Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Nunca he sido muy partidario del aforismo que asegura eso de que, como la dicha siempre es buena, no importa que llegue tarde, pero es evidente que es mucho mejor esta situación que la anterior. Me refiero, como habrá adivinado, al cambio, muy relevante, de orientación de la Unión Europea en ese mundo tan complejo formado por la Agenda Verde, la limitación de las emisiones de CO2 y las estrictas regulaciones industriales en materia medioambiental.

A mi entender no se trata de abandonar los principios básicos, que siguen siendo deseables. Todo el mundo, bueno quizás no todo pero si una buena parte, desea reducir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera, quiere cuidar el planeta, que como dice el eslogan no tiene plan B, y mimar ese concepto tan querido de la sostenibilidad, que ha venido para quedarse. Pero una cosa es mantener la preocupación y otra, muy diferente, es regularlo todo de la manera y en los plazos que causan un grave perjuicio a nuestras industrias hasta el límite de poner en peligro su propia existencia. Todos queremos un mundo más limpio, pero nadie desea un Occidente más pobre. Si le parece una afirmación exagerada, basta con que analice primero la larga lista de problemas a la que se enfrentan industrias clave como el automóvil o la química y ver después la evolución mundial de emisiones que no cesan de crecer. En este terreno es tan importante el qué se hace como el cuándo se hace y el cómo se hace.

De ahí que las decisiones que se adoptaron ayer en Bruselas, como alargar los plazos de reducción de emisiones, mejorar y agilizar las ayudas al coche eléctrico y reducir el tupido bosque administrativo que rodea al mundo industrial sean bienvenidas, por necesarias. Poco a poco parece que la administración europea se da cuenta de que habíamos llegado demasiado lejos en esto de dispararnos en el pie de nuestro futuro industrial y que, por fin, vamos a dejar de hacer «el canelo», como probablemente habrá dicho Josu Jon Imaz, que si no fue el primero que lo vio al menos fue el primero que alzó su voz en contra de esa buena parte del buenismo ecológico que nos acogota.

Además da impresión de que esta ciaboga no ha hecho más que empezar. Ahora vendrá la prolongación de la vida útil de las centrales nucleares, como ya admite hasta nuestra querida exvicepresidenta Ribera, que acaba de prolongar la vida de dos centrales belgas y a la que los fríos aires del nublado Bruselas han limpiado su mente de sus pasadas adherencias dogmáticas.