Iñaki Ezkerra-El Correo
Maria Callas no era una pensadora. No ha pasado como tal a la Historia. Por esa razón -creo que obvia- el primer error que comete Pablo Larraín en esa película que acaba de aterrizar en nuestros cines es literario. Es el error de hacerla hablar con las frases ridículamente lapidarias y solemnes que en su día soltó ante los periodistas que la adulaban o la acosaban. El mismo documental que estrenó Tom Volf en 2017 pecaba ya de ese desastroso enfoque, cuando la soprano se explicaba al inicio de aquella película: «Hay dos personas dentro de mí. Quisiera ser María pero debo estar a la altura de la Callas». Esas palabras no distan mucho de las de Íñigo Errejón confesando que ya no distinguía de sí mismo a la persona del personaje. Y es que la gracia de Callas estaba en callarse, en su mutismo enigmático de esfinge en lo que tocaba a lo personal, en hablar solo con las palabras de los libretos de las óperas. Si hoy se la recuerda es por su voz impagable y su expresión dolorida, por esa peculiar belleza que dejó en su rostro la huella de la desgracia. Por esa razón, Pasolini la eligió para su ‘Medea’, que es el personaje trágico por excelencia. Lo más interesante que nos dijo Maria Callas fue con las palabras de la heroína de esa tragedia griega.
El segundo y definitivo error del cineasta chileno reside en una contradicción flagrante: por un lado, está el propósito de humanizarla; por otro, el empeño de mantener el mito, o sea, de preservarla fría, hierática y soporífera durante toda la cinta como a un personaje de cartón piedra. El defecto no es nuevo. Esa contradicción ha creado tradición. Pasó ya con la ‘Jackie’ del mismo Larraín en 2016 y antes con ‘The Queen’, el retrato cinematográfico que Stephen Frears hizo en 2006 de Isabel II. Como ocurre hoy con Angelina Jolie en ‘Maria’, en aquellas dos películas veíamos a Natalie Portman y a Helen Mirren imitar los gestos, los mohínes, las poses, los modales de la estatua en un monótono y cansino primer plano sin penetrar en el personaje, sin recrearlo, que es tanto como desmontarlo, como humanizarlo y revelar las claves que oculta el cuché.
No. Medea no admite entrevistas. Eso lo sabía bien Pasolini. Y antes, Eurípides.