Gregorio Morán-Vozpópuli

Salvador Illa no sería presidente de la Generalidad sin los 7 votos de Esquerra Republicana en el Congreso; dosis de cupo tributario y flecos varios

El secreto del drogadicto está en la dosis. Hemos llegado a un punto en el que la política de supervivencia del presidente del Gobierno obliga a consumir tal cantidad de narcóticos que el cuerpo social se muestra incapaz de asumir que está saturado y que no es capaz de distinguir si le están engañando tanto porque es idiota perdido o es que los demás no se han dado cuenta de su indefensión. La situación en Cataluña es patética porque nos hacen creer algo tan alucinante como asumir que estamos “normalizados”, cuando basta mirar a nuestro alrededor para entender que nunca se ha deteriorado tanto la normalidad democrática desde el día del golpe de los Siete Segundos. Estamos en la era Trump y eso hace posible que el ministro Bolaños y un editorial de El País aseguren al unísono el “fin del Procés”; ha vuelto La Caixa.

Había que aumentar la dosis para que el Presidente pudiera seguir y entramos en estado catalítico, entre la tontuna y la vergüenza ajena. Una Generalitat dirigida por un personaje como Salvador Illa, en la condición de delegado gubernamental, cederá el control de fronteras siguiendo a remolque las intenciones de un grupo reaccionario de probada xenofobia. Los narcos del relato, como todo delincuente legalizado, sonrieron para aliviar a la clientela de adictos:  no se transfieren competencias, se delega “una pequeña parte del control de fronteras” con “una pequeña dosis de racismo” (Compromís). O se examinan de catalán o no alcanzarán la ciudadanía. Momento en el que se produjeron dos reacciones sincronizadas pero que nadie, a no ser un malpensado podría relacionar, pero que coincidieron. Junts decidirá las normas en las que puedan socializarse los ciudadanos españoles en Cataluña y muy especialmente la emigración, y al tiempo la empresa más importante de España, la emblemática Caixa, exhibe que ha decidido volver a casa antes de Navidad para confirmar urbi et orbe que Cataluña está normalizada. El que diga lo contrario lo tendrá difícil a partir de ahora.  La política y el dinero, hermanos siameses, vuelven a sentarse juntos tras unos años de distanciamiento. Trump ha vuelto.

Salvador Illa no sería presidente de la Generalidad sin los 7 votos de Esquerra Republicana en el Congreso; dosis de cupo tributario y flecos varios para tenerlos comprados y refunfuñones; ese papel que tan bien representa Gabriel Rufián, el charnego agradecido. Tampoco Sánchez Castejón sería presidente del Gobierno sin otros 7 votos que le ayudan a ir tirando, los de Puigdemont. Los narcos del relato hacen gollerías para convencer a los adictos que en el fondo es bueno para la salud, que no se trata de una droga tóxica sino de un vitamínico que restablece la parte señera de la ciudadanía catalana. Una estafa benéfica para los camellos.

Había que aumentar la dosis para que el Presidente pudiera seguir y entramos en estado catalítico, entre la tontuna y la vergüenza ajena

Estamos en la era Trump aunque nosotros habíamos entrado antes en algo parecido mientras los traficantes del relato nos quisieron hacer creer que se trataba del gobierno más progresista desde la Transición. El presidente podía mentir con descaro, pasarse las leyes por el arco del triunfo, conformar un partido y un gobierno al que se le debería ensalzar sus gracias porque los contrapesos democráticos se achicaron tanto que pasaron a nota a pie de página. Ayudó a su familia a posicionarse en el mundo del bussines con total impudicia. El Presidente no seleccionaba prostitutas de las revistas como Trump, para eso se bastaba su segundo, el todopoderoso Ávalos a cargo del Estado. Amnistiaba a sus cómplices ya fueran del fallido golpe de los Siete Segundos como de las viejas corruptelas en Andalucía; necesitaba un partido unido como el que cocinaron Chaves y Griñan para mandar allí a Marichús Montero, vicepresidenta y candidata, sumisa mártir de la fe en su líder, como le gustan a Trump.

Los viajes del Presidente por el mundo no son como los de Trump pero imitan al promotor de provincias con discurso de buscavidas; no tiene nada detrás salvo los fondos del Estado; una nadería en los mercados. Él no puede ampliar fronteras y se ha de bastar con poner sobre la mesa las suyas, ya sea por Marruecos, por Cataluña o por el País Vasco. Se lo están comiendo vivo, pero al fin y al cabo las hostias se las dan en nuestro culo, para eso hay que ampliar la red de traficantes del relato. Hasta lo ridículo: concursos sobre la muerte de Franco en todos los colegios de España para que los niños puedan escribir sobre el peligro de los enemigos del Presidente. El premio lo dará él, imagino, como ha sido él quien ha alquilado a historiadores y periodistas para celebrar el día que murió el Dictador; necesita seleccionar a sus Steve Bannon que fabriquen la pasta de la que irán saliendo los derivados para el menudeo del relato. El mercado se sobresatura de camellos.

Hay que estar muy colgado para que una televisión abra el informativo de las 20 horas con una investigación sobre si el restaurante El Ventorro, donde comió Mazón con una periodista el día de la infamia y la incompetencia: “tenía reservados…no sabemos si con cama… porque no pudimos comprobarlo”. La adición, cuando la dosis es muy elevada, conduce a la pérdida de todos los sentidos, empezando por la dignidad. Es otro de los rasgos del trumpismo.

Lo único que están tratando de normalizar es la anomalía. La sociedad catalana es suficientemente amplia y diversa como para que las dobles parejas Sánchez-Puigdemont e Illa-Junqueras constriñan la vida. Hasta el momento lo van intentando con éxito, pero explotará. No se pueden achicar los derechos de los ciudadanos en base a “la identidad catalanista”; una construcción verbal que esconde la ambición de dominio. No es que se crean diferentes, es que están convencidos de ser superiores siempre y cuando no hayan de echarse en el sillón del psicoanalista o afrontar a un juez; entonces aparece su instinto de clase, frustrado y ensimismado; el de volver a la Cataluña de Pujol. Gracias a los corruptos, todos contentos. Quizá tenga algo de simbólico la ascensión del Conde de Godó a la vicepresidencia de la Fundación de La Caixa vísperas de la vuelta a casa. Como al invitado de honor en ocasión de Nadal le podrán decir “Benvingut”; posiblemente la única palabra que conozca en catalán alguien tan representativo de la mentada identidad. La resignación es una forma aviesa de medir la normalización, a expensas de lo que diga Donald Trump. Nos queda el derecho a mantenernos enhiestos, aunque un poco cabizbajos por la experiencia. Nos normalizan por decreto ley, eso es incontestable.