Editorial-El Español

La lapidaria intervención de Emiliano García-Page en el IV Foro Económico Español de Castilla-La Mancha sólo puede calificarse de impactante.

Porque no es ni mucho menos la primera vez que el presidente de Castilla-La Mancha manifiesta meridianamente sus discrepancias con la política de alianzas del secretario general de su partido. A Page nunca le ha importado significarse como uno de los pocos barones socialistas que execra públicamente la deriva del PSOE sanchista.

Pero nunca se había mostrado tan contundente como este jueves en el foro organizado por EL ESPAÑOL en Toledo. Ha confesado sentir auténtico «bochorno», como «socialista, ciudadano y demócrata» por el acuerdo alcanzado entre PSOE y Junts para delegar en la Generalitat de Cataluña las competencias de inmigración.

El mérito de Page no reside tanto en subrayar lo evidente: que un partido sedicentemente progresista e igualitario ha rubricado por conveniencia «el planteamiento absolutamente racista e identitario que hace Puigdemont«.

El mérito está en denunciarlo a las claras, en calidad de presidente autonómico socialista, mientras el resto de miembros de su organización o callan, o fuerzan interpretaciones tramposas para justificar lo que hasta esta semana el PSOE consideraba una línea roja.

Las palabras de Page han causado conmoción en el auditorio porque en esta ocasión no se ha limitado a certificar su disconformidad con una iniciativa concreta del Gobierno. Lo que ha pronunciado el presidente manchego es una auténtica enmienda a la totalidad de la legislatura de Pedro Sánchez, que ha motejado de «sucesión de carambolas» resultante de las elecciones generales del 23-J.

Con esto Page viene a decir que detrás de la acción ejecutiva de Sánchez no hay otra cosa que el afán de «gobernar a cualquier precio». Lo cual le ha acabado otorgando «el mando a distancia» de la legislatura a alguien como Puigdemont, cuyos «planteamientos son extrema derecha de lo peor».

Y, sobre todo, ha desenmascarado la farfolla ideológica con la que Sánchez ha venido justificando su apoyatura en los actores más indeseables del arco parlamentario.

No sólo, como ha resumido Page, «es de una hipocresía tremenda plantear muros cuando realmente se está cavando una zanja». Sino que toda la retórica del Gobierno sobre los «muros frente al trumpismo y la extrema derecha» no es más que «cuentos chinos», porque «está pactando con la peor [extrema derecha]».

En efecto, resulta marciano que el PSOE haya estampado su firma en una proposición de ley que considera a los inmigrantes una amenaza para la identidad catalana. Y de ahí que Page haya bromeado con que «lo único colorado que tendría el acuerdo» sería «la cara colorada» que se les tendría que poner «a los que pergeñan estos acuerdos».

El barón manchego no ha ahorrado en críticas al comercio de Sánchez con los valores socialistas. Y ha llegado hasta el punto de deslizar que el interés general de España no cuenta para nada en los acuerdos del presidente con sus socios nacionalistas.

Si Page está levantando la voz y dando esta batalla es porque quiere que los españoles vean que lo que identificaban con el PSOE (y que «la mayoría echa de menos») sigue existiendo. Y es reconfortante que, aunque sea encarnada en un puñado de líderes díscolos, permanezca una reserva de socialdemocracia cabal en España.