Santiago Sánchez López-El Español
  • El efecto disuasorio de la defensa no radica únicamente en cuánto se gasta, sino en la percepción de que se está dispuesto a usar la fuerza militar si es necesario. 

La cumbre extraordinaria del Consejo Europeo ha confirmado lo que ya se intuía: la Unión Europea (UE) apuesta decididamente por el rearme.

Con el Plan ReArm Europe, la UE pretende movilizar 800.000 millones de euros en defensa, elevando el gasto militar hasta niveles inéditos.

Europa ha vivido décadas de complacencia y ha despertado.

Sin embargo, detrás de este movimiento geopolítico hay potenciales riesgos económicos que podrían explotar si las decisiones no se toman con rigor, eficiencia y responsabilidad: la volatilidad en los mercados de bonos, el aumento del endeudamiento y el riesgo de que el viejo continente acabe atrapado en una espiral inflacionaria nuevamente.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha defendido la necesidad de este esfuerzo sin precedentes afirmando que «la paz se construye con fuerza». Sin embargo, los mercados ya hiperventilan.

El desplome de los bonos alemanes, el peor desde 1990, es una señal de alerta. Los inversores están perdiendo la confianza en la estabilidad fiscal europea. Financiar este gasto en defensa nos va a salir muy caro.

Y no es para menos.

La flexibilización de las reglas fiscales que permitirán incrementar este gasto sin activar el Procedimiento por Déficit Excesivo por cuatro años, la financiación a través de deuda y el desvío parcial de fondos sociales y cohesión hacia defensa generan serias dudas sobre la viabilidad de esta estrategia.

Los gobiernos deben garantizar unas finanzas públicas sostenibles y el déficit y la deuda seguirán creciendo, aunque no computen para las reglas fiscales.

La rentabilidad del bono alemán a diez años se aproxima al 3%, lo que indica que los inversores están exigiendo mayores retornos para financiar a Alemania, tradicionalmente la economía más estable de Europa.

Este fenómeno no sólo se está dando en Alemania, sino que afecta a los bonos soberanos de toda la eurozona (España, Francia, Italia) lo que encarece la financiación de unos Estados con altos niveles de endeudamiento y que pueden ver cómo su margen fiscal se reduce aún más, obligándolos a recortar en otras áreas esenciales como sanidad, educación o infraestructuras.

¿Está preparada la sociedad europea para sacrificar gasto social en una guerra que todavía les parece ajena? Carne de cañón para populistas de todo signo ideológico.

«El BCE está en una encrucijada: si mantiene una política monetaria restrictiva, encarecerá la deuda de los Estados; si relaja su postura, avivará nuevas presiones inflacionarias»

Las lecciones de los últimos años se olvidan fácilmente. Cuando los gobiernos gastan sin control, los efectos se pagan en forma de inflación persistente o mercados volátiles y hemos visto cómo los fondos Next Generation (750.000 millones de euros) no llegaban adecuadamente al tejido productivo o lo hacían de manera ineficiente.

Ahora Europa se embarca en un gasto similar, pero destinado a armamento y sin reformas previas que garanticen la máxima eficiencia en su aplicación o efectos permanentes en I+D+i.

En este contexto, el Banco Central Europeo se encuentra en una encrucijada endiablada.

Si mantiene una política monetaria restrictiva para contener la inflación, encarecerá aún más la deuda de los Estados.

Si relaja su postura, correrá el riesgo de avivar nuevas presiones inflacionarias.

Es evidente que la industria de defensa europea está celebrando este plan. Las acciones de las grandes compañías de defensa han subido como la espuma tras el anuncio.

Francia, Alemania, Italia y España tienen grandes compañías que se beneficiarán directamente de este impulso fiscal. Empresas como Dassault (Francia), Rheinmetall (Alemania), Leonardo (Italia) e Indra (España) serán actores relevantes en esta nueva era de gasto en defensa.

