolución Industrial, y si bien la política de bloques implicó un riesgo permanente de guerra nuclear, fue también un aliciente para acotar los conflictos.
En el último tercio de siglo todo ha cambiado y esta vez el progreso técnico, la revolución digital, ha provocado la fractura en las formas de organización económica, política y cultural de la etapa anterior. El fracaso del intento hegemónico de Estados Unidos vino a culminar el proceso de desintegración de vínculos, instituciones y solidaridades que parecían inamovibles. Por un momento, los efectos de la revolución digital sobre las comunicaciones parecieron ser un incentivo para la isonomía, para la participación directa de los ciudadanos en la gestión pública. El camino aún no se ha cerrado, pero resulta innegable que la generalización de emisores y destinatarios no se ha articulado con las formas de información anteriores y, según vemos recientemente, propicia formas aún más graves de manipulación.
El balance es doble y convergente. Por un lado, tenemos la sociedad líquida, donde se han roto las amarras que enlazaban al individuo con las instituciones y conferían seguridad a la vida y al conflicto, con el consiguiente declive de la democracia y la emergencia de caudillismos, el último Trump. Por otro, la revolución digital genera estructuras de poder perfectamente ajustables con la concentración de poder económico, y en consecuencia niveles enormes de desigualdad entre las personas y entre los países.
Al haber quebrado el unipolarismo de EE UU, el interés de esa nueva superclase dominante es maximizar la explotación, desentendiéndose de toda instancia moral, humanitaria o normativa. Su lenguaje y sus intereses coinciden con los de otra potencia depredadora, como la Rusia de Putin. Europa es un obstáculo, como la democracia, sobra. El retroceso afecta a todo lo logrado antes. Es preciso recuperar a Maat.