ristian Campos-El Español
- El independentista catalán es un resentido que odia a su servicio doméstico por su empeño en hablar en un idioma más vivo, más popular y más internacional que el suyo.
Évole entrevistó este domingo a Rufián en su programa de La Sexta pero yo no lo vi porque preferí empezar Yellowstone, que tenía pendiente. Gran serie, por cierto.
Además, Évole me da una enorme pereza por motivos que expliqué aquí.
Lo de Rufián es otra cosa, porque no puedo evitar que me caiga bien.
Esta historia de @gabrielrufian sobre su venganza con una antigua jefa cuando fue elegido diputado#LoDeRufián pic.twitter.com/jwsvIOnYoT
— laSexta (@laSextaTV) March 2, 2025
Lo que sí he visto son algunos fragmentos del programa que los tuiteros han colgado en X. En uno de esos fragmentos, Rufián explica una anécdota que dice muchas cosas de él.
Y casi ninguna buena.
Cuenta Rufián que durante un tiempo trabajó en el Corte Inglés como dependiente. Un día, mientras remaba intelectualmente para comprender el funcionamiento de una caja registradora, su jefa le dijo que era un cero a la izquierda.
A él se le quedó grabada la frase.
Años después, Rufián fue elegido diputado por ERC. Así que fue hasta el Corte Inglés, buscó a su antigua jefa y le dijo «¿quién es el cero ahora?».
Hoy, varios años después de su infantil venganza, Rufián se arrepiente de su gesto. Pero, como dicen en Jaén, «ahora ya, pollas».
En Léolo, la película de 1992 de Jean-Claude Lauzon, hay una escena similar.
Fernand, el hermano alfeñique de Léolo, vive martirizado por un macarra de barrio que le acosa. Un día, humillado por la última paliza del matón, decide practicar culturismo para convertirse en una montaña de biceps, triceps y cuadriceps.
Al cabo de unos años, y mutado ya en armario de dos cuerpos relleno de músculos, Fernand se topa con su acosador, mucho más pequeño que él. En un primer momento, el macarra tantea a Fernand. Pero este se lo ventila de un empujón.
Sin embargo, el macarra comprende rápido que los enormes músculos de Fernand siguen siendo más pequeños que su miedo y le pega una paliza que le deja sollozando. «Ese día entendí que el miedo habita en lo más profundo de nosotros mismos y que una montaña de músculos o un millar de soldados no pueden cambiar nada» dice Léolo.
Ese es Rufián.
Un Fernand catalán que ni siquiera con los músculos a cuestas de su cargo como diputado puede escapar del pánico a la inferioridad social que Cataluña graba a fuego en sus charnegos. La visita al Corte Inglés para humillar a una simple vendedora que resultó ser su jefa durante un breve plazo de tiempo es sólo una más de las docenas de palizas que el macarra nacionalista le ha pegado a la autoestima de Rufián.
A una vendedora que además, para no olvidar ninguno de los flecos del asunto, pagaba el nuevo sueldo de Gabriel Rufián con sus impuestos.
No deja de ser llamativo que esa anécdota de resentido social haya salido a la luz en un programa dirigido por un resentido ideológico. Ambos catalanes, ambos charnegos, ambos de izquierdas. Ambos desesperadamente sedientos de validación intelectual, profesional y por supuesto racial. Ambos sometidos a su amo.
Leo a Pol Viñas en Núvol, el suplemento de cultura del diario local Ara, que escribe: «Viendo el programa de Évole entiendes por qué Rufián es de izquierdas, pero no por qué es independentista, y creo que a él le debe de pasar lo mismo».
Es una buena frase.
El error, claro, es creer que ser de izquierdas y ser independentista tienen motivaciones distintas. La izquierda es un rencor que, como demuestra el caso de Rufián, ni siquiera necesita de la excusa de la batalla de clases: ese rencor se ejerce sobre todo contra aquellos con un menor estatus social que el tuyo.
El independentismo es, por su lado, un izquierdismo de la sangre: el independentista catalán es un resentido que odia a su servicio doméstico por su empeño en hablar en un idioma más vivo, más popular, más internacional y con una producción cultural infinitamente superior a la suya. Además de real, a diferencia del suyo.
Tanto el socialismo como el nacionalismo se ejercen, como cualquier otro tipo de violencia ideológica, principalmente contra quienes están por debajo de ti.
Es muy probable que Rufián intuya que, de no haber sido por todo aquello que odia (España, los españoles, el capitalismo, el libre mercado, el Estado de derecho liberal, la democracia), él sería hoy víctima propiciatoria de las dos ideologías que profesa: el izquierdismo y el nacionalismo. Esa es la tragicomedia de su vida.
Triste, pero humano.
Sobre todo a la vista de la cesión de las competencias de inmigración a la ultraderecha nacionalista catalana por parte del PSOE. Ahí está de nuevo la alianza de izquierda e independentismo trazando una raya para dejar a «los nuevos rufianes» fuera del reparto del botín. Y de ahí que él haya agachado la testuz y hoy sea el catalán más progresista del Congreso de los Diputados: cualquiera vuelve al Corte Inglés a sentir el calor del hierro al rojo vivo con el que el catalanismo marca sus reses.