Sin embargo, mientras sólo hablamos de gasto, ¿dónde está el liderazgo y la responsabilidad?

El plan de rearme no es una partida presupuestaria más. Es un cambio de paradigma que requiere una planificación meticulosa. Y necesitamos que salga bien.

Hoy en día, la falta de coordinación y la fragmentación en la industria militar europea es un factual. A modo de ejemplo, Estados Unidos opera con un solo modelo de tanque pesado. En Europa hay diecinueve diferentes.

Este nivel de fragmentación no sólo encarece los costes unitarios, sino que también demuestra a potenciales enemigos una falta de estrategia común. Gastar más no equivale a gastar mejor y sin una reforma profunda en la gestión de la defensa, este aumento del presupuesto podría ser tan ineficaz como insostenible.

Por extensión, está el problema del impacto en los ciudadanos. El debate sobre el rearme choca con una inflación que sigue golpeando a millones de personas. El BCE acaba de revisar al alza su previsión de inflación en la eurozona para los próximos años y el aumento de la inversión militar podría agravar aún más las tensiones inflacionarias.

La UE justifica este giro estratégico en la necesidad de garantizar su seguridad ante la creciente incertidumbre global y lleva razón. La desconfianza en la administración Trump y su sintonía con Putin han acelerado la necesidad de autonomía militar.

Sin embargo, el plan vivirá sobresaltos con Hungría y Eslovaquia saboteando acuerdos, Italia discrepa de utilizar los fondos de cohesión en el plan de rearme, los países ‘frugales’ han manifestado su preocupación por el aumento de deuda y la relajación fiscal, y hasta Pedro Sánchez tendrá dificultades internas con sus socios para elevar el gasto en defensa al 2% y sin presupuestos.

«La UE no cuenta con un mando único militar, ni con una estrategia de defensa integrada verdaderamente»

Además, mientras algunos sectores de la opinión pública ven el rearme como una necesidad, otros cuestionan a Von der Leyen y se envuelven en la bandera antibelicista. El rearme implica no sólo inversión, sino la posibilidad real de un conflicto futuro en el que los ciudadanos europeos puedan verse involucrados directamente.

Espero que seamos adultos y estemos preparados.

Otra de las cuestiones fundamentales y que los líderes europeos no han planteado es cómo se articulará este rearme en términos de gobernanza.

La UE no cuenta con un mando único militar, ni con una estrategia de defensa integrada verdaderamente. Sin coordinación entre los Estados miembros, el aumento del gasto militar se traducirá en ineficiencia y despilfarro en lugar de en un verdadero refuerzo de la seguridad europea.

Por último, es importante recordar que el efecto disuasorio de la defensa no radica únicamente en cuánto se gasta, sino en la percepción de que se está dispuesto a usar la fuerza militar si es necesario.

Los ejemplos de la historia de los últimos doscientos años demuestran que los presupuestos de defensa por sí solos no son suficientes para evitar conflictos. Lo fundamental es la credibilidad estratégica y la capacidad de demostrar que cualquier agresión será respondida con contundencia.

Sin una política exterior clara y una doctrina militar coherente, el simple aumento del gasto no garantiza una mayor seguridad.

Europa se encuentra en una encrucijada. El rearme es necesario a consecuencia de amenazas crecientes. Pero la improvisación y la nula voluntad de ajustar el gasto público puede crear problemas financieros, incrementar la inflación y desestabilizar los mercados.

La clave no es sólo cuánto se gasta, sino cómo y en qué se gasta, con una estrategia clara y una coordinación eficiente.

Gastar lo que sea necesario suena bien en tiempos de incertidumbre, sobre todo sin liderazgos a la altura de ReaganThatcherWalesa o Juan Pablo II, pero la historia demuestra que la irresponsabilidad fiscal siempre acaba pasando factura.

Si los líderes europeos no diseñan un plan sólido, Europa podría estar sembrando la semilla de su próxima gran crisis financiera, en el peor momento.

*** Santiago Sánchez López es economista